Me sorprendió que Carla sonriese al verme. Incluso me dio un beso para saludarme.

–      Sarah échales sirope de fresa, ya verás como saben genial – me dijo ella en referencia a los gofres.

Carla untó los bollos con sirope de fresa, casi hasta sumergirlos. No tardé en deducir que era una gran aficionada al dulce.

Al igual que su padre y sus M&Ms.

Sonreí. Y después me pregunté cuánto tiempo duraría el cariño de Carla…

La hija de John iba vestida de uniforme. Llevaba una falda tableada de cuadros rojos sobre fondo negro y unas medias grises con zapato de vestir oscuro. En su jersey llevaba bordado el escudo del carísimo colegio donde estudiaba el bachillerato.

No pude evitar acordarme de la serie Gossip Girl. Y acto seguido se me pusieron los pelos de punta al imaginarme a Carla metida en un lío a lo Serena Van der Woodsen.

Le dio un beso a su padre antes de marcharse de la cocina con su bolso y su carpeta.

–      Hasta esta tarde – me dijo a mí.

John aprovechó un momento en el que Brigitte se había marchado de la cocina para acariciarme el cuello con una de sus manos.

Aquello me pilló desprevenida, arrancándome un suspiro. Después sentí cómo se me erizaba la piel con el roce de sus dedos.

Cuando terminamos de desayunar, yo había pensado en quedarme en la planta baja y esperar a que John se duchase y se cambiara de ropa.

Miré el reloj, ya eran las ocho menos cuarto de la mañana y allí estábamos todavía. Pensé que sería la primera vez en tres años que llegaba tarde a trabajar.

Entonces John me dijo:

–      Sube, te enseñaré mi dormitorio y podrás esperar allí.

Mientras seguía a John hacia el ascensor, sentí de pronto una tremenda curiosidad por conocer el lugar donde dormía.

Cuando las puertas se abrieron, entramos en una especie de despacho, con las paredes forradas en madera oscura y muy brillante. Había un gran ventanal que iluminaba una extensa mesa, también de madera oscura y elegante, en la cual había tres ordenadores portátiles abiertos. Uno personal, uno adiviné que era de Terrarius y el otro era un MacBook plateado.

Sorprendida, contemplé la mayor estantería que había visto en toda mi vida.

La pared que separaba aquel despacho del dormitorio, estaba cubierta entera por estantes cargados de libros, clasificados cuidadosamente según la colección, la temática y el autor.

Sin duda, John era un hombre muy ordenado.

–      Ven por aquí, Sarah – me indicó él desde la puerta que daba paso a su dormitorio real.

Caminé despacio, y allí encontré una cama de matrimonio cubierta con una colcha lisa de color azul oscuro. Muy sobrio y austero en cuanto a decoración.

Las mesillas guardaban la estética, también eran de madera oscura y combinaban con el despacho exterior.

–      Voy a ducharme, puedes coger lo que quieras… Estás en tu casa – me dijo con una sonrisa.

Yo también le sonreí. Después le vi desaparecer tras una puerta blanca que supuse, daría paso al baño.

Repentinamente, algo especial me llamó la atención. Me aseguré de que John continuaba en el servicio antes de acercarme a una foto que había, cuidadosamente enmarcada en plata, encima de la cómoda.

Rozando el cielo © Cristina González 2014 //También disponible en Amazon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora