Aislado

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MARTES

El celular sonó. Debí quedarme dormido. El timbre me despertó, corrí al baño, me paré sobre el retrete y arranqué el celular del techo. Era Alejandra. Estaba muy preocupada por mí y aparentemente ha estado intentando llamarme desde que la dejé plantada. Viene para acá, no preguntó donde vivía. Estoy muerto de la vergüenza. Definitivamente voy a tirar este diario antes de que alguien lo vea. Ya ni siquiera sé porqué sigo escribiendo en él. Se siente como el único tipo de comunicación desde que estoy aquí.

Me veo mal. Mis ojos están hundidos, mi barba gruesa. Parece que estoy enfermo.

Como dije ya, mi departamento es un desmadre, pero no voy a limpiarlo aún. Creo que necesito que alguien más vea por todo lo que he pasado. Estos últimos días no han sido normales. He sido víctima de la probabilidad. Seguro he estado a un paso de ver a alguien más una docena de veces. He salido en la madrugada, cuando todo el mundo estaba dormido, o a medio día, cuando todo el mundo está trabajando. Todo está bien, ahora lo sé. Además, ayer encontré una vieja televisión a blanco y negro en el closet. La encendí antes de sentarme a escribir, para tenerla como sonido de fondo. La televisión siempre ha sido una forma de escape para mí y además, me recuerda que afuera de estos muros un mundo sigue andando, crea lo que crea.

Me alegra saber que Alejandra fue la única que me ha buscado después de la crisis de anoche. Ha sido mi mejor amiga durante años. Ella no lo sabe, pero cuento al día en que la conocí como uno de los mejores que he tenido en toda mi vida. Fue un tibio día de verano. Ahora siento como si el recuerdo estuviera arrancado de un mundo distinto del que me encuentro. En mi memoria los colores parecen los de una postal. Sentí que pasaron días enteros en ese parque para el que ya estábamos demasiado grandes. Hablamos solamente. Puedo volver a ese momento y recordar que esto no es lo único de lo que tengo noticia.

Llaman a la puerta.

Pensé que era extraño no poder verla por la cámara que había escondido en la máquina de refrescos. El problema de la perspectiva, no poder ver ni una parte de mi puerta, sólo las escaleras al fondo. Debí saberlo. Después de que tocaran, grité que tenía una webcam en una de las máquinas de refresco, porque había llevado mi paranoia demasiado lejos; intentaba bromear. Vi su imagen acercarse y bajar la vista hasta dar con la cámara.

Sonrió y saludó con una de las manos.

Vi que sus labios decían lo que siempre me ha dicho para saludarme: qué onda tú. .

Lo sé, es raro, perdón, Grité para que me escuchara.

Tengo una mala racha, agregué.

Sus labios se movieron delante de la cámara, de nuevo: ábreme Luis.

Sígueme un poco la corriente ¿sí?, dime algo sobre nosotros, algo que nadie más pueda saber.

Miró a la cámara extrañada, se tocó la barbilla y comenzó a contar con un pie sobre el suelo. Miró hacia arriba. Sacó un papel y un lápiz. Escribió en ellos. Enseñó el papel para que pudiera verlo en la cámara. El papel decía:

Ya estábamos muy grandes para estar en un parque.

Suspiré profundamente, la realidad volvía, el miedo se disipaba. Dios, había sido tan ridículo. Por supuesto que era Alejandra. Nunca he hablado con nadie de ese día, nunca he escrito de ese día más que aquí. Es una de esas cosas que se atesoran por la nostalgia que provocan, por el deseo enorme de verlos repetirse algún día; siempre he pensado que es eso lo que los termina covirtiendo en algo muy parecido a los sueños. Ninguna entidad, ninguna cosa extraña hubiera podido tener acceso a esa información. Tenía que ser ella.

Aguanté las ganas de llorar y prometí, gritando, que lo explicaría todo en un segundo.

Se moriría de la risa cuando supiera por lo que había pasado, lo que había estado pensando.

Intenté peinarme delante del espejo. Estaba hecho mierda, pero ella entendería. Di un vistazo al desastre al que había reducido todas las cosas de mi casa. Apreté los dientes y caminé hacia la puerta. Puse mi mano sobre la perilla y di un último vistazo a mis espaldas. Mis ojos pasaron por la comida mordisqueada regada por el suelo, el bote de basura rebasado y la cama que había volcado hacía unas horas, buscando… dios sabrá qué estaba buscando.

Casi le di vuelta a la perilla.

Casi abrí la puerta.

Pero mis ojos notaron una cosa más: la webcam que usé para chatear con mi amigo.

La esfera negra estaba sobre un costado, el lente apuntaba a la mesa en donde este diario se encontraba. Un terror enorme se apoderó de mí en cuanto pensé que si algo podía ver por esa cámara, podría ver lo que había escrito acerca de ese día. Le había pedido una cosa, cualquier cosa acerca de nosotros que ellos no pudieran saber… pero pudieron estar mirándome durante todo este tiempo.

No abrí la puerta. Grité. Grité sin parar. Arranqué la webcam de su lugar y brinqué encima de ella hasta hacerla añicos. La puerta tembló. La perilla giró. No escuché la voz de Alejandra del otro lado. ¿La puerta tenía seguro? ¿La puerta podía abrirse? ¿Alejandra podía entrar?, ¿era Alejandra quién estaba afuera? ¿quién estaba afuera?, ¿qué estaba afuera? La vi por la computadora, pero no escuché su voz, no habló del otro lado de la puerta.

¿Era real?

¿Cómo podría saberlo?

Ya se ha ido.

He gritado por ayuda.

He asegurado la puerta con todos mis muebles.

PsicosisHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin