1. Vivir.

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Agoney.

Despertó con una sacudida del avión en el que se encontraba y con el cuello dolorido por haberse quedado dormido en una postura poco recomendable. La música seguía reproduciéndose en sus cascos pero ya se había perdido 40 canciones como mínimo, no recordaba ni cuál era la que estaba sonando cuando el cansancio pudo con él. Levantó la persiana que había bajado una hora antes cuando el reflejo del sol se le hizo insoportable. Seguía siéndolo, por lo que tuvo que bajarla de nuevo, aunque supo que pronto podría alzarla y mantenerla de esa manera puesto que estaba comenzando a atardecer. Le rugieron las tripas quejándose del hambre que le azotaba desde casi el inicio del vuelo pero poco podía hacer para remediarlo: no llevaba comida, ni mucho menos dinero que mereciera la pena gastarse en comida cara de avión. Maldijo no haber invertido aquellos cincuenta céntimos que se encontró en el suelo en hacerse con un paquete de galletas pequeño, pero sabía que había tomado la decisión correcta al introducirlos en su monedero casi vacío y no podía culparse por ello. Sólo llevaba una botella de agua que rellenaba en grifos de baños públicos y que, gracias al poco espacio existente debajo del asiento, tenía un estado lamentable: aplastada y arrugada, por no hablar de la temperatura del agua de su interior, que fácilmente podría superar los 40 grados. Aun así, volvió a introducirla en la pequeña mochila de cuerdas que portaba tras darle un trago no muy largo, asegurándose de no gastarla hasta llegar al aeropuerto donde sí podría rellenar su contenido.

Otra sacudida del aparato que surcaba el cielo en dirección a Berlín le sacó de sus pensamientos. Aún dudaba si gastar el poco dinero del que disponía en comprar el billete que le permitía realizar este viaje había sido la decisión acertada. Nunca sabría lo que le habría deparado el futuro si se hubiera quedado en casa y ya no había vuelta atrás, pero poco le importaba. Realmente no tenía una casa, su casa era su ciudad. No un edificio, no cuatro paredes y personas cercanas; hacía mucho tiempo que no disponía de nada de eso.

-"Señores pasajeros, les comunicamos que nos estamos aproximando al aeropuerto de Berlín y que hemos logrado realizar el vuelo en menos tiempo del esperado, durando así únicamente cuatro horas y cuarto en lugar de cinco. Les rogamos por favor abrochen sus cinturones y no los suelten hasta que el avión esté completamente inmóvil. Gracias por confiar en nosotros..."

La azafata siguió hablando pero él dejó de prestar atención, en su cabeza únicamente rondaba la misma pregunta que llevaba allí desde mucho antes de embarcarse en ese avión.

"Genial. Más tiempo para preocuparme por qué banco o césped elegir como cama para esta noche" - 'pensó - "Bueno, y para el resto de días también, hasta que encuentre algo mejor".

Hasta encontrar algo mejor. Esas palabras se repetían en su cabeza sin parar, dudando si realmente sería capaz de mejorar su vida cambiando de aires y empezando de cero. Sin tener ni idea de por dónde empezar.

El avión terminó de recorrer la pista y frenó, indicando con un pitido a los pasajeros que ya podían desabrochar sus cinturones y empezar a prepararse para descender y poner el pie en terreno extranjero.

Cuando tuvo que levantarse y estirarse para coger su guitarra, el único equipaje que llevaba, de la parte superior del avión, agradeció que Ana le hubiera permitido ducharse en su casa y le hubiera prestado ropa de su novio antes de ir hacia el aeropuerto. No recordaba cuánto tiempo llevaba sin que el agua tocara su cuerpo de esa manera y entrar así en un avión habría sido bastante incómodo incluso para él, acostumbrado a todo.

"Ana... ¡Cómo la voy a echar de menos!"

Ella era, y seguramente seguiría siendo, la única persona con la que había hecho buenas migas en el lugar del que provenía. Siempre le ofrecía dormir en su sofá o en la habitación de invitados y más de una vez había aceptado, pero esa no era la vida que quería vivir, eso lo tenía más que claro. Por eso solía rechazar la ayuda de su amiga hasta que aceptar y tomar su mano se convertía en la única solución posible a sus problemas.

Cogió su guitarra y su pequeña mochila, guardando en su interior su teléfono móvil y sus cascos, dándose cuenta de lo poco que le serviría ese cacharro allí. Llamar y mandar sms. Para absolutamente nada más, puesto que no disponía de conexión a internet en el extranjero.

"No digas tonterías, ni que tuvieras alguien a quien mandarle un mensaje, ese cacharro no te servía ni en Tenerife, mucho menos en el extranjero"

"Extranjero... Tendré que dejar de llamarlo así si quiero que sea mi nuevo hogar"

Ambos pensamientos se entremezclaron en su interior sin que pudiera hacer nada para evitarlo, como siempre. Una parte de él tenía esperanza y estaba ilusionada, quería creer que ese viaje podía ser el inicio de su vida de verdad. Pero la otra parte no estaba tan segura y le hacía dudar de si realmente conseguiría algo, de si podría llegar a tener una vida normal, rodeado de gente que no huyera a la primera de cambio o bien por su aspecto o bien por su falta de dinero. Ambas partes se enfrentaban haciéndole sentir mareado frente a la perspectiva de que el viaje fuese en vano.

Sin embargo, caminaba con paso firme con la guitarra a la espalda hacia la salida del aeropuerto, reluciente por el exterior. Como si realmente supiera a dónde se estaba dirigiendo, como si estuviera seguro de que todo iba a salir bien.

Nada más alejado de la realidad.

Vislumbró a lo lejos un cartel amarillo bastante grande que supuso que indicaba la salida, cosa que comprobó al acercarse más y leer bajo las letras grandes la traducción al inglés de aquella palabra: exit.

Si, eso, sin duda, significaba "salida". Si había un idioma que conocía bien a parte del español era el inglés y supuso que eso sería su salvación en aquella ciudad.

Su parte curiosa le instaba a cruzar las puertas de cristal y dejar que el aire fresco alemán le diese en la cara, sin parar a plantearse nada más. Pero su parte racional le detuvo y le obligó a sacar su libreta rota y su boli y empezar su pequeño diccionario particular en la primera página en blanco que encontró. Colocó aquella palabra, escrita en mayúsculas en el cartel situado encima de él, en la primera línea de la hoja junto a su traducción, seguro de que aquella palabra la iba a escuchar más de una vez y debía tener claro su significado.

"Ausgang: salida"

Satisfecho continuó su camino hacia el exterior, permitiendo que las puertas se abriesen al sentir su presencia para permitirle continuar su camino y sintiéndose importante por ello.

"Cómo si esas puertas no se abriesen para que pase cualquiera"

Se maldijo a si mismo por no permitirse sentirse bien ni por un instante, pero aquel pensamiento se le olvidó en cuanto llego al exterior y el sol le dio de lleno en su rostro, el cual había afeitado hacía menos de diez horas. No recordaba haberse sentido a gusto en ningún lugar con rayos de sol impactando en su piel y volviéndola más oscura de lo que ya era de por si. Pero allí lo hizo.

Inspiró hondo y se sentó allí mismo a disfrutar de la sensación. Quizá no fuera tan difícil, Berlín era una ciudad bonita, llena de gente, llena de vida.

Observó durante un buen rato a un centenar de gente pasear de un lado a otro con sus maletas llenas, todos ellos diferentes, hablando en distintos idiomas, algunos felices y otros, como él, no tanto. Le llamó la atención un muchacho joven, de unos 25 años, que corría detrás de una niña de no más de 10. Presenció atentamente como la niña tropezaba, caía al suelo y rompía a llorar casi de forma inmediata. El mayor levantó a la pequeña en brazos y le dio un beso en la cabeza, provocando que la niña dejase de llorar para lanzarse a sus brazos.

Sonrió tiernamente al observar la escena desde la lejanía. Esa era la vida que él siempre había deseado siendo un niño, alguien que le tendiese una mano y le ayudase a levantarse cuando se caía. Pero nunca nadie lo hizo y él simplemente siguió cayendo.

Fue entonces cuando se decidió a incorporarse y seguir su camino, el que dictaban sus pies sin un rumbo fijo. Fue entonces cuando se reconoció a si mismo que sobrevivir se le quedaba corto.

Lo que realmente quería era vivir.

Saliendo a la vida || RagoneyWhere stories live. Discover now