-¿En cuál de esas dos variedades colocas mu última muestra de modestia?

  -En la del elogio indirecto. La verdad es que estás orgulloso de escribir mal, porque lo atribuyes a rapidez de pensamiento, a descuido en la ejecución material; lo que juzgas, si no digno de loa, por lo menos muy original. La rapidez en la ejecución es una de las cosas que más enorgullece a quien lo posee, sin que dé muchas veces importancia a que la obra sea imperfecta. Esta mañana creíste hacer tu panegírico, y te piropeaste a ti mismo cuando dijiste a la señora Bannet que si te decidías alguna vez dejar Netherfield lo desalojarías en cinco minutos. Pues bien: ¿merece algún elogio una precipitación que por fuerza te obligaría, sin ventaja para ti ni para nadie, a dejar en el aire muchas cosas que es necesario hacer?

  -¡Vamos! Eso es ya demasiado. ¡Acordarse por la noche de todas las tonterías que se ha dicho durante el día! Sin embargo, te doy mi palabra de que creía, y sigo creyéndolo, que lo que dije de mí es cierto. Por lo menos, al presentarme como un hombre apresurado, no hablé por hacerme el interesante con las señoras.

  -Decías lo que sentías, es cierto; pero yo no estoy seguro, ni mucho menos, de que te hubieras marchado tan rápidamente. Las circunstancias te habrían hecho obrar como a cualquier otro, y si, al montar a caballo, te hubiera dicho un amigo: "Bingley, sería mejor que te quedases hasta la semana que viene", es probable que le hubieses hecho caso; es probable que no te hubieras marchado... y lo mismo te habrías quedado un mes más, si hubiera insistido tu amigo.

Elizabeth exclamó:

  -Con todo esto ha probado usted únicamente que el señor Bingley no supo hacer plena justicia a su carácter. Lo ha retratado usted mejor aún de lo que se retrató él mismo.

  -No se imagina lo satisfecho que yo quedo con esa manera que ha tenido usted de convertir lo dicho por mi amigo en un cumplido a mi buen carácter. Me temo que no era esa la intención de Darcy. Yo ganaría en su estimación si, en una circunstancia como la que ha pintado, fuera capaz de dar un no rotundo, picando luego espuelas al caballo.

  -Según eso, el señor Darcy opina que la precipitación de la súbita partida resultaría menos censurable obstinándose luego en ella.

  -Que le conteste el mismo Darcy, porque yo no lo veo muy claro.

  -Tú quieres que yo responda de afirmaciones que me atribuyes a mí y que yo no he hecho. Pues bien: aunque la cosa fuera tal cual usted la presenta, señorita Bennet, recuerde que el amigo que manifestó el deseo que volviera a casa y demorase a su partida no adujo ningún argumento que justificara su petición, no hizo sino expresar un simple deseo. 

  -Usted no aprecia, según se ve, el que un amigo accede prontamente a los deseos de otro amigo.

  -Ni el buen juicio de uno ni del otro quedan muy bien parados con pedir y acceder sin razones.

  -Me parce, señor Darcy, que no deja usted lugar para la influencia de la amistad y del cariño. Se suele muchas veces acceder a una petición cuando se quiere al que la hace, sin esperar que alegue razones. No me refiero al caso concreto en que usted ha colocado al señor Bingley. Mejor es que esperemos a que el caso se presente y entonces podremos discutir la discreción de su conducta. Hablemos, en general, de lo que suele ocurrir corrientemente entre dos amigos, cuando uno quiere que el otro cambie de resolución en cuestiones de poca monta. ¿Juzgaría mal usted a la persona que accediera sin esperar a que le razonaran la petición?

  -¿No podríamos, antes de seguir adelante, fijar con más exactitud la transcendencia de la petición y el grado de la intimidad de las dos partes?

  -Si señor, -exclamó Bingley-. ¡Qué se fijen bien en todo los detalles, sin dejar de lado ni la estatura ni la edad! Eso tiene mucha más importancia en la discusión que lo que usted se imagina. Le aseguro que si Darcy no fuera tan buen mozo, comparado conmigo, no le tendría ni la mitad de respeto que le tengo. Declaro que, en determinadas ocasiones y en determinadas circunstancias, es Darcy la persona más odiosa que se pueda imaginar, Especialmente cuando está en su casa un domingo por la noche y no sabe qué hacer.

Orgullo y PrejuicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora