El blues del esclavo

Start from the beginning
                                    

Se termina el cigarro, ayudándole a recogerlo todo. No sabe muy bien como sentirse, es lo que le sucede habitualmente cuando termina acostándose con Jaime. El sexo es estupendo, por supuesto, se corre en prácticamente todos los polvos, y eso que para ella no es lo común. Le cuesta mucho llegar al orgasmo, pero Jaime raramente se queda a puertas de conseguirlo, debe admitir que, pese a lo capullo, el tipo es un hacha en la cama. Se le podrá reprochar todo lo demás, pero en el sexo es bastante generoso, le gusta dejar el listón algo. Quizás ese sea el problema, que ella disfruta tanto, se siente tan entendida, que no ha podido encontrar a nadie que colme sus expectativas en ese aspecto. Al final siempre termina comparando a todos sus amantes con Jaime, porque incluso si son buenos, nunca experimenta la misma química que con él. Pese al tema sexual, ella no termina de estar convencida de lo que ha hecho. Hace mucho que dejó de arrepentirse, si ha caído es porque quería hacerlo en ese momento. Estaba cachonda y él sonreía con esa expresión que a ella le vuelve loca. Llevaba un tiempo sin tener un orgasmo decente, lo necesitaba. Sin embargo, eso no quita tener la impresión de haberla cagado. Debería haberle dicho que no, tenerle bloqueado, colgarle el teléfono. Y, sin embargo, no ha podido.

Sabe que en un rato vendrá el bajón. Cuando se separen, volverá a experimentar esa sensación de vacío que la consume cada vez que Jaime le dice adiós, sintiéndose totalmente desolada. Todas sus energías se han ido en él durante las últimas horas, cada vez que se ve, el esfuerzo mental y emocional que hace Mara para reprimir la ansiedad que le produce toda la situación es tal, que luego necesita días para reponerse. Teme el momento, pero también sabe que es inevitable.

Jaime está fregando las cosas en la cocina, ella se encarga de meter los condones usados en la bolsa de basura. El muy cerdo siempre lo deja todo manga por hombro, es más desastrado que ella, y eso ya es decir.

—¿Cuántos días más vas a quedarte? —Es una pregunta que siempre le hace al final.

El hombre responde sin voltearse.

—Nada linda, me voy en tres días a Valencia para hablar con un colega, luego a Barcelona y de allí pillo el vuelo a Tokio.

—¿Tokio? —Exclama ella, sorprendida.

—Sí, la empresa para la que estoy trabajando ahora está colaborando con una japonesa, así que voy a pasarme allí un par de meses —se seca las manos, volteándose hacia ella—. ¿Quieres que te traiga algo?

—Podrías comprarme un billete para verte.

Ella lo ha dicho de broma, nunca permitiría que Jaime le pagase un viaje así, es demasiado dinero y no hay cosa que la incomode más que deberle algo a los demás. Sin embargo, la cara que pone el hombre al escucharla lo dice todo. Mara siente entonces cómo algo se rompe dentro de ella, casi le parece escuchar el sonido de una pelota impactando contra cualquier ventana, haciendo sus cristales añicos, destrozándolos en mil pedazos. Así es como se siente ahora, ese gesto entre sorprendido, ofendido y asustado le indica lo que lleva sabiendo años: Jaime nunca la va a querer en su vida. No en su vida real, la que tiene por el mundo, esa que se ha estado construyendo desde que se marchó de España. En esa no hay espacio para ella ni nunca lo habrá.

Una tiene que aprender a hacer de tripas corazón en momento así, por eso respira profundamente, aguantándose las ganas que tiene de estallar en llanto. Quiere decirle que solo era una broma, pero al mismo tiempo le encantaría poder gritarle que es un hijo de puta. No hace ninguna de las dos cosas, no le salen las palabras.

—Sabes que trabajo mucho —se defiende él, por alguna razón está a la defensiva. No tendría por qué ponerse así, pero a veces la muchacha se olvida de que está hablando con un niño al que le ha crecido la barba.

Giro de guionWhere stories live. Discover now