—Me temo que voy a estar muy ensimismada en mis pensamientos estos días, lobito —respondí—. No puedo dejar de pensar, ¿sabes?

Algo te preocupa. ¿Qué es?

Quise contestar, pero no sabía muy bien cómo hacerlo. Había hablado de esos temas con Ámarok miles de veces. Siempre podía contar con él, para lo que fuera. No iba a juzgarme ni a enfadarse porque me echara a llorar. Él era el único que me comprendía. Pero no era nada fácil para mí derrumbarme y a veces sentía que si abría la boca, las lágrimas saldrían antes que mis palabras.

—Silene.

Volví a mirarlo a los ojos porque sin percatarme de ello había dirigido la vista hacia arriba, a la balda que sujetaba la cama de arriba. Me sumergí en aquellos profundos ojos oscuros y me relajé.

No tienes que contármelo ahora —me dijo—. Es perfectamente comprensible que estés asustada, pero todo pasará. Lo sé.

Esbocé una pequeña sonrisa y me incorporé un poco para coger su cabeza con mis manos. Su pelaje acariciaba mis dedos. Era suave y reconfortante. La cura para todos mis males era él. Incliné mi cabeza hasta que mi frente tocó lo que sería la suya.

—No tendría miedo si tú vinieras conmigo —suspiré.

Lo haría si pudiera. No quiero dejarte.

Permanecimos así varios minutos. Necesitaba recomponerme y aceptar que no había otro camino. Debía centrarme en superar todas las pruebas que me pusieran en el Espejo y volver con Ámarok. Ese era mi objetivo.

Durante las siguientes horas no hicimos nada más que continuar tumbados en aquella cama. Pensé en hacer algo, lo que fuera, ¿pero qué? Allí no había nada con lo que entretenernos y los libros que había decidido llevarme estaban en la maleta. Echaría de menos a Ámarok cuando los leyera, ya que siempre leía en voz alta para el lobo. Los recuerdos me inundarían y tenía que hacerme a la idea.

A la hora de comer, más o menos, decidí que ya era hora de ponerme en pie. Ámarok se bajó de la cama y se estiró mientras yo caminaba hacia la cabina para informar a Marthya y a mi madre de que pronto sería la hora de comer algo.

Sin embargo, al llegar a la puerta de la cabina de control, sus voces, algo amortiguadas, llegaron hasta mí.

—Estoy... preocupada, quizás sería el término correcto.

Eso había dicho mi madre. ¿Era por mí? ¿Ella estaba preocupada por mandarme a un lugar lejano? Era lo más parecido a un sentimiento positivo hacia mi persona que había presenciado en la vida.

—Es normal. Yo también lo estoy un poco.

¿Marthya? No era posible que se preocupara por mi suerte. Puede que lo dijera por decir, para que mi madre no se sintiera tan mal, pero eso en Neptuno era algo inconcebible. ¿Qué estaba pasando?

Justo cuando quería seguir escuchando su conversación, la puerta se abrió, delatándome. La primera en mirar fue mi madre, quien no pareció darse cuenta de que había estado escuchando. O si lo hizo, no lo demostró.

—¿Tenéis hambre? —me preguntó.

—Bueno, sí, un poco —respondí—. ¿De qué hablabais?

—De nada —a mi parecer, Marthya respondió demasiado deprisa.

—Podéis coger lo que queráis de la cocina. Marthya y yo iremos a por algo después.

—De acuerdo.

Y, dicho esto, salí de la cabina con un mal sabor de boca. Sospechaba que había algo que las dos mujeres me estaban ocultando, pero no tenía ninguna lógica.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora