GUIRNALDAS DE SANGRE

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Desesperada, con el sudor corriéndole la cara, cansada de dar vueltas alrededor de la iglesia y con el sol ya casi en su zénit, mi madre se quedó quieta junto a mí.

-Estará en casa, Salvo. -Me dijo en un intento de convencerse a sí misma.

Emprendimos de nuevo el viaje, ladera abajo, sin decir ni una palabra más. El valle se abrió ante nosotros y nuestra casa al fondo. Mi madre pareció alegrarse, como si al ver nuestra casa visualizase a mi hermana dentro. Aceleró el ritmo, abriéndose paso entre la alta hierba y dándome tirones cada cierto tiempo.

Al acercarnos más mi madre paró en seco. Me solté de su mano y fui corriendo hacia Martino, que aún dormía. Estaba tendido junto a la puerta, como de costumbre cuando el sol calentaba tanto pero mientras corría dudé de la profundidad de su sueño.

Advertí su vientre blanco, tintado de un rojo intenso, abierto desde la garganta hasta el rabo. Sus vísceras desparramadas formaban entre sus patas una masa más grande que yo. Las tripas se le enroscaban al cuello y las patas para después ascender hacia la parte superior de la puerta. Los goteantes intestinos descansaban sobre clavos irregulares anclados a la enrojecida pared, formando un largo tubo venoso, guirnaldas sangrientas por toda la fachada.

Tenía el maxilar inferior arrancado, totalmente desgarrado y posado junto a la cabeza y con algunos dientes rotos. En el ojo un puñal, con el mango morado y ribetes dorados, con la hoja totalmente hendida.

Viendo el hilo de sangre que lloraba Martino recordé aquella empuñadura. Era la que blandía el señor Gallardo en mi sueño. Y utilizado de forma similar.

-¡Salvo! -Gritó mi madre con la voz entrecortada. Lloraba profusamente acercándose a mí. Yo me sentía mil veces más triste que ella por la muerte de Martino pero no lloré. Nunca me habían enseñado a llorar, así que cuando estaba triste apretaba los labios. Y mirando aquel ojo perforado, aquella boca partida y aquellas vísceras clavadas y amontonadas, los apreté con todas mis fuerzas. Entonces lo vi todo negro. Mi madre me tapó los ojos, aunque ya tenía grabado a fuego aquella imagen en la cabeza.

Algo iba mal, algo iba muy mal cuando entramos en casa. Oí la voz de mi padre, inentendible pero reconocible. Y entonces le vi, amordazado en el suelo, con un pañuelo en la boca y la cara manchada de sangre.

-¡Vittorio! -Gritó mi madre entre llantos, arrodillándose junto a él. Mi padre contestó con un par de gemidos mientras ella le desataba las cuerdas de manos y pies. Me hizo una señal con la cabeza para que le quitase el pañuelo violeta que tenía en la boca.

-Do... -Dijo con dificultad entre fuertes inspiraciones.

-Domenico.- Consiguió decir.

-¿Il Padre Domenico? Venimos de su...

-Sí. -Interrumpió mi padre antes de que mi madre acabase de hablar.- Ese figlio di putanna.

-Pero il Padre Domenico dijo...

-Sé lo que dijo. -Interrumpió de nuevo mi padre levantándose con dificultad.- Estoy loco, ¿Eh? Peligroso, ¿Eh? -Se sacudió la tierra de las piernas. Mi madre le miraba sin saber bien qué decir.

-Sí... dijo... -Respiró hondo.- Dijo que nos avisaba di algo, nos prevenía di algo. -Mi padre le dio una bofetada.

-Tiene alla nostra figlia. Me lo ha dicho, él me ha atado, joder. El cura con tres hombres más. Ellos mataron a Martino, me dieron una paliza, ellos han hecho todo.

-¿Qué?

-Sí,cazzo.. Il puto cura trabaja para il signore Gallardo. ¿Quién si no iba a mantenerle la iglesia? ¿Ves que alguien haga donativos? Per favore, Leora.

UN MAL TRATOWhere stories live. Discover now