Somos tres

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El vacío

La sensación que no deja nada más que deseo, necesidad, avidez de algo que no sabes exactamente que es; mi estómago no me duele, tampoco mi espalda, en sí mi cuerpo se encuentra perfecto, incluso hoy cepille mi cabello cuidadosamente y repasé a detalle las facciones de mi rostro frente al pequeño espejo trizado de mi habitación... dieron las cinco en punto; la alarma sonó estridente y su difícil ubicación habría sido mi primer reto, desperté, me levanté y al verme totalmente de pie fuera de las cobijas me percaté de que el día finalmente había llegado, sí, el día.

Como no, el mismo día común y corriente parte de mi rutina.

Suspiré.

Los tres solemos juntarnos en la tercera calle que me separa de mi hogar, la misma que está desprotegida de algún poste telefónico o árbol de gran tamaño a pesar de tener un parque alado y por eso resulta fatal cuando llega el verano. Desprovista de alguna sombra, es ahí donde la mayoría de veces aguardo con el haz centellante sobre mis ojos, el escozor sobre la piel clara de mí nuca—especialmente hoy porque decidí recoger cada uno de mis cabellos en una coleta aparentemente improvisada— y el calor de mis mejillas... Vaya, no recuerdo desde cuando empezó a ser una costumbre.

Tsuna, Yamamoto y yo siempre nos vemos quince minutos antes de la hora de entrada para caminar juntos a la secundaria, en un principio solía molestarme tener que verles el rostro sonriente y lleno de emoción por contar historias triviales de jóvenes ordinarios (que el club de béisbol, que la tarea estaba muy complicada o el cierto nerviosismo por ver a cualquier muchacha), ah, era como si olvidarán su vida en realidad, nuestra verdadera misión. Es cierto, solo tenemos quince años pero si no comenzábamos a preocuparnos ¿cuándo lo haríamos?

Yamamoto rio—. Gokudera, te ves muy bien— y convino llevando una de sus manos a mi cabellera ¡que mierda! De repente sentí como me acariciaba con cierta efusividad y al cabo de un rato la risa del décimo se unió a aquel gesto. Eso me molestó.

— ¡Suéltame!— lo aparté bruscamente—... idiota del béisbol. — Mi mano había rosado fugazmente la suya, ya sabía lo que vendría. Maldita sea, por eso odio esto... lo odio. Ya lo sentía, sí, súbitamente pensé que me había robado el calor del verano para depositarlo sobre mi cabeza, mano y finalmente mi rostro; el rubor acostumbraba a teñir toda mi piel cuando ese idiota me tocaba y él lo sabía.

Como no podía odiarlo, si siempre sacaba provecho de ello.

Enserio deseé que Tsuna no se haya dado cuenta.

—Gokudera ¡te has puesto realmente rojo!

Mis plegarias fueron en vano...

No supe que responder, aunque de cierta manera aquello no me preocupó: —Es por este sol insoportable, deberíamos apresurar el paso ¿No lo crees así?—porque ahí iba el considerado de Yamamoto a solapar su propia fechoría y a sacar provecho un poco más, pues esta vez corroboró su comentario posando su mano en mi hombro e inclinándose a la altura de mi cuello, quizá su intención era que respondiera su pregunta, mas yo perdí la capacidad de habla al advertir su cálido aliento sobre mi piel.

Idiota.

Y así prácticamente se resumían todas mis mañanas desde hace... quien sabe cuánto. Éramos los tres caminando por las estrechas calles de Namimori cada mañana calurosa, cálida, fría, gélida con exageración y a veces se nos unía esa estúpida mujer ¿cómo se llamaba? Oh, Haru creo... como sea, su voz era irritante. Ella siempre llegaba con la intención de captar toda la atención del décimo y aunque su estrategia era la más torpe que había visto le admiraba de cierta forma... ¿Yo? ¡Admirar a alguien tan inferior! Definitivamente algo estaba muy mal, así es, yo me encontraba muy mal. Y eso se debía a que empezaba a parecerme al friki del béisbol. En algún momento empecé a preocuparme de cosas triviales

Por las calles de NamimoriOù les histoires vivent. Découvrez maintenant