Capítulo 1

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Leia se acercó con un balde de agua fría y unos paños de tela desgastada. Sus manos temblaban ligeramente, una vibración sutil que denotaba su nerviosismo.
No, todo su cuerpo lo hacía, ocasionando que el agua de a ratos se cayera fuera del balde.

—Acá traje todo, creo —dijo en un hilo de voz. Su mirada no se posaba en mí ni en mi hermano. Solo miraba al suelo, deseando evadir la realidad.

—Gracias —susurré mientras tomaba rápidamente los elementos. Nael ardía en fiebre, su cuerpo temblaba y sufría espasmos por el frío. Cada contacto le provocaba temblores leves. Lloraba en silencio a causa del miedo y el dolor que emanaba su pecho. Hundí un paño en el agua fría y lo apoyé en su frente. Intentaba mantener la cordura a pesar de tener el corazón en la garganta—. Necesito que me traigas la pasta de caléndula y lavanda, le está costando respirar.

Sin dudar, Leia se encaminó hacia la mesa astillada en la pequeña habitación que compartíamos. Era pequeña, de madera y piedra, desgastada por el tiempo. La tenue luz de las velas crepitaba, un susurro constante que amenazaba con apagarse a causa del frío.

Escuché el sonido metálico y cristalino mientras revolvía entre los frascos de vidrio y los recipientes de madera, desesperada. Leia en momentos de presión se ponía aún más nerviosa de lo que ya era. Desde mi lugar podía escuchar el sonido de sus huesos temblando.

—No... no lo encuentro —habló desesperada y con lágrimas amenazantes.

—Mierda.

Me levanté y me dirigí a la mesa. Con una mirada le indiqué que cuidara de Nael. Me llevó diez segundos encontrar el pote transparente con una pasta blanquecina y puntos violetas. Me apresuré a arrodillarme frente a la cama de mi hermano. Destapé el frasco y hunté el contenido en su pecho, aplicando una leve presión y ejerciendo movimientos circulares. Él gimió levemente.

—Sh, tranquilo, todo va a salir bien —dije, elevando levemente las cejas en señal de lamento. Tragué saliva y, con ese acto, un nudo en el estómago—. En unos minutos el té va a hacer efecto y vas a poder dormir. Esto te va a aliviar el dolor. —Acaricé su frente y enredé mis dedos en su pelo enmarañado. Intenté brindarle una sonrisa calmante.

No dijo nada, solo asintió y tomó mi mano de su cabeza. Se me partió el corazón. Estaba desesperada. Hacía cinco días que se encontraba en el mismo estado y no mostraba indicios de mejoría. Había hecho de todo: jarabes, tés, cremas, comida con diferentes tipos de hierbas. Nada. No me quedaba nada.

Me quedé mirándolo en automático, con los movimientos circulares sobre su pequeño pecho. Su expresión se fue aliviando y de a poco cerró los ojos. Doce años. Solo tenía doce años. No podía morir, no. Le quedaba mucho tiempo más de vida.

La angustia subió por mi garganta, un amargo sabor que me impulsaba a actuar, a buscar desesperadamente una solución.

Esperé a que se quedara dormido y le dije a Leia que permanerciera a su lado. Me levanté sin perder más tiempo, sintiendo la urgencia creciente mientras me dirigía a la pila de libros al lado de la mesa de madera. Algo se me tenía que haber pasado, algo que no estaba viendo. Cualquier cosa. Necesitaba encontrar una cura para su estado, necesitaba curarlo.

Tomé el primer libro que vi, titulado Hierbas y flores curativas, volumen uno. Me lo sabía de memoria y era ridículo pensar que volver a leerlo iba a lograr que aparezca la solución mágicamente. Hojee sus páginas, sin leer nada y a la vez leyendo todo. Mi cabeza iba a mil por hora.

Mi hermano menor estaba muriendo.

—Ya revisaste ese libro hace un rato —susurró Leia entre sollozos, su compasión envolviendo sus palabras. No le hice caso, seguí buscando—. Tenés que quedarte con él, Aveline. Yo... —hizo una pausa—. Yo creo que no hay más nada que hacer —su voz se quebró.

SANGRE FORJADA | #1Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz