PRÓLOGO

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Un paso más. Tiene que dar un paso más. De ese paso depende su vida. De alejarse del humo que se cuela desde su nariz y su boca hacia sus pulmones. Del humo que le irrita los ojos y le hace lagrimear. Del calor asfixiante que le derrite la piel.

No puede pensar. Solo un paso más. Después otro. Y otro. Hasta llegar afuera. A la calle. Tiene que abandonar el apartamento. Su apartamento. O lo que queda de él. Una bola de fuego ha subido por el rellano de las escaleras. Las paredes están desconchadas. Hay agujeros por los que se cuela la agonía del resto. No puede hacer nada por ellos. Escucha gritos por todos lados.

Auxilio. Mamá. Vete a por Rex. Sal tú. No te tires. Estáis bien. No... No está bien. No está nada bien. No puede caminar. Algo le ha atrapado las piernas. Le abrasan. La cara le arde. Por mucho que intenta arrastrarse, tirando de su cuerpo con los brazos; por mucho que clava las uñas en la madera del suelo, no puede salir de debajo de la estantería astillada.

Tose.

Se ahoga.

No puede pensar. Ni siquiera puede pensar en que ese es su final, porque no atisba a definir qué significa la palabra «final». ¿Dónde está? ¿Y ahora qué? Si no puede dar ni un paso más. Está en un jardín. En un jardín de cristal. Hay sirenas a lo lejos. Muy a lo lejos. ¿Llegarán a tiempo? No. El ya no está ahí. Está en el jardín, con el cristal lleno de gotitas, fruto de la condensación. De su respiración. No se puede mover, porque está atrapado, pero alcanza a ver una mano inmóvil. Muerta. Sin quemar. Con una piel dorada perfecta. Las uñas cortas. No se mueve, pero no está resquebrajada, ni consumida por el fuego.

El techo de cristal le da vueltas. Empieza a entrar humo por los respiraderos. ¿O es gas? La mano sufre un espasmo. Quien quiere que sea su dueña o dueño, se levanta. Da puñetazos. Ojalá pudiera tener esa energía para salir de debajo del mueble que lo ha condenado a una muerte segura.

Las sirenas están más cerca, pero él cada vez está más lejos.

Le pican los ojos. Un gato maúlla a lo lejos con tono de mal humor. Las voces desesperadas, como la suya, se han atenuado. Han comprendido que están atrapados en un edificio viejo, sin las salidas de emergencia adecuadas, sin las medidas de prevención básicas para evitar la catástrofe.

Está solo, encerrado en el jardín de cristal. Lloros, un gato. Siente lija en la garganta cuando tose. Necesita un poco de agua. Un paso más... Si diera un paso más podría lamer la pared, atrapar esas gotitas como les atrapó a ellos el fuego. Pero no puede más. Se asfixia. Un dolor intenso se extiende por su costado.

Reseco de veneno, sediento de sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora