CAP. 32 FLOTAR EN TU AMOR

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Movimiento. Un movimiento se empezó a apoderar de su cuerpo, un movimiento suave y gentil, como el oleaje en el mar de su infancia, pero ese movimiento no era de agua sino de fuego, y, sin embargo, extremadamente placentero. Ese sueño húmedo se empezaba a volver quemante, como esa llama que empezaba a consumir y encender sus entrañas, presionando puntos en su interior que invocaban placeres que no se pueden describir de alguna forma. El calor estaba haciendo presa de su cuerpo, las caricias de esas manos seguían creando caminos de fuego en su piel, los besos en su espalda borraban su cordura. Y lo estaba disfrutando, lo disfrutaba mucho.

Zen. Su nombre se dibujó en la esquina de su mente, mientras su cuerpo se consumía en el placer de ese sueño. Sólo Zen podía generar esas sensaciones y llevarlas al extremo dentro suyo. Lo amaba, lo amaba mucho, más de lo que alguna vez imaginó que podía llegar a amar, mucho más. Amaba todo de él, todo.

Zen. Un jadeo en su cuello. Unos dedos enterrándose en su cadera. Un "te amo, Takafumi" en su oído. No era un sueño. Era Zen. Zen atacándolo mientras dormía. Era Zen tomando su cuerpo y usándolo, dándole placer. Era Zen haciéndole el amor mientras aún dormía. Ahora estaba despierto. Y sentía demasiado placer como para enojarse por estar siendo atacado antes de despertar, así que se olvidó de todo y sólo siguió su ritmo, sólo siguió recibiendo placer.

Aferró la mano que se enterraba en su cadera con su propia mano, recogió sus piernas y cruzó las rodillas mientras arqueaba su cuerpo para ofrecerle mejor acceso a esa vara de carne ardiente que los conectaba. Se dejó llevar, se dejó hacer, comenzó a llamar el nombre de la persona que le estaba haciendo sentir todo ese placer, lentamente, dulcemente, sin pausa, sin prisa, y, sin embargo, con tanto amor que no creía posible que cupiera en su pecho, toda su sangre gritaba su nombre, todo su cuerpo gritaba "Zen".

La culminación llegó pronto, suave y tranquilamente, y, aun así, de una forma poderosa. Ambos cuerpos, al mismo tiempo, temblaron en la electricidad del momento, ambos cuerpos se derramaron, uno entre sus piernas, el otro en el fondo de ese lugar que los conectaba no sólo en la carne, sino también en el alma.

Respirar. Había que respirar. Eso quizás era lo único pesado de todo, el aire se volvía imprescindible en esos momentos, y, sin embargo, se sentía como una nube de ácido corroyendo sus pulmones. Si fuera posible respirar su nombre solamente, si fuera posible respirar su piel, su carne, su amor, entonces bien podía joderse el aire.

Ambos hombres se acostumbraron lentamente a llenar y vaciar sus pulmones de oxígeno, mientras las revoluciones de sus corazones alborotados bajaban hasta normalizarse. A horcajadas sobre su amado oso, Kirishima le dio los buenos días con una gran sonrisa en el rostro, mientras Yokozawa le contestaba un "sátiro idiota" con una cara sonrojada que no acompañaba para nada el intento de ceño fruncido que debería demostrar algo así como molestia. Luego de un beso cariñoso, Zen se levantó y fue al baño, para salir momentos después con el cabello mojado y trayendo una toalla húmeda que le entregó a Yokozawa; le hubiera gustado hacer él mismo el trabajo de limpiar el cuerpo de su amado, pero ya lo conocía y sabía que intentarlo era buscarse una discusión, aunque de todos modos le preguntó si quería ayuda, a lo que Yokozawa declinó, diciéndole que mejor se encargara de pedir el desayuno.

Después de limpiarse un poco, lo suficiente como para no sentirse incómodo, Yokozawa se metió al baño. Bajo la lluvia cálida de la ducha, luego de limpiar a cabalidad su cuerpo, se quedó un momento con las manos en su abdomen, recordando todo lo que había sucedido desde que llegaron a ese hotel, mientras en un suave murmullo rogaba "por favor, por favor, por favor", lo cual fue interrumpido por la voz de Zen desde el otro lado de la puerta avisándole que el desayuno había llegado.

Desde que comenzaron a salir, a Yokozawa siempre le había llamado la atención el que Kirishima pidiera comida para tres personas en los restaurantes, aunque casi siempre terminaba llevándose el plato de más a casa para Hiyori, pero otras veces se lo comía todo y aún pedía uno que otro entremés aparte. Esta vez no había sido la excepción, así que además del desayuno típico japonés para cada uno, había sobre la mesa varios platillos más entre dulces y salados. Recién entonces se dio cuenta de que en verdad estaba hambriento, el día anterior solo había almorzado un sándwich y un café, y luego habían cenado algo ligero, y con todo el "ajetreo nocturno" que tuvieron, realmente habían gastado una enorme cantidad de energías, así que el que Zen hubiese pedido esa cantidad de comida casi se le hacía poco.

Una Pésima BromaWhere stories live. Discover now