John se levantó y caminó hacia mí, me rodeo la cintura mientras yo terminaba de fregar una sartén y me besó en el cuello.

–      Me tengo que ir, luego vendré a recogerte para la clase de francés – susurró –. Te quiero.

Y le vi marcharse de la cocina.

A los diez segundos, escuché la puerta de la calle cerrarse. John se había marchado.

Una hora después, Molly ya estaba en casa, dispuesta a llevar a mi hermana al parque.

                                               ***

Era viernes, y por tanto, la última clase de aquella semana. Sólo quedaba una semana más antes del temido examen de francés y yo temía que si le contábamos a Carla lo que estaba ocurriendo antes de tal fecha, ella, en un arrebato de tristeza o enfado, hiciera peligrar lo que tanto esfuerzo le había costado.

Debía contárselo a John.

“Después de la clase, hablaré con él”, pensé.

Carla salió a recibirme de su habitación con una gran sonrisa.

Nos sentamos en su cama y abrimos los libros. Llegaba un momento que su buena disposición me hacía pensar que disfrutaba realmente de aprender el idioma y que cada vez estaba más entusiasmada con la idea de ir a estudiar a París.

Desde luego, la última semana, la hija de John había estado en posesión de un buen humor y una alegría poco propios de ella.

Temí porque hubiese caído en las redes de aquel chico del que me había hablado.

Sentí la necesidad de preguntar.

–      ¿Qué fue de aquel que se había acostado con tu mejor amiga? – le pregunté en francés.

Ella me miró, confusa. No supe si es que no esperaba la pregunta o es que no había comprendido del todo el verbo.

Pero el examen era oral y a mí no se me ocurrió una mejor manera de practicar que charlar de algo que a ella le pareciera importante, pero en francés.

–      No quise saber nada de él – respondió ella.

Me sentí aliviada al comprobar que Carla no parecía incómoda con la conversación. Solamente le había sorprendido que yo le preguntara por el tema.

–      Pero hay otro chico… Bueno, hombre – continuó ella, también en francés.

Su francés no era especialmente refinado, pero se expresaba bien y yo lograba comprenderla con facilidad.

–      ¿Qué quieres decir? – pregunté, continuando nuestra práctica lingüística.

–      Es un profesor que acaban de contratar… Me da clase de física… Tiene treinta años… – lo dijo todo en un francés envidiable para una chica de su edad.

Lástima que el contenido de sus palabras me impidiese centrarme en su avance en el idioma.

–      ¡Treinta años! – exclamé ya en mi inglés materno.

Carla enrojeció.

–      Pero no tengo nada con él… Al contrario, él sólo me explica las cosas que no entiendo y es muy atento y amable. Pero no se ha acercado especialmente. Es sólo que creo que estoy enamorada. A veces, en los recreos, se acerca a mí y charlamos de cosas. Me cuenta cómo fue para él la universidad y también me ha dicho que tiene dos perros… Es encantador – murmuró ella con una mirada soñadora.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora