Mis ojos lo buscan cuando Jonathan se aleja de mí. Él viene caminando hacia nosotros con su maletín en la mano...y con la sonrisa más grande y relajada que le hayamos visto nunca. Grullón hoy está vestido de esa manera casual elegante que me gusta tanto. Sus largos y fuertes brazos están al descubierto, y cómo me gustaría tocar esa piel y sentir la dureza de esos músculos o mejor aún, ser reconfortada por ellos. Su camisa es azul claro y viste unos pantalones caqui ajustados que deben acentuar ese trasero sexy que hemos mirado y admirado durante casi un año. Luce perfecto, sus ojos zafiro brillan, y esa sonrisa... Dios. Mi boca se seca. No puedo apartar la mirada y estoy segura de mis compañeras tampoco porque él nunca sonríe genuinamente, y verlo hacerlo, es un verdadero milagro. El sexy profesor de álgebra entra al salón de clases destilando todo su encanto y lo seguimos como si él fuera el flautista de Hamelín y nosotras las encantadas ratoncitas.

Me siento en mi lugar y recuerdo sus palabras: "Parece que hoy todos estamos de buen humor". Él está feliz porque hoy recibirá su tan defendible herencia y porque se terminan las clases y ya no tendrá que lidiar con estudiantes nunca más. ¿Tanta alegría le causa? Lo miro de nuevo. En realidad no he dejado de mirarlo. Y es cierto. Su rostro, su relajado y gran cuerpo así lo demuestran. La excitación y el encantamiento que siento se esfuman porque de repente me indigna...y me duele.

Después de dejar su maletín, él se sienta en la esquina del escritorio y sonríe diciendo: —Bueno, ¿qué tienen para mí, queridos estudiantes? —¿Qué? Ahora todos lo miran con confusión y cierta aprensión. Yo achico mis ojos mirándolo con desconfianza. ¿Qué estará tramando?—. ¿Me entregarán el trabajo especial? —dice después de suspirar con paciencia—. ¿Lo hicieron, cierto? A mí me da igual si lo hicieron o no. Daré la nota final sea como sea.

Que arrogancia.

—Sí lo hicimos, profesor Grullón —afirmo sin ocultar el desdén, ya que parece que a mis compañeros les comió la lengua el ratón. Grullón me mira directamente y sigo—: ¿Se lo entregamos ahora o cuando usted dé la orden?

—¿La orden? —parece confundido.

—Sí, la orden. Eso es lo que ha hecho usted durante todo el curso escolar, dar órdenes.

El muy engreído sonríe. —Ah, señorita Roa. Mentiría si le dijera que voy a extrañar su actitud valiente y defensora, pero no voy a hacerlo en lo absoluto.

Maldito. Eso...dolió. Pero no se lo demuestro, ni un poquito. Sonrío dulcemente. —El sentimiento es mutuo. —Siento las miradas azoradas de mis compañeros de clase, pero alguien tiene que ponerlo en su sitio. Y ese alguien soy yo—. ¿Y bien? —cuestiono—. ¿Pasaremos toda la hora mirándonos las caras o qué?

—¿Evenin, estás loca? —susurra a mi lado Frida, pero la ignoro.

El profe de álgebra ríe divertido. Luego deja de hacerlo y se levanta. Se pasea pensativo con sus manos metidas en los bolsillos. —Han sido unos meses interesantes en muchos sentidos, no puedo negarlo. Mi abuelo era catedrático en la universidad local y quería que fuera como él, un educador, pero admito que ese no es mi fuerte ni lo será nunca. Él lo sabía, pero aún así quería que viviera la experiencia. Y lo hice —se detiene y nos mira a todos. ¿Y a qué viene esto? ¿Por qué nos cuenta sus cosas personales cuando nunca lo ha hecho?—. No voy a disculparme por nada ni con nadie —dice en su habitual tono frío—. Si no les gustó la manera en que impartía la clase de álgebra, la solución era muy fácil y la tenían en sus manos, hablar sobre su molestia con el director Roldán o con la trabajadora social de la escuela. Ah, pero no lo hicieron. ¿Por qué? No lo sé o tal vez sí, pero ya es muy muy tarde —sonríe con suficiencia. ¡Qué descaro!—. Ahora bien, con eso aclarado, imagino que al igual que yo, están ansiosos de terminar mi querida clase de álgebra para poder irse a casa a holgazanear o hacer lo que suelen hacer después de clases. Así que voy a ir llamándolos por grupos para que me entreguen el trabajo especial y les haré preguntas sobre el mismo para verificar si todos trabajaron en equipo o no. Eso les hará ganar puntos extras. Los corregiré durante el fin de semana y el lunes entregaré la nota final, la cual podrán ver accediendo a la página web de la escuela. Buena suerte —termina sonriendo con arrogancia y camina hasta su escritorio.

Profesor Grullón (Editando)Where stories live. Discover now