El zumbido pasó a ser un silbido desgarrador poco después. Pronto hubo cortado todo otro ruido adyacente. El sonido llegaba con vibración, pero de algo no cabía duda: se aproximaba. La luz penetró en sus párpados y abrió los ojos. Olivia sintió como su sombra se alargaba delante suya, a contraluz, y se le pusieron los pelos de punta.

Salió de la casa del árbol al tiempo que el ahora rugido atronador parecía surcar por encima de su cabeza.

Es un avión, pensó, pero la cercanía terrible indicaba claramente lo contrario.

El roble no era el árbol más alto, pero por suerte ganaba en altura a la mayoría. Olivia recorrió la plataforma que rodeaba la casa, con cuidado de donde se apoyaba, para tratar de localizar de dónde provenía aquel horroroso estruendo antes de decidir la dirección en la que debía correr.

Se quedó en seco. Entre las ramas, más allá de la espesura de las copas de los árboles, creyó ver un una gran estela de luz. El resplandor iluminó el horizonte, las hojas y el suelo, un instante antes de perderse por completo.

Algo estaba cayendo. Un meteorito.

El estallido le llegó pocos segundos después. Debió de haber roto la barrera del sonido porque Olivia sintió toda la estructura de la casa, la plataforma y hasta del propio árbol retorcerse ante el aterrizaje. Ella se tapó los tímpanos como pudo chilló, aunque su alarido quedó mudo ante la explosión.

Después, silencio.

Olivia no dudó en echar a correr hacia donde se había producido el impacto. Algo desde lo más profundo de su cerebro le gritaba que era lo más correcto, lo necesario.

Cruzó la línea del robledal, con la vista fija en el punto donde calculaba que el cuerpo habría aterrizado, y pronto llegó a campo abierto, donde se situaban las parcelas de plantación. Una columna de humo la esperaba arremolinándose hacia el cielo, alzada por el viento de principios de noviembre. Había algo chispeante en el ambiente. Olivia pudo sentir la sensación anómala que le estaban transmitiendo los cables de alta tensión de las torres telefónicas sobre su cabeza.

Pareció un rato eterno, en el cual el meteorito daba la sensación de alejarse con cada zancada que daba. Las zapatillas se le hundían en la tierra azada. Olivia no era una niña muy atlética, y pronto se encontró maldiciendo por lo bajo. Pero no se detuvo.

Para ella el momento en el que alcanzó la cúspide del desastre fue casi irreal. Descubrió que aquello que se levantaba hacia el cielo no era humo, sino polvo de la tierra. El boquete en el suelo le acabó de drenar la energía y sintió el bajón de adrenalina.

No se atrevía a acercarse. No se atrevía a mirar adentro.

No parecía que el meteorito fuera a causar ningún incendio. No veía fuego. Aquello era bueno, se dijo. El agujeraco en el suelo ya no tanto. Por lo demás, estaba lo que fuera que hubiera caído. Venía de muy alto, eso estaba claro, pero no lo parecía.

Olivia sopesó, con los tobillos ardiéndole y la nueva situación golpeándole en la cabeza, qué debía hacer ahora. No quería quedarse por más tiempo, aquello era peligroso y lo sabía. Es más, aún no entendía por qué había decidido caminar hasta allí.

Pero en el fondo Olivia sabía que algo en lo profundo de su mente necesitaba aferrarse, necesitaba creer que por fin algo iba a suceder.

Asomó la cabeza por el cráter del impacto, con el corazón latiéndole a mil y los puños apretados en torno a nudillos irritados. Podía oir la arena chamuscada crepitar, mientras detrás suya los sonidos del bosque volvían a la normalidad. Esperó visualizar el cuerpo rocoso de un asteroide o de basura espacial recortado contra la tierra.

Mas la silueta mostró la de otra cosa.

Una persona.

El polvo se disipaba cada vez más deprisa. El agujero ya no parecía tan hondo. Olivia empezó a descender en su dirección. La figura, tumbada de costado, se empezó a distinguir con más claridad.

Un niño, susurró bajo el aliento y no podía ni creérselo.

Casi al momento después, como si hubiera escuchado la llamada, la persona dentro del cráter pareció removerse. Olivia captó un débil quejido ronco y reprimió una exclamación. Algo surgía de detrás de la espalda del chico del suelo.

Olivia pensó que debía de ser el polvo, que se le había metido en los ojos, que el frío, la oscuridad y las circunstancias la estaban haciendo delirar. Quizás se había quedado dormida de vuelta en la casita del árbol y todo esto no era más que un simple sueño. Olivia pensó muchas cosas, pestañeó repetidas veces, pero la imagen cada vez se hacía más nítida y no cambiaba.

Alas.

Un ángel.

Two Birds 🏹Dark PitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora