Capítulo 2: Secretos

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Capítulo 2: Secretos

Adrián no era la clase de persona que piensa demasiado en las consecuencias. Era más bien ese tipo de persona que reacciona al instante, era la impulsividad en su estado más puro. Y si era sincero consigo mismo, admitía que ese era un rasgo muy negativo en su personalidad, porque era más satisfactorio pensar antes de reaccionar, que reaccionar antes de pensar... Pero no lo era. No pensaba antes de actuar y se lanzaba al precipicio sin mirar si quiera dónde iba a caer.

Por eso, esa tarde había entrado a la habitación de Leandro sin pensar al escucharlo hablar con alguien más. Sus alarmas se activaron ante la idea de que Leandro metiera a alguien en el cuarto que no fuera él mismo. Sin embargo, ante la insistencia de sus celos revisó el lugar sin encontrar a nadie.

Aun así... no se fiaba. Seguía desconfiando. Él había escuchado palabras. Leandro había dicho:

«Dijiste que ibas a dejarme en paz después de dejar esas rosas en tu tumba»

Y esa no es la clase de frase que uno se dice a si mismo. Era obvio que esas palabras estaban destinadas a alguien en particular. Pero ¿A quién? ¿A quién le estaba hablando? ¿A quién le había regalado rosas?

No entendía qué sucedía, pero lo descubría más temprano que tarde. Y mientras llegaba a esta conclusión, el cuerpo desnudo de Leandro a su lado se removía con suavidad.

»«

La noche oscurecía cada vez más y por cada minuto que pasaba se hacía tarde. Tarde para irse a la cama y dormir. Mario viró la vista hasta el reloj y advirtió que eran un poco más de media noche, aun así se obligó a si mismo a permanecer en la misma postura para continuar esperando.

Tenía que esperar a Alan.

Los ojos de Mario, claros como la miel, se concentraron en las noticias de la noche aunque su mente no asimilaba las imágenes. Las noticias entraban por un oído y salían por el otro. Suspiró un poco y, sentado en el suelo como estaba, con todas las luces apagadas menos la del televisor, abrazó sus delgadas piernas sintiéndose muy preocupado. Afuera se escuchaba el leve murmullo de lluvia y el frío se colaba por las paredes como un invitado no deseado.

De repente, como música para sus oídos, se escuchó un ruido de llave y luego la puerta se abrió.

Internamente, Mario respiró de puro alivió al ver ingresar una melena rubia que no podía pertenecer a nadie más que a Alan, incluso fue capaz de ver sus ojos azules brillando entre tanta oscuridad. Su corazón dio un salto de alegría mientras por fuera mantenía su semblante sereno, casi estoico porque aunque se sentía feliz, también se sentía indignado, enojado. Apretó los puños y se tragó todos los insultos que le nacían por la rabia.

—¿Mario? —preguntó Alan, confundido por verlo allí. Se acercó con cautela—. ¿Qué haces despierto a esta hora, mi canario?

—¿Dónde estabas? —inquirió por su parte Mario, más enfadado por esa actitud tan despreocupada, por su actuar tan tranquilo en una noche de lluvia.

Alan, que había captado el tono enfadado de su voz, se detuvo frente a él, analizando los motivos del enfado de su canario. No recordaba haber hecho algo malo como para recibir reclamos a esas horas de la noche.

—Tuve trabajo de más —respondió resignando, fijándose luego en que su canario llevaba un short corto y las piernas desnudas se asomaban entre la tela. Esa pequeña visión le erizó los vellos del brazo y deseó pasar los dedos por su piel aterciopelada. Pero no debía. Mario estaba enojado por quién sabe qué, y él sabía contenerse, por muy lindo que fuese su canario.

Secretos De Familia. ME PERTENECES (PARTE II)Where stories live. Discover now