Capítulo 33: 5 de mayo de 2012

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Cuando las circunstancias parecen ser demasiado turbulentas, a veces simplemente prefiero dejar de pensar. ¿Pesimista? ¡Bah! Más bien realista. No hay mucho que alguien en una posición como la mía pueda hacer además de limitarse a dejar las emociones de lado. No llorar, no sufrir, no expresar...

«Ignorar al corazón y escuchar a la razón»

Habrá que hacer una pausa para contarte un pequeño secreto: desde ayer, siento como si el alma se me hubiera escapado y, a juzgar por el modo en que han acontecido los hechos, me da la impresión de que la mente no me funciona muy bien si es el ánimo lo que llevo arrastrando por los suelos. Frases como "estoy bien" o "todavía puedo soportarlo" eran el tipo de pensamientos que me obligaba a repetir, incluso aunque, en el fondo, estuviese en plena consciencia de que era por Lukas que el corazón se me estaba haciendo añicos.

—Cielos, ¡ya deja de pensar en él! —me reprendí, forzándome a centrar mi atención en lo que el momento exigía—. Torturarte psicológicamente no va a hacer que prepares las maletas más rápido.

Leíste bien, dije maletas. Y tal urgencia por terminar el equipaje solo podía deberse a que necesitaba salir de aquel sitio cuanto antes. Pero ¿qué hacía tu querida narradora, una vez más, poniendo su vida en peligro en tan expuesto escenario? Hace unas líneas acabo de explicarte que mi juicio iba de mal en peor; mas, aún pese a ello, haré un intento por justificar qué demonios hacía yo visitando mi antigua habitación a esas horas de la madrugada:

Eran casi las cinco de la mañana para cuando me decidí a irrumpir en ya sabes cuál cabaña. Todavía contaba con mi propio ejemplar de llaves, por lo que quitar los cerrojos de la puerta no me costó ni el más mínimo esfuerzo en comparación con la demanda de avanzar por los pasillos en completo silencio. Quería alcanzar la entrada de mi recámara y concederme la libertad de empacar aquello que tuviera valor para mí: prendas, zapatos, pinturas, libros y documentos; cada pertenencia con la facultad de formar parte de mi identidad y que ni un millón de años estaría dispuesta a dejar en manos de Charles.

Siendo así, me ocupé algunos minutos en ordenar y priorizar, escogiendo aquello que creía indispensable llevar conmigo para luego enfocarme en hacer que cupiera todo al interior de dos o tres mochilas.

—De acuerdo, con eso bastará. —Me colgué una mochila a la espalda y sujeté las otras por las correas superiores—. De cualquier modo, no pienso volver a poner ni un solo pie aquí dentro.

«No por voluntad propia, al menos»

Contando con el equipaje completo, no vacilé antes de concederme el permiso de abandonar el cuarto, bajando por las peldaños con cautela porque —aceptémoslo— los tropiezos aumentan de probabilidad cuando se va con las manos llenas.

«Alto... ¿Escuchas eso, Yvonne?»

Giré el rostro hacia el pequeño mueble que ocupaba un espacio al final de las escaleras: era un chirrido ligeramente ruidoso lo que ya comenzaba a estropear el silencio de la planta baja.

«Maldita sea»

Tuve que bajar las últimas gradas a toda prisa con tal de callar el sonido del teléfono —un receptor fijo que Charles había instalado hacía años con el único propósito de "no romper la conexión" con el mundo humano—. Estaba consciente de que habría de bloquear al emisor de aquella llamada; no obstante y estando a punto de hacerlo, mis ojos se toparon con el identificador que acababa de aparecer en la pantalla: se trataba del número de casa... De mi verdadera casa.

«Contesta»

¿Sería eso lo más sensato? No lo sabía, aunque ello no implicaba que estuviese dispuesta a ignorar lo mucho que necesitaba escuchar la voz de alguna de ellas... Sin importar desde dónde se mirara, tenía la pinta de ser la opción correcta.

Su recuerdo es invisibleOù les histoires vivent. Découvrez maintenant