El Indicio

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PARTE UNO:

Aurora Dyamandarilaen despertó a las siete y media de la mañana sobresaltada por una pesadilla.

Un mensaje de su mejor amigo brillaba intermitente en la pantalla. La ventana no dejaba entrar luz, ya que las persianas estaban cerradas, como durante todas las lunas llenas; era una costumbre instaurada por sus padres desde muy temprana edad. Le habían dicho que era necesario dormir con todas las luces apagadas, eso incluía la proyección de la luz lunar sobre su almohada. Sin embargo, en momentos así, la oscuridad que había en su habitación era por de más engañosa; sentía que eran apenas las cinco de la mañana. Observó el techo ornamentado durante diez minutos, mientras trataba de procesar el trauma de estar despierta. Se preguntó entonces si había sido mala idea que vivieran en casa de su abuela desde que tenía memoria; el armatoste de tres pisos no solo era inmenso, sino que además estaba demasiado decorado, era la trampa perfecta para alguien con su capacidad de distracción, los rosetones y molduras parisinas que adornaban el blanco techo, habían llamando siempre su atención con sus curvas y volutas inesperadas en las conchas y hojas moldeadas en estuco en cada esquina de su alcoba; parecían constantemente estar cambiando de forma, era posible descubrirles algo nuevo cada vez que las miraba; de todos modos, ¿cómo era posible para ella apreciar todo eso?, si la habitación se encontraba apenas iluminada por la vaporosa luz proveniente quizá de la habitación de Elliot - su hermano mayor - pensó. Estuvo a apunto de sucumbir ante el sueño, cuando al dar un giro para acomodarse notó que la cama no tenía mayor extensión; lo siguiente que pudo oir fue el estrépito de su frente chocando contra el suelo recubierto de madera, se incorporó con dificultad y estiró su brazo para alcanzar el artefacto al lado de su almohada, ahora sí dispuesta a leer lo que decía el mensaje.

Hace años atrás, había convencido a Vincent de enviarle mensajes cada mañana para que ella pudiera despertar a tiempo y ambos pudieran ir juntos a estudiar; sin embargo, desde hace un par de meses, había días en que los mensajes no llegaban hasta media hora después de lo habitual, a modo de disculpa. Debió intuir por las tres llamadas perdidas, que ese era uno de esos días.

-Aru, anoche tuve fiebre y no dormí casi nada. Perdón - leyó aún con los ojos somnolientos "emisor: Vinc".

- Pero qué demonios... - farfulló ansiosa y se puso de pie a prisa en dirección al lavabo para ver si el agua fría la ayudaba a terminar de despertar.

Le dolían los huesos, como si hubiera dormido en el suelo; sentía el rostro algo tenso, pensó que se debía al estrés de saber que llegaría tarde a la escuela, además del frentazo que le había dado hace tan solo unos minutos al suelo sobre el que ahora caminaba de manera frenética.

Durante los primeros años anteriores a su primera transformación, los lobos manifiestan dolor de huesos, la cara tensa, más sueño de lo normal e incluso algunos dicen haber sentido escozor en las encías, como cuando a un bebé le saldrán dientes nuevos. Esto es sabido hasta por los habitantes más novatos en Iyzgard, la tierra de los lobos, quienes crecen siendo advertidos por sus padres de los malestares. Pero ella había crecido lejos de la tierra que la había visto nacer, ahora estaba atareada pensando en qué podrían hacer Nat y ella para poder verse más durante el verano; ya que ella vivía lejos, solía extrañarla con frecuencia. Pensaba algo entusiasmada en que tal vez era una buena oportunidad para disfrutar con Vincent y Nat lo que les quedaba de etapa escolar, disfrutar su proximidad a la juventud y quizá tomarse en serio lo de pensar qué quería hacer en su futuro. Se arrastró como pudo hasta el baño y empezó a cepillarse.

Se miró al espejo con marco dorado por unos segundos. Su inusual cabello blanco caía una y otra vez sobre su rostro sin que pudiera hacer mucho para sujetarlo. Sus padres le habían dicho que era un lunar de linaje, sin embargo, eso parecía más que imposible, ya que sus hermanos no tenían rastro alguno de dicho lunar familiar; cada vello en su cuerpo era blanco lo cual significaría que el lunar abarcaba como mínimo toda su humanidad.

Huida.Where stories live. Discover now