Parte 4

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Hasta aquí todo lo que he narrado podría ser perfectamente creíble: en el mundo real hay hombres como Emilio, mujeres como María y plantas que para vivir sólo necesitan sol, humedad... y carne fresca. Pero les doy permiso de no tomar en serio el resto de la historia, ¿de acuerdo?

¡Muy bien! ¡Sigamos adelante!

Después del asunto de la cucaracha, Emilio continuó viviendo con total normalidad... excepto que ahora le daba un poco de miedo pasar junto a la puerta del cuarto de tejido. Durante varios días había tenido pesadillas en las que aparecía la planta de las flores pestilentes, y en esas pesadillas era él quien se ahogaba en los jugos corrosivos.

¿Seguiría allí la planta, cazando arañas, moscas y otros bichos? ¿O se habría muerto por falta de riego? Interesantes preguntas, mas él no se atrevía a dar los pasos necesarios para contestarlas.

Sin embargo, las respuestas lo buscaron a él. O algo así.

Un día, mientras barría el pasillo, vio que unos finos zarcillos salían por debajo de la puerta como dedos explorando lo desconocido. El primer impulso de Emilio fue cortarlos y sellar la rendija; en cambio, se rindió a la curiosidad y abrió la puerta.

Su asombro fue tal que casi se le desorbitaron los ojos.

La habitación había cambiado radicalmente en los últimos dos meses, adoptando el aspecto de un invernadero. Las plantas, cientos de ellas y todas distintas, cubrían cada rincón disponible salvo uno o dos huecos donde aún se apreciaba la madera de una cómoda o ropero. En la mesa donde descansaba la urna, sólo ésta se había librado de la colonización. Muchas de las plantas tenían flores, algunas de exquisita belleza y aroma, otras similares a las devoradoras de insectos. También hacía en la habitación un calor espantoso y húmedo, tanto así que desde el techo, del que pendían lianas, chorreaba agua en espesas gotas.

El miedo de Emilio se transformó en deleite, y luego el deleite fue sustituido por la codicia.

A ver, a ver... ¿cómo podía aprovechar tan extraordinaria situación? ¡Porque tenía que haber una manera de beneficiarse con ella!

Lo primero que se le ocurrió fue avisar a la prensa. ¡Caray, por fin saldría en los periódicos! Sus ex amigos se morirían de envidia...

Tras cerrar la puerta para que nada saliera de la habitación, Emilio corrió al teléfono y llamó al diario local que encabezaba la lista en el directorio.

—Aquí El Amanecer —dijo la cantarina voz de una secretaria—. ¿En qué puedo servirle?

—Mire... eh... algo increíble ha sucedido en mi casa. ¿Podría comunicarme con uno de sus reporteros?

—Un momento, por favor...

Se escuchó una melodía electrónica y luego atendió un hombre.

—¿Diga?

—¡Tengo una fantástica noticia para usted!

—¿De verdad? Déjeme coger un bolígrafo... Ya. ¿Y bien? ¿De qué se trata?

—Bueno, es difícil de explicar pero... resulta que una de las habitaciones de mi casa ha sido invadida por plantas exóticas.

—¿En serio?

—¡Sí! Verá: son plantas de la selva, ¿comprende?, porque se alimentan de bichos. No todas, claro. Hay otras con grandes hojas de colores, y otras que han trepado por las paredes como enredaderas.

—Aaaaajá. ¿Y qué más?

—No sé... el hecho es que crecieron por sí solas, sin que nadie las plantara allí. ¿Verdad que es extraño?

—Oh, sí. Muy extraño. ¿Y qué hacen las plantas además de comer bichos? ¿Alguna... lo ha mordido, por ejemplo? ¿O producido frutos grandes como calabazas?

—No, pero...

—¿Y no ha encontrado alguna pirámide azteca en medio de esa jungla?

—¡Usted me está tomando el pelo!

—¡Uy, le juro que no! Si lo que usted me está diciendo es cosa de rutina para mí... Ayer mismo, por ejemplo, unos enanos de jardín atacaron a una señora, y en otra casa un científico loco cruzó una gallina con una ostra para obtener huevos nacarados. Y la semana pasada...

Emilio cortó la comunicación, morado por la rabia y con deseos de estrangular al incrédulo periodista. Ya vería ese zoquete cuando alguien más publicara la noticia...

Pero no tuvo suerte, porque nadie se dejó convencer. Sin embargo, él era un hombre tozudo. ¿Querían pruebas? ¡Pues eso les daría! Y marchó a la tienda a comprar una cámara fotográfica.

Ahora tendré que dar un salto de tres días en mi relato, porque Emilio tardó ese lapso en aprender a usar la máquina. Al igual que muchos hombres, él nunca leía los manuales de instrucciones.

Pues bien, Emilio sacó un montón de fotos del cuarto de tejido, donde la vegetación era cada vez más densa. Con las fotos en mano recorrió todos los periódicos y revistas de la ciudad, argumentando que eran pruebas irrefutables de que su historia era verídica. No obstante, en cada sitio que visitó la reacción fue la misma.

—Hermosas fotografías, señor Ordóñez. ¿Por qué no las presenta en una exposición? O mejor aún: inscriba su habitación mágica en un concurso de jardinería; le darán el primer premio, o al menos una mención especial...

Emilio acudió luego a los biólogos de la universidad, quienes se limitaron a decirle que lo de crear un invernadero estaba bien, pero que si planeaba diseminar sus plantas tropicales primero debía solicitar un estudio de impacto ambiental. Y agregaron, con cierto mal humor, que dejara de hacerles perder el tiempo con tonterías.

Cansado ante tanto rechazo, Emilio habló por último con sus antiguos colegas del taller, sólo para descubrir que éstos ya no querían dirigirle la palabra. Emilio no entendió por qué, pero el motivo es claro: a ellos les había bastado con mirarlo, gordo y desaseado, para comprender cuán injusto había sido él con su buena esposa María. ¡Con razón se había comido ella las hojas venenosas!

Emilio tuvo que resignarse y abandonar su intento de ganar dinero a costa del fenómeno en el cuarto de tejido. Pero ¿qué debía hacer entonces al respecto? ¿Dejarlo así?

A fin de decidirse, el hombre entró a la habitación una vez más. Bajar la persiana: eso serviría. Extinguir la luz que daba vida a los invasores.

Apartando el follaje de su cara, Emilio se dirigió a la ventana. Ante él pasaron volando algunas libélulas y mariposas, y en un rincón le pareció ver una pequeña serpiente. ¡Genial! ¡Lo que hacía falta para completar el panorama!

Ah, allí estaba la ventana. Emilio estiró los brazos hacia la correa de la persiana...

A su izquierda se oyó un gruñido. El gruñido de un animal grande. Emilio se puso tieso, mientras el sudor le corría por la espalda y las axilas. La cosa se acercaba sigilosamente, moviendo un poco las hojas que lo escondían. Pronto estaría sobre él.

Emilio bajó la persiana con tres rápidos tirones y huyó de la habitación. Apenas cerró la puerta, algo la golpeó desde adentro. El hombre había escapado... por muy poco.

(Continuará...)

Gissel Escudero

http://elmundodegissel.blogspot.com/ (blog humorístico)

http://la-narradora.blogspot.com/ (blog literario)

La habitación que nadie limpiabaWhere stories live. Discover now