Capítulo 25. Mirando a Hades a los ojos.

Start from the beginning
                                    

—¡Fabio solo llevas los puños para enfrentar a ese cabrón! —gritó Jaime preocupado.

—Son todo lo que necesito. Te aseguro que disfrutaré obligándolo a dejarla en paz —rugió colérico. Jaime resopló con fastidio detrás suyo y comenzó a seguirlo. Fabio no le dedicó ni una palabra más, sus sentidos estaban puestos únicamente en Renata y en llegar cuanto antes a ella. Su marcha era imperiosa cuando bajó hacia la subterránea para recuperar su SUV.

 Su marcha era imperiosa cuando bajó hacia la subterránea para recuperar su SUV

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Renata estaba atada a una silla en el despacho de su madre. ¿Cómo había podido Fernando traicionarla así? No, mejor dicho, ¿por qué ella había confiado en él, en primer lugar? Nunca debió volver a aquella trattoria. Jaime le había advertido que quien la seguía podía tener allí mismo un cómplice, pues ahora pagaba las consecuencias de su inconsciencia.

La trattoria aún no abría para los clientes.

Fernando se había disculpado por el retraso con su orden y le ofreció una cerveza, ella la aceptó cómo siempre hacia. Después de apenas unos sorbos comenzó a sentirse mareada. Su lengua se adormeció y fue presa de un aturdimiento generalizado. Sus piernas perdieron la fuerza para sostenerla y apenas consiguió afianzarse de un taburete para evitar golpearse la cabeza.

—Ciao, bellisima...

La pesada silueta de un hombre vestido de negro se desplazaba como un macho predador hacia ella, se bajó la capucha que le ensombrecía el rostro y le sonrió con desprecio.

Renata le miró aterrorizada desde el suelo, en el que yacía sin poder moverse. Clavó sus ojos en Fernando quien volvía de la cocina. ¡Ayúdame! Gritó desesperada en su cabeza. El camarero se alzó de hombros y alargó su mano sobre la barra tomando un sobre que estaba por encima.

Renata sintió una irritante certeza descendiendo por su estómago, era Fernando el cómplice de su acosador. Y esa sombra que la había seguido y quien la atacó en el callejón eran el mismo: Guido Capone.

Durante algunas de sus ocasionales visitas a Italia, había tenido el disgusto de cruzarse con él y siempre le había quedado una desagradable sensación. Ahora tenía la certeza de que la repugnancia que le provocaba no era infundada.

Había sido muy ingenua al haberse dejado atrapar con tanta facilidad, pero el juego siempre puede cambiar si mueves ciertas piezas, pensó.

Ya no se sentía tan aturdida y reconocía el peligro en el que estaba. Decidió que jugaría la carta de la niña tonta, en espera de una oportunidad que le permitiera salir bien librada. El esgrima le había enseñado que siempre hay que observar al enemigo y descubrir sus debilidades. Guido Capone era su enemigo y ella tendría que derrotarlo.

La puerta se abrió y el desagradable hombre entró pavoneándose, caminó hasta ella y se recargó en el escritorio. Cruzó sus pies y le sonrió burlonamente.

—Tu prometido vendrá —anunció acercándose a ella, Renata dio un respingo cuando la recorrió una lasciva mirada el rostro y el cuerpo—. Deberíamos matar el tiempo mientras tanto —dijo acercándose más a ella—. Dame tu calor preciosa. Sé que lo pasarías bien conmigo —susurró con la voz cargada de deseo en su oído.

Nosotros... en el tiempo Where stories live. Discover now