CAP. 32 FLOTAR EN TU AMOR

369 17 16
                                    


Seguimos acompañando a nuestra querida pareja Trifecta en su viaje de mini-vacaciones.

Espero que lo disfruten.

-----0-----0-----0-----0-----0-----0-----0-----0-----0-----


Eran pocas las veces que recordaba haber soñado algo, y aún menos las veces en que se daba cuenta que estaba soñando; sin embargo, ese momento era una de esas ocasiones, sabía que estaba soñando. Había salido del pozo oscuro de un sueño profundo que le había hecho descansar como pocas veces antes, como si todo lo que había pasado la noche anterior hubiese sido sólo una ilusión; sin embargo, en medio de la oscuridad del sueño, sabía que ya era de mañana, sentía la tibieza del sol acariciar su piel y calentar el ambiente, hasta que de pronto sintió que algo más lo acariciaba, había otro calor cerca de su piel, y conocía esas sensaciones, amaba esas manos que rozaban suavemente su piel en ese sueño, amaba el calor que abrazaba su espalda.

Un beso. Otro beso. Otro más. Más besos suaves y gentiles recorrían sus hombros, sentía la tibieza de una mano apartando la tela del yukata, amaba esos besos en su espalda, en su cuello, amaba esa nariz que rozaba su piel, olfateando como un perrito buscando ese olor que más le gustaba. Un beso. Otro beso. Otro más. Esos dedos grandes de yemas calientes como lava que recorrían su piel por todas partes dejando rastros de electricidad conocían bien cada centímetro de su cuerpo, los amaba junto a las sensaciones que dejaban. Un beso. Otro beso. Otro más. Un brazo apretando su cuerpo a otro cuerpo, rodeando su cintura, y una mano desatando la cinta del yukata, removiendo suavemente la tela de la prenda, explorando por su pecho y su abdomen, creando caminos de calor por donde pasaban. Esa presencia pegada a su espalda, brindándole un calor lleno de afecto, y a la vez cargado de lujuria. Un beso. Otro beso. Otro más. Ese sueño era tan agradable, que no quería despertar. Quería vivir en ese sueño para siempre. Otro beso más.

Calor. Piel. Amaba esa piel que le brindaba ese calor a su espalda. Ese calor hacía que su corazón tomara un ritmo diferente, expectante, feliz. Aquella mano traviesa seguía explorando su propia piel, buscando rincones inexplorados, como si quedara alguno a esas alturas, electrizando cada milímetro, dibujando líneas imaginarias como si fuera un lienzo delicado. Calor. Sintió algo arder rozando su espalda baja, pero lejos de temer quemarse, lo ansió dentro suyo; no lo diría nunca en voz alta, pero amaba ese calor en especial, lo deseaba, soñaba con él cuando no lo tenía. Deseaba que ese calor quemara sus entrañas. Lejos de apartarse, trató de acomodar su cuerpo para ofrecerle una morada a esa llama ardiente.

Humedad. Un sueño húmedo. Casi nunca había tenido sueños húmedos antes, ni siquiera en la época de la vida de toda persona cuando las hormonas dirigen sus impulsos, en ese tiempo su mente había sido un pozo oscuro en el que alguna que otra vez soñaba con el trabajo o la escuela. Todos los sueños húmedos que había tenido hasta el presente habían iniciado cuando esa persona entró a su vida y se adueñó de sus sentimientos. Desde entonces, tenía sueños húmedos casi cada noche, incluso cuando compartía el lecho junto a esa persona. Y lejos de odiarlo, lejos de asquearlo, lejos de hartarse de tener a esa persona tan presente en su vida y en su mente hasta para soñar con ella incluso cuando le tenía aferrada a su cuerpo en la misma cama, lo amaba, amaba soñar con esa persona, amaba amarle hasta en sueños.

Humedad. Calor. Dolor. Tres sensaciones que por sí solas no dejarían a nadie tranquilo, harían huir hasta al más valiente; sentir húmedo en cualquier parte del cuerpo es incómodo, sentir algo caliente acercarse a la piel es inquietante, sentir dolor, aunque sea mínimo, nadie lo quiere. Él tampoco querría sentir esas sensaciones por separado. Pero combinadas, lo sabía muy bien, eran el anuncio de una sensación más poderosa, algo que no deja indiferente a nadie, algo que todos desean. Placer. Sabía que aquella humedad permitiría que esa llama ardiente que buscaba refugio lo encontrara más fácilmente. Sabía que el calor de esa llama no consumiría sus entrañas, no le dañaría, y que, aun así, haría arder todo su cuerpo. Sabía que ese dolor sería momentáneo, y rápidamente se transformaría en placer, un placer que lo consumiría todo, que lo haría sentir más vivo que nunca, que lo haría sentir amado, amado en cuerpo y alma cuando fuera esa persona quien le brindara esas sensaciones. Y las deseaba, las aceptaba, rogaba por ellas. Las disfrutaba.

Una Pésima BromaWhere stories live. Discover now