Un día fuera de lo habitual

33 3 0
                                    

Dentro del barrio rico de una ciudad importante, la familia Willsermann era normal. Vivían en una casa grande y lujosa de diseño moderno, tenían a una mujer que trabajaba en las tareas del hogar doce horas al día, vestían solo ropa cara y no se relacionaban con alguien que tuviera una renta anual inferior a la suya. Robert era un rico empresario que, por sus horas de trabajo, no podía disfrutar el tener semejante casa, haberse casado, o haber tenido un hijo, pero que tampoco le importaba lo suficiente: el dinero daba menos disgustos. Agatha no necesitaba trabajar, y, la verdad, tampoco quería. Ya que su marido casi nunca estaba en casa, ya había tomado como rutina salir con sus amigas de similar renta a gastar lo que tenía, porque, si no, qué desperdicio. Matthew era de los más ricos del colegio, por lo que creía tener muchos amigos y ser muy capaz en sus estudios, aunque nada estaba más lejos de la realidad.

El día de su decimoséptimo cumpleaños se celebró una fiesta en casa que duró hasta algo después del turno de trabajo de Tamara, por lo que todo seguía sin recoger a pesar de que el último invitado se había ido hacía por lo menos media hora. La noche siguió su curso, nada distinto a lo habitual.

— ¡Es que estoy harto de que estés siempre encima de mí, mandándome todo lo que tengo que hacer y dejándome quedar mal delante de todos!

— ¡Lo hago porque tu padre nunca se ocupa de ti, siempre está fuera, y alguien tiene que hacerlo para que salgas recto! ¡Y no me rechistes porque soy tu madre!

— ¡Mamá, ya tengo dieci... —intentó contraatacar Matthew, hasta que ocurrió un suceso anormal en la rutina.

Sonó el timbre y Agatha levantó un dedo contra su hijo en señal de amenaza antes de ir a abrir la puerta.

— ¡Hola, señora Willsermann, buenas noches! —saludó con una voz animada y a la vez profunda el hombre de traje que estaba tras la puerta, sonriente incluso antes de que esta se abriera.— Mi nombre es Timothy Roywals y represento a la empresa de seguros de vida que tiene contratada su marido.

— Hola, señor Roywals —contestó ella escrutando al hombre sin ocultar un pelo su lascivia—. ¿Ha venido usted antes por aquí alguna vez?

El hombre se rio nerviosamente, pero sin mostrar gran incomodidad. Respondió una negativa con la que pretendía más lucirse en vocabulario que dar una respuesta clara. Matthew, que escuchaba la conversación con la furia con la que lo hace un hijo que sabe que su madre engaña con frecuencia a su padre, se sobresaltó al oír un ruido que venía del piso superior.

— Mamá —los interrumpió, causando un suspiro por parte de Agatha y que el hombre saludara a Matthew demostrando no haberse dado cuenta de su presencia antes—. Acabo de oír un ruido de arriba.

Ella chasqueó la lengua y se dio la vuelta antes de excusar a su hijo por su edad y su "semi-orfandad". Él, por su parte, repitió con un poco más de énfasis su mensaje, y al recibir una respuesta similar estalló, aunque no por el valor que pudiera tener para él la atención de su madre, sino por el orgullo herido.

— ¡Muy bien! ¡Haz lo que quieras, pero yo me voy de aquí, porque ya estoy harto de que aún por encima de engañar a papá te gastes su dinero en ropa y mierda y aún por encima te creas que puedes ignorarme! ¡Me voy!

Mientras la madre le decía que bajase la voz, el hombre miraba con el sombrero puesto a los lados y Matthew se fue airado, despidiéndose con un golpe hombro con hombro con el agente de seguros.

— ¡Oye, Matthew! ¡No me hables así, que soy tu madre, y no trates así a los invitados! —suspiró de nuevo antes de negar con la cabeza, cambiar de nuevo su expresión y dar a entender que estaba enfadada y no alegre por estar sola en casa.— Lo siento mucho, señor Roywals, ya sabe cómo es la adolescencia. Pase, que le sirvo un café.

Timothy accedió encantado a la invitación, aceptando las disculpas de Agatha por el desorden que montó su niño, "que el pobre no tiene padre y quiere llamar la atención". Se sentó en el sofá a esperar la bebida.

— ¿Y cuál es el motivo de su visita, señor Roywals?

— Oh, llámeme Tim. Simplemente necesito que me firme unos papeles relativos a un cambio de términos de privacidad que casi no le afectan. Ya sabe cómo es la burocracia.

Ella no tardó en sentarse con los cafés muy pegada a él para firmar todos los papeles que este le señalaba.

— Vaya, y ha tenido que desplazarse a estas horas solo para eso...

El tono que empleó Agatha fue tan sugerente que Timothy decidió dejar de pensar en otra cosa más que en arrastrar a aquella mujer a la cama de su marido y hacerle todo lo que se le pasase por la cabeza en el momento; por tanto, suficiente para ignorar cualquier otro ruido que pudiese venir del piso de arriba. No iba a ser su marido, porque estaba en otro país. No iba a ser su hijo, que se había ido y no iba a volver por el momento. ¿Qué más daba entonces?

Poco después, Lance salió del despacho con tranquilidad y cerró la puerta tras de sí. Comprobó de nuevo que las luces de las cámaras de seguridad indicaban que estaban apagadas, aunque no se preocupó mucho por ello. Además, si nadie había reaccionado a todo el ruido que había hecho hasta entonces, no lo iban a hacer en ese momento.

— ... sí, Tim, así, no pares de...

Sin necesidad de inmutarse mientras pasaba por delante de aquella puerta abierta de par en par, bajó las escaleras y observó los dos cafés solos sin empezar. No dudó en beberlos de un trago cada uno.

Fue justo después a la puerta de entrada de la casa y cerró desde dentro con las llaves que estaban en la mesa del recibidor, antes de volver a dejarlas en su sitio con calma y advirtiendo que uno de sus guantes empezaba a romperse por la parte más cercana al brazo, en el dorso de la mano. ¿Por qué por el dorso? ¿Qué sentido tenía que fuera el dorso y no la palma? Negando con la cabeza, volvió sobre sus pasos para subir las escaleras, entró en la habitación, degolló desde detrás al hombre y, entre los gritos de la mujer y su intento de tirarle una lámpara, le dio un puñetazo en el estómago y después también la degolló. Volvió a mirar su guante, percibiendo que estaba un poco más roto. Tenía sentido, teniendo en cuenta que eran de látex. Tendría que comprar otros para la siguiente.

Sacó su móvil y marcó un número mientras miraba el guante roto con lástima.

— Hola, mire, soy Lance, el que... sí, ya está. ... A ver, estaba la luz apagada, no pude distinguir mucho, pero sí le puedo decir que se llamaba Tim y que lo hacía muy bien. ... Es más que evidente. Los dejé a los dos sobre la cama y están desnudos. ... No se preocupe, que tiene coartada. Buenas noches y gracias por la confianza, señor Willsermann.

2 - Un día fuera de lo habitualUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum