SATÍ

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La henna hace sus sombras sobre mis pedriscas manos con delicadas líneas curvas que pintan el nombre de aquel que yace recostado a mis espaldas. La oscuridad de sus caminos sobre mi cuerpo es combatida por las joyas verduzcas y camines envueltas de oro resplandeciente. Brillo en su honor, como es debido. El choli aprieta todavía más que hace cuatro años, hasta cuesta inhalar los perfumes de las picantes hierbas que han crecido en la vereda. El petikot es más accesible, pero aún denota el paso del tiempo. Sin embargo, ¿qué importa si ahora todo es más ajustado o viejo? Es la segunda vez que utilizo por completo este sari... y la última. Qué importa si ya no soy la misma de antes porque pronto seré nada y el todo, solo luz y oscuridad.

Nos abrimos paso entre la fogosa arena, tan resplandeciente como un espejo que pareciera burlar la callada pena. Y atentos a todo momento, los guijarros pican mis descalzos pies como anunciando un dolor más fuerte aproximándose. Se incrustan divertidos sobre mis plantas mientras caminamos en procesión a la luz liberadora. Miro hacia atrás para ver los ojos chispeantes de los conocidos, sus caras se ven devastadas, llenas de dolor y penumbra. Y justo como siguiendo con el desconsuelo de los humanos, los caballos relinchan tristemente a las orillas del gentío y a continuación los elefantes barritan como si sintieran el sufrimiento en su insondable pecho. Siempre he admirado a estos animales porque parecen entender, quizá no la situación, pero sí el sentimiento. Sienten la noche llegar y con ella una dolencia más sombría.

Habíamos llegado al final del camino, mas aún faltaba lo primordial: la culminación del rito. La travesía por las calles principales de Rayastán había culminado, dejando a casi todos cansados y llenos de pena en alma y cuerpo. Apenas estaba el sol tratando de hacerse un nido entre las montañas y las sombras ya se hacían presentes. En realidad, las sombras me persiguen sin descanso desde el día de ayer. Me atormentan pintándose por doquier, escucho sus inquietantes risas, se alimentan de mi pesar. Todo se ha vuelto lóbrego ahora, solo queda una salida: la luz. Me hago a un lado para que, desde sus hombros, lo bajen lentamente los hombres que se han ofrecido a llevarlo durante el recorrido. Mi padre, su padre, dos hermanos suyos y dos míos lo acarrean durante un par de dandas hasta el cerro de leña que han colocado por la mañana los sudras.

Desenrollan la hermosa alfombra que he escogido personalmente para el acto sobre los troncos secos y lo depositan allí. Comienzan a atar las cuerdas en varios puntos a los costados y a rociar el combustible. Todos me observan, a llegado mi turno de entrar en acción. Antes de dar el primer paso veo que varios hombres ya han sacado los palos amenazantes. Los giran para decirme con ellos: "no tienes escapatoria", pero sí la hay, justo el camino que ellos quieren, el escape para la manumisión es Agni.

Avanzo, paso a paso, hasta pisar la alfombra, los sudras se acercan para rodearme con sus lazos de metal, ajustan todo a mis medidas, se cercioran de que no pueda escapar y se retiran. Es entonces cuando mi madre se acerca para embadurnarme de los aceites especiales, sus olores me recuerdan a la ayurveda. Se despide de mí con una sonrisa lastimera y la veo derramar una lágrima que se desliza suavemente por su mejilla hasta caer en las telas de mi sari.

Dirijo la mirada hacia arriba, me concentro en ver cómo el cielo se apaga fundido en la noche, de pronto, oigo un chispeo aproximándose, ¿son las estrellas que se han encendido? ¿será la luna deslumbrante que está por apagarse?, todo de llena de llameantes astros a la distancia, encandilan y rechinan en un danzan arrítmica. De repente, la luna pegará brincos, suplicará de dolor, se retorcerá entre chillidos agudos. En seguida perderá la fuerza y se rendirá, a final de cuentas el sol se ha apagado ya y no le quedará que hacer más que morir con él. Se apagará su último resplandor, pero las llamas no se irán, disfrutarán cada segundo de su muerte rápida, su albor se transformará, el gris de su aura se sofocará. Al concluir, ella desaparecerá, pero las estrellas tomarán su lugar riéndose de su agonía. Resplandecerán y prenderán por un rato el cielo, tan triste, sin luna, sin sol, solo estrellas que pronto dejarán de arder y todo se volverá oscuridad.

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