Capítulo 12. Cartago

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Mientras tanto, la pelempira plegó su cuello desde el suelo y elevó la cabeza emitiendo un sonido extraño. Tras unos cuantos espasmos, vomitó en el suelo una bola pringosa de huesecillos y pelo. Gorjeó animada, mientras volteaba la cabeza para mirar a su dueño con aquel ojo enorme y brillante.

—Aquí —ordenó el jinete. La pelempira aleteó para subirse en su brazo forrado en cuero.

—Hipocornio —señaló. La pelempira observaba atentamente y emitía gruñidos guturales a modo de respuesta. El jinete la agarró del pico y le acercó las narinas al hocico del caballo, impregnado de rojo—. Huele. Sangre.

El pájaro parecía entender.

El jinete rodeó al caballo una vez más para que la pelempira se grabara bien su imagen, pues la montura había sido elegida específicamente por tener la misma capa de color que el hipocornio.

—Buscar, ¿sí? —Y le mostró un ramillete de hojas puntiagudas que se sacó del bolsillo—. En tierra de olivos. Metal.

Enseguida el animal reconoció las hojas de olivo y las asoció al Señorío a donde debía dirigirse, tal y como le habían enseñado en su entrenamiento. Finalmente, el jinete ató un cordel al frasquito de sangre casi vacío y se lo colgó a la hembra en el cuello. Le acarició la cabeza con cariño.

—Para que huelas si olvidas.

Ella alzó la cabeza como una garza y gorjeó ruidosamente. El humano silbó a modo de respuesta y chasqueó la lengua varias veces. Luego la lanzó al aire para que cogiera impulso y la pelempira abrió las alas. Se elevó en el cielo y aprovechó una corriente de viento para salir disparada hacia el sur, donde le esperaba la brisa salada de La Cicatriz.

El jinete la observó marchar mientras recogía sus cosas. Se montó nuevamente en la silla y pisó flancos con fuerza para iniciar el galope, en la misma dirección que había seguido el pájaro.

 Se montó nuevamente en la silla y pisó flancos con fuerza para iniciar el galope, en la misma dirección que había seguido el pájaro

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Buscador de la Tierra

—Oh, por Saica. Aquí viene, la antílopa.

Sadira se apoyó en el carro con gesto reprobador.

—Lamento haber tardado. Se me complicó la chamba —se disculpó Tonatiuh,

—¿Qué estabas haciendo que era tan importante? Me tienes aquí esperando como si fueras la puta Juana de Arco.

Pero no le dio tiempo a contestar.

—¡Dejad paso! ¡Dejad paso!

Sadira tuvo que apartar su carro rápidamente ante la imperiosa entrada de un vehículo negro de enormes ruedas y elegantes adornos dorados. Estaba dirigido por una mujer de traje y tirado por dos despampanantes purasangres de capa castaña, ambos equipados con cuero de filigrana amarilla. En la puerta del carro se podía leer el letrero de "Correos" y, en lo alto del techo, llevaba inscrito el número 12.

Relatos del barroWhere stories live. Discover now