43: ¡Estamos vivos!

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Cuando comencé a disfrutar del paseo , consideré seriamente en tener un fenix tana sombroso como Fawkes, pero terminó cuando los cinco fuimos saltando al suelo mojado junto a Myrtle la Llorona, y mientras Lockhart se arreglaba el sombrero, el lavabo que ocultaba la tubería volvió a su lugar cerrando la abertura.
Myrtle nos miraba con ojos desorbitados.
—Estás vivo —dijo a Harry sin comprender.
—Pareces muy decepcionada —respondió serio, limpiándose las motas de sangre y de barro que tenía en las gafas.
—No, es que... había estado pensando. Si hubieras muerto, aquí serías bienvenido. Te dejaría compartir mi retrete —le dijo Myrtle, ruborizándose de color plata.
—¡Oh vamos!—exclamé limpiándome la sangre que tenía en la frente—. ¿A él si le compartirías el retrete? ¡Chicas antes que chicos Myrtle!
—¡Uf! —dijo Ron, cuando salimos de los aseos al corredor oscuro y desierto—. ¡Harry, creo que le gustas a Myrtle! ¡Ginny, tienes una rival!
—Ron, estoy así de cerca—dije juntando mis dedos haciendo que casi se tocaran—. De convertirte en una araña si no te callas—dije viendo a Ginny que por su rostro seguían resbalando unas lágrimas silenciosas.
—Muy bien, muy bien ¿Adónde vamos? —preguntó Ron, mirando a Ginny con impaciencia. Harry señaló hacia delante.
Fawkes iluminaba el camino por el corredor, con su destello de oro. Lo seguimos a grandes zancadas, y en un instante nos hallamos ante el despacho de la profesora McGonagall.
Harry llamó y abrió la puerta.
Hubo un momento de silencio cuando Harry, Ron, Ginny, Lockhart y yo aparecimos en la puerta, llenos de barro, suciedad y, bueno yo y Harry llenos de sangre. Luego alguien gritó:
—¡Ginny!
Era la señora Weasley, que estaba llorando delante de la chimenea. Se puso en pie de un salto, seguida por su marido, y se abalanzaron sobre su hija.
El profesor Dumbledore estaba ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto a la profesora McGonagall, que respiraba con dificultad y se llevaba una mano al pecho. Fawkes pasó zumbando cerca de Harry para posarse en el hombro de Dumbledore. Sin apenas darme cuenta, estaba siendo engullida en los brazos de la señora Weasley junto con Harry y Ron.
—¡La habéis salvado! ¡La habéis salvado! ¿Cómo lo hicisteis?
—Creo que a todos nos encantaría enterarnos —dijo con un hilo de voz la profesora McGonagall, avanzó a grandes zancadas hacia mi e hizo algo completamente inesperado, me abrazó, fueron solo un par de segundos pero sonreí y la abrase de vuelta.
—Gracias, profesora—murmure
Harry acercó a la mesa y depositó encima el Sombrero Seleccionador, la espada con rubíes incrustados y lo que quedaba del diario de Ryddle.
Harry empezó a contarlo todo. Habló durante casi un cuarto de hora, mientras los demás lo escuchaban absortos y en silencio. Contó lo de la voz que no salía de ningún sitio; y que obviamente yo también escuchaba, Dumbledore me vio con curiosidad en esa parte, que Hermione como yo habíamos comprendido que lo que nosotros oíamos era un basilisco que se movía por las tuberías; que seguimos a las arañas por el bosque; que Aragog nos había dicho dónde había matado a su víctima el basilisco; que había adivinado que Myrtle la Llorona había sido la víctima, y que la entrada a la Cámara de los Secretos podía encontrarse en los aseos...
—Muy bien —señaló la profesora McGonagall, cuando Harry hizo una pausa—, así que averiguasteis dónde estaba la entrada, quebrantando un centenar de normas, añadiría yo. Pero ¿cómo demonios conseguisteis salir con vida?
Así que Harry, con la voz ronca de tanto hablar, les relató la oportuna llegada de Fawkes y del Sombrero Seleccionador, que le proporcionó la espada. Pero luego titubeó. Había evitado hablar sobre la relación entre el diario de Ryddle y Ginny. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de su madre, y seguía derramando silenciosas lágrimas por las mejillas. ¿Y si la expulsaban?, pensó Harry aterrorizado. El diario de Ryddle no serviría ya como prueba, pues había quedado inservible... ¿cómo podríamos demostrar que era el causante de todo?, Harry me miró a mi buscando una solución, por lo que yo vi a Dumbledore, y éste esbozó una leve sonrisa. La hoguera de la chimenea hacía brillar sus lentes de media luna.
—Lo que más me intriga —dijo Dumbledore amablemente—, es cómo se las arregló lord Voldemort para embrujar a Ginny, cuando mis fuentes me indican que actualmente se halla oculto en los bosques de Albania.
Suspire aliviada.
—¿Qué... qué? —preguntó el señor Weasley con voz atónita—. ¿Sabe qui- quién? ¿Ginny embrujada? Pero Ginny no ha... Ginny no ha sido... ¿verdad?
—Fue el diario —dije inmediatamente, disculpando a Ginny y tomando el diario—. Ryddle lo escribió cuando tenía dieciséis años.
Dumbledore cogió el diario que sostenía y examinó minuciosamente sus páginas quemadas y mojadas.
—Soberbio —dijo con suavidad—. Por supuesto, él ha sido probablemente el alumno más inteligente que ha tenido nunca Hogwarts. —Se volvió hacia los Weasley, que lo miraban perplejos—. Muy pocos saben que lord Voldemort se llamó antes Tom Ryddle. Yo mismo le di clase, hace cincuenta años, en Hogwarts. Desapareció tras abandonar el colegio... Recorrió el mundo..., profundizó en las Artes Oscuras, tuvo trato con los peores de entre los nuestros, acometió peligros, transformaciones mágicas, hasta tal punto que cuando resurgió como lord Voldemort resultaba irreconocible. Prácticamente nadie relacionó a lord Voldemort con el muchacho inteligente y encantador que recibió aquí el Premio Anual.
—Pero Ginny —dijo la señora Weasley—. ¿Qué tiene que ver nuestra Ginny con él?
—¡Su... su diario! —dijo Ginny entre sollozos—. He estado escribiendo en él, y me ha estado contestando durante todo el curso...
—¡Ginny! —exclamó su padre, atónito—. ¿No te he enseñado una cosa? ¿Qué te he dicho siempre? No confíes en cosas que tengan la capacidad de pensar pero de las cuales no sepas dónde tienen el cerebro. ¿Por qué no me enseñaste el diario a mí o a tu madre? Un objeto tan sospechoso como ése, ¡tenía que ser cosa de magia negra!
—No..., no lo sabía —sollozó Ginny—. Lo encontré dentro de uno de los libros que me había comprado mamá. Pensé que alguien lo había dejado allí y se le había olvidado...
—La señorita Weasley debería ir directamente a la enfermería —terció Dumbledore con voz firme—. Para ella ha sido una experiencia terrible. No habrá castigo. Lord Voldemort ha engañado a magos más viejos y más sabios. —Fue a abrir la puerta—. Reposo en cama y tal vez un tazón de chocolate caliente. A mí siempre me anima —añadió, guiñándole un ojo bondadosamente—. La señora Pomfrey estará todavía despierta. Debe de estar dando zumo de mandrágora a las víctimas del basilisco. Seguramente despertarán de un momento a otro.
—¡Así que Hermione está bien! —dijo Ron con alegría.
—No les han causado un daño irreversible —dijo Dum bledore.
La señora Weasley salió con Ginny, y el padre iba detrás, todavía muy impresionado.
—¿Sabes, Minerva? —dijo pensativamente el profesor Dumbledore a la profesora McGonagall—, creo que esto se merece un buen banquete. ¿Te puedo pedir que vayas a avisar a los de la cocina?
—Bien —dijo resueltamente la profesora McGonagall, encaminándose también hacia la puerta—, te dejaré para que ajustes cuentas con los tres.
—Eso es —dijo Dumbledore.
Salió, y miramos a Dumbledore dubitativos. ¿Qué había querido decir exactamente la profesora McGonagall con aquello de «ajustar cuentas»? ¿Acaso nos iban a castigar?
—Creo recordar que os dije que tendría que expulsaros si volvíais a quebrantar alguna norma del colegio —dijo Dumbledore.
Ron abrió la boca horrorizado.
—Lo cual demuestra que todos tenemos que tragarnos nuestras palabras alguna vez —prosiguió Dumbledore, sonriendo—. Recibiréis ambos el Premio por Servicios Especiales al Colegio y... veamos..., sí, creo que doscientos puntos para Gryffindor por cada uno.
Ron se puso tan sonrosado como las flores de San Valentín de Lockhart, y volvió a cerrar la boca.
—¡Laila Scamander!—oí un gritó, hice un raro sonido, como a un gato a quien le pisan la cola y corrí, poniéndome abajo del escritorio de Dumbledore, asustada.
—¡Laila! ¡Laila ven en este instante!—pude reconocer esa voz donde fuera; era la abuela Tina. Dumbledore apareció en mi campo de vista, inclinándose en donde yo estaba en posición fetal.
—¿Siguen allí?—pregunté con voz amortiguada.
—Me temo que si, señorita Scamander—respondió Dumbledore con una amable sonrisa.
Haciendo una mueca, salí lentamente de mi escondite, viendo con una inocente sonrisa a mis abuelos. Dando una risita nerviosa.
—Aham...hola—dije.
Mis abuelos no dudaron en correr a abrazarme, mi abuela vio horrorizada mis moretones y la sangre de la herida en mi cabeza, mientras que mi abuelo me ponía las manos en las mejillas.
—Por Merlín—susurró abuela Tina.
—Eh...este...¿Por que están aquí? ¿En un día completamente normal en Hogwarts?
–No nos has escrito en meses, Laila, luego escuchamos las noticias que niños están siendo petrificados. Y recibimos un mensaje de la Profesora McGonagall que nuestra nieta está perdida!
—Si lo dicen así; suena muy feo.
—Laila...Oh Laila me tenias tan preocupado—dijo mi abuelo Newt abrazándome aliviado.
—Estoy bien, tranquilo.
—No puedo perderte, cariño.
—Si no fuera por Harry no estaría viva—les dije, mis abuelos se dieron la vuelta y ambos vieron a Harry.
—¿Potter?—preguntó mi abuela Tina, y Harry asintió—. Gracias, mi niño.
—Pero hay alguien que parece que no dice nada sobre su participación en la peligrosa aventura —añadió Dumbledore—. ¿Por qué esa modestia, Gilderoy?
Me había olvidado por completo de Lockhart. Vi que estaba en un rincón del despacho, con una vaga sonrisa en el rostro. Cuando Dumbledore se dirigió a él, Lockhart miró con indiferencia para ver quién le hablaba.
—Profesor Dumbledore —dijo Ron enseguida—, hubo un accidente en la Cámara de los Secretos. El profesor Lockhart..
—¿Soy profesor? —preguntó sorprendido—. ¡Dios mío! Supongo que seré un inútil, ¿no?
—Usted lo ha dicho—asentí con la cabeza.
—... intentó hacer un embrujo desmemorizante y el tiro le salió por la culata —explicó Ron a Dumbledore tranquilamente.
—Hay que ver —dijo Dumbledore, moviendo la cabeza de forma que le temblaba el largo bigote plateado—, ¡herido con su propia espada, Gilderoy!
—¿Espada? —dijo Lockhart con voz tenue—. No, no tengo espada. Pero este chico sí tiene una. —señaló a Harry—. Él se la podrá prestar.
—¿Te importaría llevar también al profesor Lockhart a la enfermería? Y Newt y Tina, ¿serían tan amables de esperar afuera?— dijo Dumbledore—. Quisiera tener unas palabras con Harry y Laila
Mi abuela pareció querer protestar, pero mi abuelo asintió y le puso una mano en el hombro a mi abuela Tina antes de salir.
Lockhart salió también. Ron nos miró con curiosidad mientras cerraba la puerta.
Dumbledore fue hacia una de las sillas que había junto al fuego.
—Siéntense —dijo, y tome asiento al lado de Harry —. Antes que nada, quiero darles las gracias —dijo Dumbledore, parpadeando de nuevo—. Deben de haber demostrado verdadera lealtad hacia mí en la cámara. Sólo eso puede hacer que acuda Fawkes.
Acarició al fénix, que agitaba las alas posado sobre una de sus rodillas. Sonreí viendo al fenix pero mi sonrisa se convirtió en una mueca cuando recordé lo que había dicho.
Dicho
El fenix me había hablado.
—Así que han conocido a Tom Ryddle —dijo Dumbledore pensativo—. Imagino que tendría mucho interés en verte, Harry.
De pronto, Harry mencionó algo que le reconcomía:
—Profesor Dumbledore... Ryddle dijo que yo soy como él. Una extraña afinidad, dijo...
—¿De verdad? —preguntó Dumbledore, mirando a un Harry pensativo, por debajo de sus espesas cejas plateadas—. ¿Y a ti qué te parece, Harry?
—¡Me parece que no soy como él! —contestó Harry, más alto de lo que pretendía—. Quiero decir que yo..., yo soy de Gryffindor, yo soy...
Pero calló. Resurgía una duda que le acechaba. Ya basta, Laila, no le lees la mente.
—Profesor —añadió después de un instante—, el Sombrero Seleccionador me dijo que yo... haría un buen papel en Slytherin. Todos creyeron un tiempo que yo era el heredero de Slytherin, porque sé hablar pársel...
—Tú sabes hablar pársel, Harry —dijo tranquilamente Dumbledore—, porque lord Voldemort, que es el último descendiente de Salazar Slytherin, habla pársel. Si no estoy muy equivocado, él te transfirió algunos de sus poderes la noche en que te hizo esa cicatriz. No era su intención, seguro...
—¿Voldemort puso algo de él en mí? —preguntó Harry, atónito.
—Eso parece.
—Así que yo debería estar en Slytherin —dijo Harry, mirando con desesperación a Dumbledore—. El Sombrero Seleccionador distinguió en mí poderes de Slytherin y...
—Te puso en Gryffindor —dijo Dumbledore reposadamente—. Escúchame, Harry. Resulta que tú tienes muchas de las cualidades que Slytherin apreciaba en sus alumnos, que eran cuidadosamente escogidos: su propio y rarísimo don, la lengua pársel..., inventiva..., determinación..., un cierto desdén por las normas —añadió, mientras le volvía a temblar el bigote—. Pero aun así, el sombrero te colocó en Gryffindor. Y tú sabes por qué. Piensa.
—Me colocó en Gryffindor —dijo Harry con voz de derrota— solamente porque yo le pedí no ir a Slytherin...
—Exacto —dijo Dumbledore, volviendo a sonreír—. Eso es lo que te diferencia de Tom Ryddle. Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades. —Harry estaba en su silla, atónito e inmóvil—. Si quieres una prueba de que perteneces a Gryffindor, te sugiero que mires esto con más detenimiento.
Dumbledore se acercó al escritorio de la profesora McGonagall, cogió la espada ensangrentada y se la pasó a Harry. Sin mucho ánimo, Harry le dio la vuelta y vio brillar los rubíes a la luz del fuego. Y luego vio el nombre grabado debajo de la empuñadura: Godric Gryffindor:
—Sólo un verdadero miembro de Gryffindor podría haber sacado esto del sombrero, Harry —dijo simplemente Dumbledore. Durante un minuto, ninguno de los dos dijo nada.
—Yo casi voy a Slytherin si eso te hace sentir mejor—dije con una sonrisa de lado.
—Espere...si yo escuchaba esa voz, por que Voldemort puso algo en mi...¿por que Laila podía escucharla también?—preguntó Harry confundido.
¡Diablos!
Abrí la boca sin saber que decir, Dumbledore sonrió y me miro a mi expectante, genial, yo tenía que admitirlo.
—Es por que no la oía—confesé—. Se como es escuchar voces que nadie más oye, Harry, no quería que te sintieras así, mentí. Lo siento.
Para mi sorpresa, Harry sonrió.
—Gracias, Laila...pero a que te refieres con escuchar voces?
Vi a Dumbledore, con dudas, Hermione ya lo sabía, y Harry...Harry era mi mejor amigo también podía decirselo, solo esperaba que no se espantara.
—Soy...soy una Legeremante, en el mundo mágico se conocen por...leer la mente naturalmente, es por eso que sabía lo que la voz decía, te leía la mente.
Harry pareció procesarlo por unos segundos, y la verdad que hasta para otros magos era raro pensar que una niña era una legeremante, después de un rato me miró con el ceño fruncido.
—¿Y no pudiste leerle la mente a Ryddle?
—Es un recuerdo, no una persona, no pude....¿así que me perdonas?
—Solo prométeme nunca leerme la mente.
—Lo prometo, palabra de honor. Pero señor, algo que no entiendo es...¿por que puedo entender el parsel? No lo hablo pero lo entiendo.
—¿Conoces a Morgana, Laila?–preguntó Dumbledore, sacando un caramelo de limón.
—Si, es la bruja más poderosa que existió y era la enemiga de Merlín, dicen que era una bruja oscura.
—Pero también sanadora,
hay dos caras de cada historia.
—¿Y esto que explica? No dirá que soy ahora la heredera de Morgana, cierto? Por que esto de los herederos...
—No, Laila, pero como le dije a Harry, Voldemort le dio una parte de él a Harry, eso, es solo una pequeñísima parte comparado a lo que Morgana te entrego a ti.
—De verdad estoy muy confundida y no se si es por hablar de Morgana o por la herida que tengo en mi cabeza y está sangrando.
Dumbledore abrió uno de los cajones del escritorio de la profesora McGonagall y sacó de él una pluma y un tintero.
—Lo que necesitan, es comer algo y dormir, sobre todo tú, Laila. Les sugiero que bajen al banquete, mientras escribo a Azkaban: necesitamos que vuelva nuestro guarda. Y tengo que redactar un anuncio para El Profeta, además —añadió pensativo—. Necesitamos un nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Vaya, parece que no nos duran nada, ¿verdad?
—Duran menos que un Escarbato sin sacar algo brillante.
Harry se levantó y se dispuso a salir. Pero apenas tocó el pomo de la puerta, ésta se abrió tan bruscamente que pego contra la pared y rebotó.
—Oh diantres...

Laila Scamander y El Heredero de SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora