La alimaña con perfume de puro y whiskey, miró a la hija del Duque como si realmente no se hubiera dado cuenta de que estaba presente; gesto ,que molestó aún más a la dama y que no tardó en demostrárselo a través de una de sus miradas más dañinas. Sin embargo, ese noble de mala vida tan sólo esbozó una sonrisa de fingida compasión, en respuesta. 

-No hay de qué preocuparse amigo, mi hijo Thomas la vigilará mientras nosotros conversemos. ¡Thomas! - un joven se acercó con pasos elegantes a la reunión improvisada, hundiendo su mirada traslúcida sobre los ojos grises de ese saqueador de instantes. 

-Dígame , padre.

-Esta niña es la hija de Duque de Devonshire, buen amigo mío, cuidarás de ella hasta que volvamos. No salgáis del recinto. 

El hijo, muy formal, aceptó la orden del general -nombrado "padre"- con un asentimiento de cabeza corto y firme.  

Gigi no sabía por qué motivo estaba más enervada. No sabía si era la forma en que se hombre había irrumpido en medio de un día que debía ser , a todo pronóstico, maravillosamente sensacional con su padre. O si, por otro lado, era la forma en que se había referido a ella -niña- cuando ya rozaba los catorce años. Pero de entre todas aquellas adversidades contra su perfecto y meticulado plan, la peor de todas era la de tener que quedarse bajo la vigilancia de un jovenzuelo que tenía toda la pinta de haber salido de Brighston antes de ayer. 

Lamentablemente, su piel porcelanosa no era lo suficiente porosa como para dejar salir la rabia escarlata a través de sus mejillas, y debía tragársela con ese sabor amargo que tenía. 

Obviamente, y sin lugar a dudas, no pensaba entablar conversación con su niñero; así que sin inmutarse ante la presencia del hijo de la "lagartija" , se giró nuevamente hacía el Doctor. Sintió como su cólera se filtraba por las raíces del cuero cabelludo, en cuanto descubrió que ese fantástico y erudito científico ya se había ido y , no había ni quedaba nadie, para resolver todas sus preguntas. 

Apretó sus puños y cruzó los brazos por delante de su pecho al tiempo que intentaba respirar hondo ,si no quería arremeter contra lo primero que se le pusiera por delante. Ante todo, debía guardar la compostura, en la medida que fuera posible. 

No sabía cuanto tiempo había durado su enajenación mental hasta lograr encontrar algo de calma,puesto que cuando se dio cuenta su -teóricamente- cuidador, ya había desaparecido tras multitud de microscopios y herramientas desconocidas. No era una joven dada a asustarse, pero quedarse sola en medio de una gran sala no era algo que le conviniese, la lógica por encima de cualquier cosa. 

-Espere, tal Thomas, espere.

Apresuró su paso haciendo repicar sus botines sobre el suelo amaderado y levantando su falda, hasta lo debido, para facilitar un paso ligero. 

Thomas alzó una ceja y la miró de reojo mientras ella se acercaba a su posición, no la había perdido de vista ni un segundo a pesar de haberse alejado. Primero, porqué su padre le había encargado su bienestar y, segundo, porqué era difícil no verla.

-Le rogaría que me avisase la próxima vez que decida avanzar- rogó en forma de exigencia ,Gigi ,mirándolo con hastío.

-Le ruego que me disculpe señorita, pero me ha parecido que estaba muy ocupada tratando de tragarse la bilis.

-¿Así que se ha dado cuenta?  ¡Hm! Bien, he hecho todo lo posible por ocultar mi descontento...-arregló ella esbozando una sonrisa tan falsamente pésima como el argumento que había dado. 

-Ya, me imagino- repuso él, sarcástico, apartando la mirada para concentrar su atención en un cigarro por encender y en uno de los libros que había encima de una gran mesa. 

Manto del firmamentoWhere stories live. Discover now