Capitulo 17.Elisabetta

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..."Te sé de memoria y te repaso diariamente con mis ojos cerrados, con mi boca, con mis manos. Con mi cuerpo todo, con cada célula"... Jaime Sabines.

Fabio llegó cerca de la media noche a su casa, los preparativos para el repentino viaje a Veracruz  le entretuvieron más de lo que hubo calculado. El cansancio y la incertidumbre, le estaban pasando factura. Para terminar de poner mal las cosas, a pesar de que Silvia había puesto todo su empeño en ello, no había logrado conseguirles avión y, tendrían que viajar por carretera cerca de ocho horas para alcanzar su destino.

Sin embargo, la logística del viaje, la incertidumbre de lo que podría encontrar y la fatiga que sentía en ese momento, no se comparaban con el desasosiego que sentía de dejar a Renata sola. Había intentado por todos los medios resolver el enigma, sin tener que apartarse de ella, pero la suerte no había estado de su lado y el viaje era inminente.

Entró con sigilo a su habitación. Renata estaba profundamente dormida, se había dejado la lámpara de lectura prendida y en su pecho descansaba el libro, al que se había estado dedicando en esos días; un manoseado ejemplar de Edith Wharton "La Edad de la Inocencia." Lo cual era indicativo, de que le había estado esperando y finalmente había sido vencida por el cansancio. Con cuidado tomó el libro y lo dejo sobre el buró.

Fabio se quedó deslumbrado mientras la observaba a un lado del lecho. El abundante y oscuro cabello de su novia, se derramaba con exhuberancia sobre la almohada, sus espesas pestañas descansaban sobre sus mejillas matizadas de un rubor juvenil. Ella vestía una camisola de satén color azul con delicados tirantes de espagueti. El escote era profundo. Se arrodilló lentamente a su lado. Fabio observó como el pecho le subía y bajaba , acompasado por su respiración. «Despierta, cariño» el martilleo de su corazón lo notaba en las arterias de su cuello. Él rememoró el contorno de su pezón deseando besarlo. Quería besarla hasta que sus cuerpos ardieran y hacerle el amor sin descanso hasta que el sol se asomara por el gran ventanal de la habitación que compartían.

Decidió  dejarla descansar y en lugar de eso, se irguió y apagó la luz de la lámpara. Desapareció en la ducha, luego entró ala cama con ella con solo el pantalón del pijama. El calor de las noches de junio era escandalosamente insoportable. Se abrazó al tibio cuerpo de su chica y acomodó su rostro en el hueco de su cuello. Su aroma a flor de algodón y coco lo confortó. Besó su hombro desnudo y la sintió ronronear en sueños. El cansancio lo dominó y cayó en un profundo sueño.

«Solo la verdad perdura en el tiempo» se escuchaba en aquella inmensidad como si fuera el canto de una sirena. En medio de un oscuro y helado mar, los inertes cuerpos de un hombre y una mujer flotaban a la deriva.

Renata despertó inquieta y confundida por aquella extraña pesadilla. Sentía su propio cuerpo frío, como si en verdad hubiera estado en aquel océano. Una diáfana y plateada luz invadía la habitación, se giró para acurrucarse frente a su chico.

Fabio. Llevaba el torso desnudo. Dormía boca abajo, y rodeaba con sus firmes brazos la almohada en que apoyaba la cabeza. Las líneas de sus hombros y espalda eran tan perfectas que parecían talladas en piedra. Su rostro estaba relajado por el sueño profundo en que estaba inmerso, sus bellos ojos verdes cerrados. Ella quiso tocar el contorno de deliciosa boca. La naturaleza había derrochado belleza masculina en él a rabiar. Se sintió incapaz de conciliar el sueño nuevamente, sus dedos echaron hacia atrás su melena oscura para que no ensombreciera y ocultara su rostro. Un cosquilleo se incrementó en sus muslos, quiso despertarlo y llenarlo de caricias. Sin embargo, optó por dejarlo dormir. Le quedaban un par de horas para descansar antes de enfrentar un largo viaje por carretera. Estarían separados unos días y ella se sentía muy desdichada por eso. Ojalá no estuviera en finales en la universidad. Ojalá pudiera acompañarlo y ser su apoyo en lo que quizá descubriera allá. Viéndolo dormir con la tranquilidad de un niño, sus propios párpados comenzaron a ponerse pesados y durmió de nuevo.

Nosotros... en el tiempo Where stories live. Discover now