EL SOL ENTRE EL ESPARTO

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-¿Ves, Salvo? Qui trabaja papá.- Sonreía mirando aquella achatada nave industrial, pintada de azul celeste y óxido a partes iguales. Barcas blancas vestidas con cuerdas y redes se amontonaban alrededor de la puerta. Al fondo se divisaba agua. El mar. Era la primera vez que lo veía y la luz del sol recién despierto lo hacía digno de un cuadro de Vaccaro. Decenas de hombres desmontaban andamios a ambas partes mientras otros levantaban grandes cajas remachadas usando poleas ancladas en la parte superior del edificio. Todos se gritaban entre ellos, se golpeaban y pateaban lo que encontraban en su camino. Entonces mi padre pasó suavemente la mano por mi pierna.

-¿Ti piace? Qui trabajará il mio figlio. Come suo padre. Como el abuelo, ¿Eh? Il signore Gallardo ha dado trabajo a la familia Copano da 1853. Settantacinque anni, Salvo, tutta una vita. E tu sei il prossimo.- Yo seguía atontado viendo aquellos hombres que parecían bailar con las cuerdas y el sol reflejado en el agua, el azul de las paredes, las redes, las barcas, los restos de aceite humeante en el suelo, las poleas rechinando, todo remachado, atornillado y con un tono sucio. Todo sin hacer caso al discurso hereditario de mi padre que, aunque hubiese atendido, no habría entendido.

Aún con la emoción hinchándole el pecho dio dos pasos adelante y ató a Martino a un poste cercano en el que ponía Spadafora. De madera agrietada tenía en lo alto la placa inscrita, con la D emborronada y una T mayúscula pintada encima de color rojo chillón. Mi padre se quedó un instante mirándolo hasta que una voz lejana le interrumpió y le trajo de vuelta el hastío al gesto.

-¡Copano!- Dijo mientras se acercaba una figura casi esférica. -È delito tale vandalismo contro il mobiliario urbano, ¿Sai?- Dijo cuando ya se distinguía un rostro regordete. -¡E más nel mio porto! El miserabile que haya fatto ayer tale atrocità...-

-Non è vandalismo difendere una lingua, signore Gallardo.- replicó mi padre en tono serio.

-Merda lingua, Copano, l'italiano è l'italiano, aquí y en la bota.- El gran hombre se posó frente a mi padre, desafiándolo con la mirada escondida detrás de unos pequeños anteojos. El pelo grasiento le caía a ambos lados sobre las rosadas mejillas, tan gruesas que casi le tapaban los diminutos ojos. La nariz achatada le brillaba al contraluz y un frondoso bigote grisáceo le sombreaba los labios, más parecidos a los de Martino que los de cualquier otra persona que hubiese visto antes. El cuello le quedaba oculto debajo de una gran papada, aún más acentuada por el apretado cuello de la camisa, decorado con un lazo morado a juego con el bombín. El chaleco ajustado, negro y brillante, le marcaba la barriga, que iba dos palmos por delante del resto del cuerpo. Iba todo ello envuelto en una chaqueta azabache desabrochada debido al gran esfuerzo que supondría cruzar los botones. Del bolsillo asomaba un pequeño pañuelo violeta y una cadena de reloj cruzaba de lado a lado de la chaqueta. Tenía otro gigantesco reloj dorado en la muñeca que bien podría haber medido lo mismo que mi brazo. Supongo que sería por si se le paraba el de bolsillo... Las enormes manos tenían los dedos igual de largos que de anchos, como cubitos de carne bailongos decorados con sortijas de colores, que no dejaban de oscilar mientras hablaba. No podía quitar los ojos de su bigote, que subía y bajaba, daba bandazos como una liebre corriendo, gorda como un cerdo y frondosa como un oso, con un pelo de cada color. Era tremendamente hipnótico

-Y il siciliano è il siciliano.- Contestó mi padre con tono revolucionario.

-Non olvides dónde estás, figlio di puttana.- Dijo subiendo el tono, moviendo aún más el bigote y apuntando a mi padre con su dedo regordete.

-Sono in Spatafora.- Respondió mi padre con aparente calma apartando la mano del señor Gallardo.

-¡Spadafora, stronzo! Non me digas que eres un combattente da l'independenza della lingua de esos. ¿Tú me pintaste il puto cartel? La gente penserà que sono un rosso di merda come il tuo padre.

Mi padre me bajó entonces lentamente de sus hombros y me apartó a un lado.

-Mi padre sirvió il vostro.- Dijo sin alzar la mirada del suelo donde acababa de posarme.

-E eso non fa que deje di ser un bastardo.- Replicó el rostro congestionado del señor Gallardo con una mezcla de risotada y tos.

Mi padre se acariciaba la larga barbilla como si pensara algo mientras Gallardo arrugaba la nariz esperando una respuesta.

-¿Vas a rispondere, coglione?- Insistió. -Dime qué piensas, vamos.

-Penso que debería pintarte otra Te in la cara, porco.- Dijo mi padre en tono uniforme y falsamente sereno.

-¿Fuiste tú, subnormale? ¿Perché? -Acercó aún más el rostro bamboleante a mi padre. -¿Perché in il mio porto?- Preguntó de nuevo agarrándole el cuello desigual de la camisa. Le roncaba junto a la cara sin dejar de sujetarlo como un jabalí en celo. -¿Davvero si pensa che puedes giocare conmigo, Copano? ¿Davvero si pensa eso? -Agarró la cara de mi padre mientras seguía increpándole. -Tu sei más stupido di quanto pensaba.- Mi padre permanecía en silencio, sin ni siquiera mover la vista, como si hubiera muerto al ser agarrado por el señor Gallardo.

-¿Dónde siemo, signore Gallardo? -Preguntó de repente, casi abstraído de la situación. El señor Gallardo soltó una risotada aún con ambas manos pegadas a mi padre.

-En Spadafora, incapace, Spadafora. Tranquillo, io ripeto il tempo necessario: Spadafora, Spadafora, Spadafora, Spadafora... -Repitió la misma palabra más de quince veces con el bigote tapándole una ancha sonrisa y creando una situación que, analizada tantos años después, parece surrealista y propia más de mi edad que de la suya por aquel entonces.

-No. -Dijo en tono firme mi padre cuando la risa del señor Gallardo ya me hacía daño en los oídos. Y creo que antes siquiera de que el gordito se diera cuenta de que mi padre había hablado, éste ya le había lanzado tres ganchos al estómago. Derecha, izquierda, derecha. La risa paró en seco y su lugar lo ocupó una respiración entrecortada y el silbido del aire atravesado por una gran masa de carne y telas cayendo al suelo. Las salpicaduras de barro me llegaron hasta la frente. El señor Gallardo quedó rebozado en la mezcla de tierra, aceites y sustancias preferiblemente desconocidas que cubrían el camino. Con la mirada perdida se mantenía tumbado bocarriba, marrón y redondito como las albóndigas de caballo. Mi padre lo miraba fijamente, con los puños cerrados y los hombros levemente alzados como un león que acaba de vencer al macho alfa. Sin embargo permanecía en silencio, inmóvil y con el gesto hierático.

-¿Sabes lo che acabas di fare?. -Dijo el señor Gallardo desde el suelo intentando parecer amenazador pero con el miedo asomando hasta en el bigote.

-Sí. -Respondió mi padre retrocediendo un par de pasos. -Andiamo, Salvo, andiamo a casa. Oggi non è stata una buona giornata per venire.- Se acercó a mí y me rodeó la cabeza con la mano. Ahora dudo si aquel día quería enseñarme dónde trabajaría cuando creciese y todo aquel lío del cartel no fue más que una casualidad o realmente quería mostrarme su obra maestra cambiadora de letras al más puro estilo Errico Malatesta.

-Te arrepentirás, Copano. -Volvió a amenazar Gallardo. -Lo giuro.- Mi padre me acercaba hacia Martino empujándome suavemente la espalda mientras el señor Gallardo se esforzaba por levantar su esbelta figura. Me alzó como si fuese de papel y me introdujo de nuevo en la alforja del burro, esta vez con la cabeza en el lugar correcto. Recuerdo sujetarme como pude al borde superior con mis aún algo torpes manitas para no perder de vista al señor Gallardo. No sé, algo de ese señor me tenía embobado. El bigote, la barriga, los ojos diminutos... no sé, algo, y no quería desperdiciar la que, equivocadamente, creía que iba a ser la última vez que lo vería. Mi padre acarició el poste de arriba abajo, desató las riendas corroídas y montó sobre Martino. Hizo un leve gesto al señor Gallardo a modo de despedida o provocación, sólo él lo sabe. Dio dos toquecitos con los talones y el animal echó a andar, resoplando de forma irregular y moviendo el rabo como si se alegrase de volver a casa tan pronto. Yo no sabía qué pensar. Ni siquiera sé si ya sabía pensar, supongo que sí pero, desde luego, lo que no sabía era que lo que sucedió aquella mañana sería, como diría mi padre, "L'inizio della fine".

UN MAL TRATOWhere stories live. Discover now