2005. UNO

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«Me lo trago». Lo que más llamó la atención de Pablo fue que estaba situado en una calle normal y un edificio normal. Había un ultramarinos en la esquina y una señora mayor cruzaba la acera con sus nietos. El cartel era discreto (la forma, no el mensaje) igual que la entrada. Si su novio no se lo hubiese dicho, habría pasado por delante sin fijarse. ¿Sabría esa mujer lo que dentro sucedía? Su novio llamó al timbre y alzó la cabeza. Había una cámara. La puerta zumbó y pasaron a un diminuto hall de color negro. La taquilla estaba vacía y un burdo cartel escrito a mano indicaba que ese día la entrada era gratuita, pero la consumición obligatoria.

Empujaron la segunda puerta. Escalones, paredes, techo, pasamanos… todo de color negro. El local se encontraba en el sótano del edificio. Pablo descendió detrás de su novio. Estaba expectante. Llevaba los ojos bien abiertos y prestaba atención al más mínimo sonido. Había un cartel junto a la puerta: «Solo hombres». El corazón le zapateó en el pecho. Pero entonces leyó el otro cartel: «Solo mayores de 18 años»… 

Pablo tenía 16 años por aquel entonces. Era la primera vez que iba a un sitio de ambiente y empezaba fuerte. Había conocido a su novio en el chat. Tenía 19 años y era universitario. Solo se llevaban 3 años de diferencia, pero se le antojaban un abismo a esa edad. Nunca llegó a memorizar qué carrera estudiaba. Algo de números… Tenían una relación «tradicional». Es decir, como sus amigas con sus novios, pero dos chicos. Esa tarde estaban fumando porros en el parque. Cuando no pasaba nadie, se daban besos. Ambos querían follar, pero no tenían sitio. Vivían con sus respectivos padres y no tenían coche. Su novio quería proponerle un lugar, pero temía que se asustase… Él había ido con sus compañeros gays de la facultad antes de conocerlo y no le había gustado. Era un cuarto oscuro, «pero tiene habitaciones individuales», se apresuró a decir. ¿Habitaciones individuales? Pablo imaginaba los cuartos oscuros como salas completamente a oscuras y hombres por el suelo follándose lo primero que pillaban.

—Para ser exactos, es un sex bar —le explicó su novio.

—Mientras no me clave ninguna jeringuilla —fue su única condición.

Cruzaron la puerta a los pies de la escalera y…

Pablo se sorprendió. Aquello era como un pub normal. Normal entre comillas. Oscuridad y luces rojas. Sensación de claustrofobia. Música a bajo volumen… Uno de los camareros carraspeó y no pudo fijarse en nada más. Quizá pensó que pretendían colarse sin consumir.

Fueron a la barra. Estaba bañada con luz rojiza y había un bol con condones. Los camareros miraban a Pablo de manera inquisitiva. Los bautizó mentalmente como «Señor Oso» y «Señor Mostacho».

—¿Qué edad tienes? —le espetó el Señor Mostacho. Como su nombre indicaba, tenía mostacho. También llevaba un arnés de cuero, pero el nombre «Señor Arnés» no le convencía.

—Eh… 18.

El Señor Mostacho y el Señor Oso arrugaron la nariz.

—¿Puedes enseñarnos el DNI? —le preguntó el Señor Oso. Como su nombre indicaba, era un oso. Ese mismo año murió de sobredosis durante la celebración del Orgullo Gay.

—Me lo he dejado en casa —respondió con inocencia.

No parecieron creerlo, pero…

—Tráelo el próximo día.

«El próximo día. El próximo día. El próximo día…». Las palabras del Señor Oso resonaban en su cabeza. Daban por hecho que volvería.

—¿Qué queréis tomar? —les preguntó el Señor Mostacho.

Pablo no era alcohólica en esa época. La cerveza todavía no le gustaba (qué vueltas da la vida). Solo fumaba porros en el patio del instituto y bebía tetrabriks de sangría a un euro los sábados por la noche para ir a la típica discoteca hetero para niñatos. Sin embargo, cuando vieron que los cubatas valían casi lo mismo que los refrescos, pidieron un par de rones con cola. Pablo se sintió brutal bebiendo alcohol fuerte un día normal con el sol fuera. El generoso Señor Mostacho les llenó bastante los vasos de tubo. Su novio fue caballero y pagó las consumiciones.

Se sentaron en una discreta mesa situada en un rincón. Bebieron y conversaron. Pablo observaba el espacio con la curiosidad de un niño. Todo estaba pintando de negro y alumbrado con neones rojos. El techo era muy bajo. Quizá por eso la sensación de asfixia. Los conductos, las tuberías, los cables… eran visibles y también estaban pintados de negro. Había televisores con pelis porno. Parecían viejas y tenían niebla. Debían ser VHS. Una estaba guay: salían chavales jóvenes con el pubis bien poblado. Pero otra daba asco: a un hombre rapado le metían un puño por el culo. El muro a sus espaldas estaba forrado con un collage de revistas porno gay de los 90. Pollas erectas, pelo púbico, semen… Era muy soez, pero quedaba bien. Lo tocó y descubrió que estaba barnizado.

—No toques eso —le espetó su novio, como si fuese a pillar alguna enfermedad. Estaba demasiado pegado a Pablo. Demasiado. Le agarraba las manos sobre la mesa y le daba tiernos besos en la mejilla. Parecía que quisiera dejar bien claro que eran pareja.

—Los hombres de las otras mesas nos están mirando.

—Tranquilo —le susurró—. Si ven que estás conmigo, no te harán nada…

—¿Hacer? ¿Qué quieren hacerme? —Pablo fingió preocuparse, pero la polla se le puso duro de imaginarlo. Dio otro trago a su vaso… Ardía.

—Pablo… Lo siento. No debería haberte traído a este antro. Cuando me saque el carnet, mi padre me comprará el coche y… —Su novio resultó ser un coñazo. Le repitió mil veces que lamentaba haberlo llevado, que solo le interesaba la habitación, que imaginase que era un hotel barato, que estaba tomándose el cubata obligado por las circunstancias…

Pablo asentía y le daba la razón. Sí, sí, sí… Pero estaba encantado. Miraba todo el rato una puerta cubierta por una cortinilla metálica. Al otro lado, oscuridad. Los chicos entraban y salían. Muchos le lanzaban miradas antes de cruzar el umbral. Se moría de ganas por descubrir qué había…

Cuando llegó el momento, Pablo estaba mareado. No estaba acostumbrado a beber, los cubatas estaban muy cargados, se terminó el de su novio, los porros antes de entrar… Se alzaron de la mesa y fueron hacia la misteriosa puerta. Su novio le tendió la mano y Pablo esta vez la agarró con gusto. Sentía miedo, pero un miedo divertido. Le recordó al túnel del terror en la feria. Apartaron la cortinilla metálica y se sumergieron en la oscuridad.

Me Lo TragoWhere stories live. Discover now