Sabía que estaba capacitado para el puesto. Sus años de experiencia le habían dado aquello pero, ¿por qué él? ¿Por qué no otro? Eso se lo preguntaba el pobre hombre de treinta y dos años, cual no daba crédito que al fin le hubiesen llamado para tratar a cierto paciente de dicho lugar.

Con cierta cobardía por la desmesurada y amenazante entrada, John atinó el primer paso de muchos que lo llevaron pronto hacía la sala de estar. Ahí, tras el sonido de las teclas andar, una mujer demacrada por el paso de los años ya lo esperaba sonriente al verle pasar.

—Buenos días. —Ella fue quien le saludó primero—. ¿Es usted el Doctor Millers, no es cierto?

—Me han contratado ayer por la tarde. El correo decía que hoy sería mi primer día.

La mujer tomó su teléfono con disimulo mientras le miraba.

—Tome asiento, por favor. El Doctor Sandlers vendrá por usted en no menos de un minuto.

John no dijo nada más y aún embobado por la magnifica y profesional forma de hacerle esperar, hizo caso a lo que le dictaban. En silencio, tomó asiento no muy lejos de donde aquella mujer seguía con su trabajo acumulado y esperando, no pudo evitar soltar aquella sonrisa que se le había pegado de lado a lado desde el amanecer.

Es decir, ¿quién no sonreiría? Conseguiría uno de los puestos por el que muchos peleaban. Según recordaba, a la entrevista a cual había asistido la semana pasada, habían acudido entre treinta y cuarenta personas que parecían aún más viejas que él. John se estremeció al no creer lo que le estaba pasando. «¿Sería este solo un sueño?», pensaba. ¡Qué sueño más increíble!

—¿Doctor Millers? —Una voz a su espalda lo espabiló de pronto, sacándolo de sus confiadas sonrisas y presumido porte—. Siento el retraso, estaba en una junta importante.

Millers posó sus ojos en quien le recibía. Aquel anciano pero bien conservado hombre no tendría más de sesenta y cinco años de edad. Su piel estaba algo manchada por el sol y aunque ya había perdido algo de cabello, se notaba que conservaba aún su dentadura entera.

—No se preocupe, no he esperado mucho. —John contestó tratando de ser cortes. La primera impresión debía ser importante, no quería obtener ningún enemigo en su primer día.

—Es bueno tenerle a bordo, Doctor Millers. ¿Gusta acompañarme? Tenemos poco tiempo y debo explicarle muchas cosas sobre su futuro trabajo —soltó el hombre mientras le hacía una seña para que lo siguiese y al fin empezaran a hablar de las cosas serias. Millers no se hizo del rogar y, con decisión de emprender nuevas experiencias, le persiguió ansioso por iniciar—. Aunque seguramente ya lo sabe, debe entender que aquí atendemos casos de demencia severa y que el trabajo no es fácil. No hay horario fijo, así que debe estar disponible las veinticuatro horas del día.

—Yo lo entiendo —respondió John contento—. Eso lo supe desde que me llamaron a mi oficina.

El Doctor Sandlers pareció divertirse con la réplica. Le parecía curioso que aquel varón joven estuviese tan entusiasta de entrar a aquel terrible lugar que a él le había regalado incontables jaquecas y pesadillas.

—Iré al grano, Doctor Millers. Su curriculum nos ha llamado la atención y su tesis sobre el coeficiente intelectual fue maravillosa. Ha sido por este último trabajo que creemos que es el hombre indicado para nuestra paciente especial.

—¿Paciente especial? —John soltó aquello justo cuando Sandlers se detenía frente a una puerta de hierro brillante.

—Ana Johnson, doce años de edad. Ataques paranoicos y síndromes postraumáticos.

Light BondWhere stories live. Discover now