¿Celos de su propia bañera? Oh, por Dios.

—No lo eres —declara suspirando y medio sonriendo—. Esa es una de las muchas cualidades que me gustan de ti. Eres una mujer audaz y muy capaz que tiene dos trabajos para salir adelante. ¿Por qué lo haces?

—¿Hacer qué? —pregunto ocultando mi nerviosismo.

—Tener dos trabajos.

—Me...me gusta vestir bien —esquivo la respuesta verdadera, pero él...

—Trata con otra respuesta, Evenin, porque esa no me convenció para nada.

—Solo ayudo a mi padre con los gastos de la casa —Esa se acerca más a la verdadera razón.

—¿Y tu madre? —cuestiona y presiono mis labios de repente paralizada. Él se acerca y acaricia mi mejilla—. Solo quiero conocer todo de ti, pero entiendo mejor que nadie que hay cosas que simplemente no es el momento adecuado para decirlas. Poco a poco, Evenin.

La tensión me abandona y sus palabras me reconfortan. —Gracias por comprender, Sebastián.

Él asiente, su rostro solemne. —Vamos a la cocina a ver qué delicias nos dejó Isabel para comer.

Tomo su mano y mientras caminamos le pregunto: —¿Comeremos así vestidos con solo una toalla?

Él también tiene una alrededor de su cintura después de tomar una ducha. Se detiene y me mira con expresión divertida. —¿Quieres que vayamos desnudos? No me opongo en lo absoluto.

Rio. —Solo lo comento porque puede venir alguien de repente. Como ese señor que vi el domingo pasado. Él entró con su propia llave y por eso pensé que él era el señor Avilés.

Hay sombras oscuras cruzando por su rostro. —Ese era mi padre —masculla en un tono más que frío. Helador—. Sale y entra a su antojo, pero eso se terminará pronto. Esta noche no vendrá. Está muy ocupado en sus juergas sin fin.

Él habla con tanto rencor que me asombra. Mi padre no es un santo, pero no lo odio. Por suerte, todo esa aversión de Sebastián no está dirigida a mí, pero me entristece que esté sufriendo por ello.

Para aligerar el ambiente, propongo: —Bueno, siendo así, pues yo tampoco me opongo a andar desnudos por la casa.

Funcionó porque su cara cambia drásticamente.

—¿Quién dijo algo sobre andar? —Su cabeza niega, su voz es ronca y su dedo índice recorre mi labio inferior—. Evenin, voy a hacerte el amor por cada recoveco de esta casa, y de tu cuerpo.

Mi vientre se contrae y contengo un gemido mordiendo mi labio. Mientras sostiene mi rostro con una mano, me besa con una pasión arrolladora. Acaricio los cabellos de su nuca y lo beso también. Sin aliento nos separamos.

—A comer —dice—. No quiero que te desmayes en mis brazos.

—Si eso pasa, al menos estaré en un lugar seguro —susurro sobre sus labios.

Su mirada azul me traspasa con su intensidad. —En mis brazos lo estarás siempre, adorada Evenin.

Nos miramos por largo rato hasta que él rompe la conexión con un corto beso, toma mi mano, y juntos bajamos a la cocina. Después de servirnos el risotto con la carne de ternera, una copa de vino para él y agua para mí, nos sentamos juntos y comemos y conversamos.

Sebastián come con ganas, y al ver que lo noté, él explica con humor: —He estado toda la tarde corrigiendo trabajos, entregando las calificaciones finales, y estoy muerto de hambre.

—¿Ya corregiste el que hice con mis compañeros?

—Sí, ese fue el primero que califiqué.

Lo miro a la espera de que me diga que nota saqué en su clase, pero él sigue comiendo y no da muestras de querer decirme.

Profesor Grullón (Editando)Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα