Prácticante de WindSurf

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La playa estaba vacía, salvo por alguien que estaba practicando windsurf con una vela de color azul oscuro y naranja neón. Amanda quedó impresionada por la velocidad a la que se movía. La tabla cortaba la superficie del agua como una navaja. De pronto ella vio como la vela se inclinaba en un ángulo peligroso.

Amanda resolló cuando la tabla saltó en el aire girando 360 grados sobre sí misma, el hombre soltó la vela unos instantes y ella pensó que chocaría contra el agua, pero recuperó el agarre de la botavara y volvió a saltar en el aire con la tabla, dando dos vueltas más.

Él no se iba caer, era evidente que este tipo no era un principiante, era un acróbata. Amanda sacó su cámara y giró el lente para que tuviera el mayor alcance posible de su objetivo. Ajustó las funciones y empezó a disparar con una serie de clic-clic-clic en rápida sucesión, captando los movimientos ágiles del windsurfista .

Quizás había tomado alrededor de 50 fotos cuando el hombre hizo un último salto en el aire antes de dirigirse directamente hacia donde estaba ella. El hombre era alto, Amanda estaba asombrada viendo los músculos de sus brazos bajo la camisa manga larga de neopreno que lo abrazaba como una segunda piel. Cuando estaba a unos pocos metros de la orilla soltó la botavara y la vela cayó al agua, el hombre se bajó a pocos pasos de donde ella estaba parada en la orilla de la playa.

Su piel y su cabello eran dorados, por tantas horas bajo el sol. Ella lo miró sonriendo y estaba a punto de halagarlo por sus acrobacias cuando él habló primero.

–¿Estás filmando? –preguntó el con tono acusatorio.

–Eh… no. Te estaba fotografiando,
–respondió Amanda confundida por el comportamiento abrupto del windsurfista .

–¿Quién te pagó? –dijo él.

–¿Qué?

–¿Tienes agua en los oídos?. Tú me oíste. ¿Quién te pagó?

–No sé de qué estás hablando.

–No te hagas la tonta, chiquilla. Dime ¿quién carajo te pagó para fotografiarme?

–No soy ni una tonta ni una chiquilla
–respondió enfurecida ante las acusaciones del hombre–, pero tú obviamente eres un patán narciso que cree que el mundo gira a tu alrededor. Para tú información estoy aquí de vacaciones, me estoy quedando en el hotel.

Ella hurgó en su bolso que seguía colgado de su hombro y sacó la llave unida a una concha de coco picada por la mitad con el número ‘7’ dibujado en blanco. Sacudiendo la llave frente a su cara Amanda dijo:
–Llegué hoy, después de haber pasado un mes de mierda , y estaba disfrutando el espectáculo que estabas haciendo ¡hasta que te acercaste y abriste la boca!

La cara de él cambió de expresión iracunda a una de perplejidad y luego espanto.

–¡No sabes cuánto lo lamento! Disculpa, pensé que eras una espía de uno de los otros competidores.

–Guárdate tus excusas para alguien a quien le importe, ¡patán!
–y con eso Amanda se dio media vuelta y caminó rápidamente en dirección hacia el sendero que la llevaría de regreso a su cabaña. Pero cuando llegó a la caminería optó por cambiar de rumbo. Tras andar unos minutos se encontró en un área común donde había una piscina panorámica que parecía fundirse con el mar y una gran churuata con un barra y varias mesas vacías.

Se acercó a la churuata y se sentó en la barra, apoyando su bolso sobre el taburete contiguo. Un hombre de cabello canoso y bigote, vestido con una camisa de estampado floral se acercó y le dijo: –Buenas tardes, señorita ¿puedo ofrecerle algo?

. Hola, sí. ¿Una piña colada, por favor?.

–Muy bien, una piña colada, dijo asintiendo con la cabeza.

Al poco tiempo volvió con una copa llena con la bebida; y adornada con una pequeña sombrilla y un trozo de piña picado en forma de triángulo encajado en el borde de la copa.

–Gracias, respondió Amanda con una leve sonrisa. Tomó la pajita entre los labios y saboreó el coctel refrescante.

–¿Qué te trae a nuestro hermoso país?
–preguntó el señor.

Amanda se encogió de hombros y dijo
–Iba a venir con mi mejor amiga, ella quería traerme para tomar unas vacaciones y descansar, pero dos días antes de venir le dio apendicitis y la tuvieron que operar de emergencia. Pensaba cancelar el viaje ya que ella no podía venir, pero insistió en que el cambio de escenario me vendría bien.

Ah… problemas del corazón entonces.

Amanda alzó la mirada y vio una chispa conocedora en la mirada del hombre.

–¿Cómo supo?
–preguntó perpleja.

–Cuando tienes tanto tiempo como yo, en mi oficio, sabes cuando alguien bebe para celebrar o bebe para olvidar. Y usted señorita, parece que quiere olvidar.

–Así es, me gustaría mucho poder olvidar.

–Pero si olvidamos todas las cosas malas que nos suceden, entonces ¿cómo aprendemos de nuestros errores? .El fracaso es un mejor maestro que la victoria.
–Honestamente no sé que debo aprender de lo que me pasó. La única lección que creo que aprendí es que más nunca debo confiar en un hombre
–dijo con pesar.

–Este hombre, ¿te traicionó con otra mujer?

–Sí. Con su secretaria.

–Es un idiota. Tiene que serlo para no apreciar lo que tiene. Usted es una buena mujer.

–Ni siquiera me conoce, ¿cómo sabe que soy una buena mujer?

–¿Es usted una mentirosa?

Amanda alzó la vista afrontada –¡No!

–¿Es usted una mujer violenta?

–¡Por Dios! .¡No!

–¿Alguna vez ha estado con un hombre porque sea rico o tenga un buen auto?

–¡No!

–¿Usted cuida a sus seres queridos y se considera una mujer trabajadora?

–Sí, eso… eso creo
–respondió más sumisa.

–Entonces, señorita. Es usted una buena mujer,
–dijo con una sonrisa.

Amanda soltó una risita.
–Gracias por el cumplido, señor. –Me permite darle un consejo, señorita.

–Amanda, llámeme Amanda, por favor.

–Amanda, dijo, mientras las puntas de su bigote se levantaban con una sonrisa, no deje que la idiotez de un hombre le cierre el corazón a todos los buenos hombres que le falta por conocer. Créame, aún existen.

Yo tengo 25 años de casado con mi esposa, y hemos tenido momentos buenos y momentos difíciles, pero yo nunca la he traicionado con otra; y ella nunca me ha traicionado con otro. Para que el amor entre dos personas resista en el tiempo, es fundamental que haya respeto, comunicación, lealtad, honor y afecto.

Amanda quedó muda por unos momentos.

–Gracias, señor. Es un buen consejo, trataré de aplicarlo.

–José. Mi nombre es José. –Gracias, José.

Si me permite decirlo, usted seguramente es un unicornio. José alzó las cejas en asombro y luego echó la cabeza hacia atrás, soltando una gran carcajada. Su risa era contagiosa y Amanda también se echó a reír con él. Su ánimo estaba mucho mejor, le pidió otra piña colada y siguió charlando con José, quien le estaba hablando de todas las cosas que podría hacer y los sitios que podía visitar en la tierra de Pura Vida .

Ya estaba terminando su trago cuando alguien dijo a sus espaldas:
–José, los tragos de la señorita van por cuenta mía, por favor.

José frunció el ceño ante la petición y luego se encogió de hombros diciendo:
–Si tú lo dices, Max… y si Amanda lo permite…

El windsurfista de la playa se sentó en el taburete vació al lado de Amanda. Había cambiado su camisa de neopreno por una guayabera blanca manga corta que resaltaba el color de su luminosa piel.

                    Continuará

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