PREFIGURACIÓN

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PREFIGURACIÓN

Pseudónimo; Mustalainen.

La noche anterior al vuelo dormí genial, plácidamente, sin sobresaltos. Me acosté a las 23:00 a.m de la noche y me levanté a las 7;00 p.m para tener el tiempo suficiente de desayunar en la terraza. Sintonicé mi programa favorito en la radio, hablaba un tal Ignacio Lagarrai sobre la problemática que conlleva la inmigración "ilegal" infantil, - Los centros de primera acogida son los que reciben desde el principio a los menores inmigrantes no acompañados. Allí conviven niños de todas la edades -de cero a 18 años- y nacionalidades, que provienen de situaciones completamente distintas -. Parece que, una vez llegan los niños, los acogen en el centro para realizar un estudio y decidir su futuro. Intentan localizar a sus padres para reclamar sus papeles, estos suelen aportarlos sin problema, luego, una vez se aseguran de que su hijo/a está bien prefieren que se quede donde está y desde la organización deciden si lo más conveniente es el reagrupamiento familiar o el ingreso en una residencia. Los pobres chavales no tienen poder de decisión, son sus propios padres, los que al haber sufrido las difíciles situaciones que se enfrenta su país sin expectativas de futuro, deciden por él. Deciden que estará mejor en un país "desarrollado", deciden que valdrá la pena jugarse la vida en el mar o en la carretera para llegar a un país en el que no tendrán las mismas oportunidades que un nativo porque por desgracia la teoría capitalista basada en la meritocracia es tan sostenible como el agua en un colador, pero siendo honesto, no era nadie para juzgar a los padres que deciden el futuro de sus hijos porque nunca había vivido una situación parecida, de hecho, concluí que debía ser un acto de valentía muy doloroso, tener que abandonar a un hijo por querer otorgarle las mejores posibilidades . Apagué la radio, no era un día meritorio de desazón y disfruté observando el sol naciente y su luz fulgurante que se filtraba entre las rejillas de las persianas de la casa proyectando figuras extravagantes en el techo y las paredes.

Me pegué una buena ducha fría (era agosto) y salí a la calle: crucé un par de esquinas hasta llegar a la estación de taxis, me subí a uno de ellos y condujo hasta el aeropuerto. Le conté al taxista que me iba a China por primera vez para impartir unas conferencias sobre la creatividad en el ámbito literario. Luego pensé en ellos, los taxistas y sus naves, esos espacios confidenciales y familiares. ¿Qué harían con todas aquellas historias? ¿cómo podrían soportar la idea de que nunca vuelvan a ver a todas aquellas personas que se sientan en sus butacas, confían su tiempo y depositan sus preocupaciones sobre ellos? Por no hablar de los taxistas nocturnos, grandes héroes.

Una vez llegué al aeropuerto me dirigí hacia el mostrador donde debía facturar mi maleta. Podría no haber facturado ya que las conferencias las iba a impartir en apenas 4 días, pero decidí viajar un par de semanas antes de lo previsto para aprovechar y poder visitar un país que me resultaba de lo más exótico, además hacía tiempo que no viajaba y me tomaba un tiempo de descanso, pensé que me sentaría bien. Tenía tiempo de sobra así que resolví ir a tomar un café, una vez sentado, esperando a que me trajeran la bebida, empecé a arrepentirme de haber cogido el vuelo dos semanas antes, quise a toda costa volver a casa y sentirme seguro, me prometí que al volver conocería a una chica inteligente con quien refugiarme y me desharía de todos mis miedos. Aún no había despegado y ya quería estar de vuelta. Unos minutos más tarde me invadió una sensación amarga y desconocida hasta el momento, se me agitaba la respiración de forma intermitente y sentí despegarme de mi propio cuerpo, incluso podía verme desde fuera con el café en la mano y una mueca de pánico, sin embargo, ninguna de mis dos percepciones era especialmente lúcida y mucho menos la que se quedó dentro del cuerpo, esta se hallaba aturdida y funcionaba de forma automática pretendiendo hacer en todo momento lo más correcto evitando así llamar la atención de la gente, algo que, estaba seguro, hubiera empeorado las cosas. Desde fuera vi una silueta pueril e inocente, casi no podía reconocerme. Me levanté asustado y me deslicé hasta el baño de la cafetería donde me aclaré la cara con abundante agua fría, allí empecé a sentirme mejor, allí recobré el ritmo de la respiración, aunque percibí mi rostro desencajado. Salí del baño algo mareado y decidí esperar sentado en la puerta de embarque.

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