Capítulo 19.-

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Hay algo que siempre me he preguntado: ¿qué hacen las hormigas cuando no las estamos viendo? Siempre las veo pasar muy ocupadas en lo suyo, pero pronto, cuando desaparecen al ir a su hormiguero o de nuestra vista... pienso yo que se divertirán (más allá de todo rigor científico). Hay películas célebres sobre "trabajar como hormiga", con todos los rigores, como El puente sobre el río Kwai, esto debiera ser la base con que se mide lo trabajoso del hombre, lo empecinado. Pero, y si quisiéramos entretenernos y, la verdad, tenemos demasiadas alternativas... no sería más sensato reducir la zona o geografía de entretenimiento, tratar de no "estar en todas". Eso me pregunto: las hormigas parecen omnipresentes como especie, pero uno no puede: es demasiada la consciencia que uno posee: debe uno hacer las cosas bien; está en nuestra educación. O mejor no hacerlas; eso decía mi abuelo.

De principio al partir uno en la mañana (no lo hago pero me pasa a veces) que me subo al Metro y veo mujeres hermosas con quizás qué pechos desnudos apetecibles. Dan ganas de tocarlas. Pero, de pronto, viene algo a la mente: es la ética, que está "enchufada" en todas y cada una de las mentes de los hombres civilizados del hoy. Lo otro es auto-engaño.

Ah la consciencia: siempre tendremos aquella voz que nos dice qué hacer y qué no. Por ello somos limitados, pues, todo lo debemos "cerrar" para lograr nuestro cometido: irnos –digo jocosamente- con una mujercilla cualquiera en el Metro a, por ejemplo, un bar y sí: disfrutar va en contra de cualquier objetivo que nos propongamos. De esta forma un tanto somera describo el cercar el "área de juego" de cada uno.

Intuición. Esa palabra es el "saco de cosas" que nos guían día a día, como si fuese un cordón imaginario del que tiramos y nos deja –sin descontar el arte que usa para sus efectos- en buen puerto, al menos casi siempre, por ello vale la pena usar aquella buena palabra y capacidad.

Pero algunos la usamos la intuición para fines perversos. Para dominar más. Para quién sabe qué.

Ella seguía conmigo. Aquella niña conocida recientito. Era blandita y todavía encajaban bien en ella mis caricias (algo) insistentes (por mucho exceso de humildad que manifieste). Cada vez que la veo "en línea" en el chat la deseo hermosamente. Siento que de sus pechos salen flores hermosas, gusanillos de seda entretejidos por quizás habilosos macacos dorados. De pronto, de tanto soñar me sorprende ahora Javiera. Me coscorronea y me obliga a darle un beso. La amo –sí, sin duda- : pero necesito variedad.

De pronto, ella me contesta. Emito respuesta casi inmediatamente: no estoy seguro de salir, se lo explicito verbalmente. Me arguye que debe estudiar, tiene 5 horas, y, saliendo de aquellas 5 podemos vernos y seguir conociendo Santiago. Uf. Esta mujer tiene el entusiasmo de un verdadero atleta. La sigo, la sigo: me digo efusivamente para conmigo mismo, es mi destino: necesito auto-conocerme, saber hasta dónde llegan mis límites, estar con la adrenalina de la infidelidad (hacia Javiera) al menos una vez en la vida: jamás antes fui algo infiel, mi vida ha sido un ejemplo de pureza salvo por mis acciones como empleado (quién, en sí, se salva me pregunto). Pronto, me evado, digo que voy a pagar la cuenta del internet, que sé yo, algo con Javiera que la hace sentir segura pese a mis ausencias. Me voy.

Me voy hacia la fuente de la vida. Hacia la fuente de la existencia con toda mi poesía loca. Pétalos de ansiedad roja y rosada, como lo sanguíneo, el alma de la ansiedad me rodea, que son las inexistentes hojas que caen (en realidad revolotean) de los árboles de la Ilustre Comuna de Providencia acá en invierno, justo cuando no hay muchas más hojas, y sí, la gente me mira, me ve, trata de dilucidar por qué saco mis dinerales para contarlos una y otra vez, como si fuesen fuente de felicidad real (nadie lo cree, ni siquiera la mujer con panty-medias oscuras que parecen suciedad, con un i-reloj falso, con chapas ordinarias, y ella, con un lunar bizarro, con chapes artificiosos y vulgares, ella no es ni siquiera ella). Veo gente entusiasta como yo, somos los menos, somos las minorías que protestan en la calle porque vieron un posteo en Facebook que les interesó y era una causa. Salto: estoy alegre mezclado con satisfacción, una curiosa mezcla. Sólo mis libertades morales son mortales: no las seguiré y avanzo por la calle principal mientras mujeres transexuales y algunas otras arrugadas me ven con asco quizás susurrando algo y metiéndose a las galerías eternas con peluquerías exóticas.

El timo generacionalDär berättelser lever. Upptäck nu