Capítulo 6. Madrid

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—Vergüenza. ¿Qué clase de vegano eres tú?

El guardia sacó un cuchillo del cinto y le rajó la marca con un movimiento fulminante. La sangre empezó a brotar mientras el campesino se quejaba y mojaba el cuello de la chamarra con el llanto.

Luego le soltó la muñeca con cara de asco, y cuando se encorvó para taparse la herida, le propinó tal patada en el trasero que lo volcó de morros sobre la arena. El hombrecillo se frotó la cara para sacudirse el polvo. Al instante, el guardia sacó la vara de metal que llevaba consigo y le golpeó las piernas con un movimiento seco.

—¡Por favor! —suplicó algún compañero.

El guardia descargó un segundo golpe en sus brazos, con una mueca de desprecio.

—Hoy has herido a nuestra patria y la has hecho sangrar. —Y señaló el cántaro—. ¿Quién ha producido eso?

—No sé, a mí me la han vendío —gimoteó el campesino, rodando por el suelo como una cucaracha para evitar la vara.

—¡No hablo del Señorío de la Sal! ¿Quiénes han producido la miel?

—Las abejas —acertó a decir.

—¿Y no te han enseñado en tu casa que no se debe robar?

Un tercer varazo acertó en sus riñones, que dejó al hombre hecho un guiñapo lastimero. Luego se giró hacia la carretilla y lanzó el primer cántaro al suelo, que se rompió en pedazos y esparció el líquido brillante en el barro. El siguiente no tardó en volar por los aires.

—¡No! ¡Eso es mes y medio de salario! —lloriqueó el campesino desde el suelo, reuniendo el aliento—. Este año se nos han comido las patatas y he tenío plaga de pulgones en las acederas. ¿De dónde saco el dinero si no? ¿Qué queréis, que ponga a trabajar a mis hijos?

Tonatiuh escuchaba de cerca, mientras Piruétano abrevaba. Le vino a la mente la imagen de la niña del trillo. Luego el niño asustador de patos, condenado a estar descalzo en los arrozales y armado con las cazuelas de metal durante cuatro largos meses.

Espoleó al caballo para acercarse a la cuadrilla.

—¡Piedá para los pobres! —pedía el resto de agricultores, acercándose a su compañero para ayudarle a levantarse. Las moscas y las hormigas no habían tardado nada en arremolinarse en torno a los charcos de líquido dulce.

El guardia retrocedió finalmente, con el ceño fruncido de odio.

—Da gracias a que no te doy una somanta de palos que te quedas mongolo. Vete de aquí, ¡vamos! Traidor, fullero; este mes no venderás nada. Considéralo como una multa. —Alzó la cabeza hacia el grupo, recuperando el aire—. El resto puede pasar.

—Buenos días a todos —voceó el Buscador con un tono alegre y relajado. Sacó la acreditación y se la pegó al guardia en las narices—. Soy sir Tonatiuh Castañeda, el Buscador del Señorío de la Tierra, y tengo orden de encontrarme con ese hombre que acabáis de golpear.

El guardia miró a Tonatiuh con una mezcla de cautela y confusión. Después reparó en el caballo domado sobre el que iba montado y no pudo evitar tomar actitud de rechazo.

—Pero si no le conocéis.

—¿También cobráis por decidir a quién conocen las personas que entran por estas puertas? Wey, mucho trabajo para tan poco salario.

El guardia entornó los ojos. Tampoco sabía muy bien en qué categoría de poder entraba un cargo tan novedoso como el de Buscador, así que prefirió no objetar nada e hizo un gesto con la mano para invitarles a acercarse.

Relatos del barroOù les histoires vivent. Découvrez maintenant