— Hola mamá, ¿donde has estado? —ella se encaminaba a la cocina, levantó unas bolsas de supermercado para responder su pregunta. Lisa tomó asiento en una de las sillas del desayunador mientras veía a sí madre depositar las bolsas en la encimera. Helena dio media vuelta y miró a su hija con la sonrisa más radiante del mundo.

— ¡Hola cariño! –entusiasmo, demasiado entusiasmo.

— Se te ve muy feliz hoy —Helena sonrío aún más.

— Miriam se ha ido todo el fin de semana —Lisa río, aquello también la hacía feliz.

— ¿Cómo estuvo tu día?

— Bien, ¿el tuyo? —Helena notó la tristeza en los ojos de su hija, notó como intentaba buscar palabras y esconder lo que realmente sentía. Sintió la chispa que brotó dentro de ella y eso no le gusto—. Sucede algo, cariño, puedes decirme. Intentaremos encontrar una solución.

— No hay solución para esto —dijo mientras limpiaba una lagrima de su rostro—. Ya he intentado buscar soluciones y lo único que encuentro es más dudas porque nadie habla con la verdad, nadie me dice las cosas como realmente son. Es fácil dejar a la gente en la ignorancia, pero para la persona en cuestión es bastante difícil que todos a su alrededor sepan qué pasa con ella y que ella no sepa nada.

— Siento tanto ponerte en esta situación, mi amor —dijo su madre mientras se acercaba a abrazarla—. ¿Te gustaría salir? —Lisa agradecía en parte los esfuerzos de su madre, pero la realidad era que no lo soportaba.

— No podemos tapar el sol con un dedo, mamá. Miriam no está aquí, tú podrías decirme algo —Helena conocía esa mirada de ansiedad, ya había visto esos ojos marrones rogando por algo. Se le estrujó el corazón al ver a su hija, que más bien parecía hija de otra persona de lo poco que se parecían. Beso la frente de Lisa, ella había soportado mucho, demasiado. Sabía que tarde o temprano llegaría el día en el que su Lisa pidiera, mejor dicho, demandará respuestas, pues sus diferencias iban más allá de lo físico. Ella lo sabía, lo tenía bastante claro, lamentablemente Miriam no. Por un lado, Helena estaba orgullosa de saber que su hija no se dejaría sublevar de su hermana, pero al mismo tiempo le atemorizaba lo que eso podría ocasionar.

— Dos preguntas —dijo Helena limpiando las lágrimas del rostro de su hija, se acercó para depositar un beso en su frente. Le sonrió con dulzura, mientras tomaba sus manos entre las suyas.

— ¿Incluso si tienen que ver con mi padre?

— Lisa, sabes que eso es imposible —miró la esperanza en esos ojos, el deseo que tenían de saber más y no pudo contenerse—. Está bien, pero solo dos preguntas.

— ¿Cómo es él? —Helena sonrió.

— Tú eres igual que él. Tus ojos tienen el mismo tono de marrón, y al igual que los suyos a veces lucen como miel. Su cabello es oscuro, su piel es igual de blanca. Hace ese extraño gesto qué haces cuando estás nerviosa, pero el suele hacerlo cuando se enoja. También tienes su altura —su voz empezó a quebrarse conforme avanzaba—. Le gusta correr, le gusta leer, le gusta pintar. Son tan parecidos que a veces asusta. Es sumamente inteligente, es bastante astuto. Estaría orgulloso de saber que tienes su poder.

— ¿También es como nosotras? —preguntó sorprendida y a la vez emocionada.

— Si, lo es —soltó una pequeña risa, pero luego calló bruscamente mientras observaba un punto detrás de Lisa—. Su nombre es William —Lisa no aguantaba la felicidad que había dentro de ella. William, su padre por fin tenía un nombre, deseaba tanto conocerle. Más que cualquier cosa en la vida deseaba poder ver el rostro de su progenitor, poder decirle cuanto le amaba sin conocerlo y lo mucho que necesitaba de él. Pero que pasaba si él no quería nada de ella, si les había abandonado. Bien podría ser esa la razón de que ella y su madre estuvieran allí fuera que su padre nunca le quiso.

— Mamá... él me-me... —Lisa no aguantaba más la confusión que había dentro de si, sin poder contenerse comenzó a llorar sobre los hombros de su madre—. Lo siento, lo siento. Solo quiero saber si te alejaste o él se alejó. ¿No me quiso? ¿No quiso tener una hija y nos abandonó? ¿Te dejó por mi?

— Esas son muchas pre-preguntas, cariño —Helena intentaba mantener la compostura, estaba intentando que las cosas no se salieran de control pero que le diría a Lisa. Ya había mucha tensión en aquella casa como para echarle más leña al fuego con la verdad. Pero no podía mentir sobre William, ni su hija, ni él se lo merecían—. Él no tomó la decisión, si de nosotros dependiera la historia fuera diferente. Pero hay muchas cosas, cariño, que uno no puede controlar aunque desee hacerlo.

— ¿Qué significa eso? —Helena se puso de pie de un salto al escuchar el teléfono, miró a Lisa con preocupación y luego se adelantó a contestar. Contestó con un simple "buenas" y luego permaneció en silencio por un largo rato. Lisa sabía de que se trataba aquello, sabía que pasaría de un momento a otro. Agradecía en lo más profundo haberse enterado de aquello, pero había más, mucho más y su corazón y mente deseaban ser llenos de verdades. Cuando su madre colgó el teléfono, no le obligó a continuar la conversación, ni siquiera espero respuesta alguna. Se acercó a Helena y le abrazó, permanecieron un rato en silencio, sumergidas en la quietud de tener a Miriam lejos—. Te amo, mamá.

— Yo también te amo, mi amor —dijo llorando, volvió a mirar el teléfono como si temiera que Miriam saldría de allí de un momento a otro—. Ahora no entenderás nada, y es posible que cuando sepas todo, tampoco entiendas del todo las cosas. Pero todo lo he hecho por ti, porque eres lo único que tengo en este mundo que vale la pena. 

Pottens I: El Secreto de los Clanes (Pausada)Where stories live. Discover now