Primer cerezo: Rifle

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En ese momento sellé los párpados, la saliva, ácida, descendió con dificultad por mi garganta y me declaré a mí mismo que sería el fin de todo, las gotas de sudor frío escurrieron por mi frente y creí dar mi último respiro, un par o una docena de ...

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En ese momento sellé los párpados, la saliva, ácida, descendió con dificultad por mi garganta y me declaré a mí mismo que sería el fin de todo, las gotas de sudor frío escurrieron por mi frente y creí dar mi último respiro, un par o una docena de veces, con los dientes apretados como cada músculo de mi cuerpo, me negaba rotundamente a dejar caer las ardorosas lágrimas de terror puro.

«Tranquilo, recuerda que lo mereces.»

Intenté convencerme, aunque la mente fue desterrada de todo pensamiento cuando el frío metal estuvo netamente pegado a mi frente. Aquello que amenazaba con terminar mi existencia, era pues, un rifle.

Me hallaba yo entonces arrodillado en el suelo, con las manos atadas en la espalda y la frente sostenida con la punta de un arma de fuego empuñada por el mismísimo demonio.

Un demonio que estaba loco. Era un hombre viejo, de manos arrugadas y semblante enloquecido. Sus cuencas estaban deformadas, los párpados bien abiertos, las verrugas en la nariz y bajo el labio resultaban repulsivas, su cabeza estaba ya casi cubierta netamente por canas, que descendían rebeldes y despeinadas por sus hombros, cubiertos por una túnica violeta, con bordado de flores y aves rojas y blancas. La expresión era grotesca, sus pies estaban desnudos sobre el piso de madera de un lugar desconocido para mí.

Si abría los ojos, mi campo visual se reducía al piso en un radio de medio metro, en donde él yacía de pie con el rifle en manos y yo, de rodillas con la vida a punto de escabullirse de mi ser.

Esporádicamente, el frío en mi frente se desvaneció, tuve el valor de abrir los ojos, comprobar que el arma ahora estaba apoyada en el suelo. Tragué saliva con dificultad una vez más. Y aprovechando el vespertino valor que yacía en mi cuerpo, levanté la vista, el hombre sonreía en una mueca grotesca y negó, una, dos, tres veces.

—No es divertido si no sufres. —Carcajeó.

Dejé de entender cuando comenzó a dar un paso tras otro alejándose de mí con lentitud, la madera del suelo crujía y mi respiración cesaba, la repentina iluminación incandescente del lugar me encegueció y con la vista en blanco, fui golpeado en el estómago, mi cuerpo rodó por el suelo y tosí, acostumbrándome a la iluminación en un poco de tiempo más.

Entonces mis entrañas fueron llenadas de un líquido amargo, una ponzoña que entró por mis fosas nasales y cavidad bucal, creí que me ahogaría en tanto mis pulmones ardían y mis mandíbulas no podían cerrarse, no obstante, se detuvo y mi rostro prevaleció húmedo, el ardor en mis pulmones desapareció, respiré con normalidad —o al menos la que el momento podía poseer— y tosí una vez más, un par de veces, miré nuevamente hacia el anciano con el rostro sonriente, delirante.

No comprendía nada de lo que había acabado de ocurrir, pero él volvió a acomodarme de rodillas, jalando mi cabello, reía, reía tan fuerte que incluso ocasionaba jaqueca instantánea.

—¿Sabes qué es Hanahaki? —Inquirió de repente. Negué repetidas veces, aterrorizado—. Pues ahora lo padeces. Saldrás de aquí, no te equivoques, no vas a librarte de nada, no seas ridículo... —respiró contra mi rostro y desató mis manos, aunque no pude moverme de inmediato— ¡qué molestia! No voy a explicarte nada, pero jamás podrán atenderte quirúrgicamente por posible que sea, jamás vas a dejar de padecerlo. Enamórate, de seguro nadie te va a corresponder, Amamiya, morirás, morirás con tanto sufrimiento que vas a arrepentirte de todo en tu vida. Vas a arrepentirte de dañar los preciosos sentimientos de mi hija querida. Y los tuyos, dolerán, de manera literal, por supuesto, tanto como una tuberculosis o incluso peor. Has vuelto a nacer justo ahora, ahora corre, sal de aquí y lastímate, ¡sufre! ¡Sufre hasta que mueras!

El anciano me levantó por los hombros y me puso en pie con agresividad, empujó con toda la fuerza de sus huesudos brazos mi propia estructura ósea y corrí, corrí hasta la única puerta que vi en el recinto. Salí, no reparé en el lugar, abrí y atravesé al menos tres puertas más y al fin respiré el aire puro, incluso más puro que el usual. Sonreí. No comprendía el daño, ni mucho menos en qué posición me hallaba ahora.

Pero mis piernas aceleraron, corrí, con las brunas hebras revoloteando en el aire y la sonrisa enorme, sintiéndome libre, corrí con la libertad de una liebre en un campo de rosas, porque había estado al menos tres días encerrado y pensé que moriría. Corrí, simplemente corrí.

Amamiya Kaoru jamás se sintió más libre al hacerlo.

Las piernas me llevaron a casa y en casa me lancé a mi cama, dejando el ramen en la estufa y el té calentándose.

Jamás me sentí tan hambriento.

Y creí que había recuperado mi vida después de todo.

Creí que había vuelto a mis días rosa de primavera, de ir a la universidad en la mañana, regresar en la tarde a terminar los proyectos y sentarme a leer textos larguísimos de noche.

O al menos así había sido antes de conseguir una novia, allí las noches de lectura eran noches de oírla hablar puerilmente con su voz melosa, de dejar que sus labios se posaran sobre los míos y sus caricias quisiesen algo más, de que su ropa cediera y ella solicitara caricias en su propia carne, aunque jamás supe brindárselas, los recesos en la universidad eran pesados y mis sonrisas diarias, forzadas, porque a pesar de salir con ella, no me atraía de ninguna manera. Era tan complicado, pero yo sólo quise ser una buena persona, no rechazarla e intentarlo, queriendo desviarme de todo lo que me habían dicho que estaba mal y centrarme en ella, desahogarme, de algún modo excéntrico.

Por eso y más actos frívolos, terminé siendo secuestrado, por un padre adoptivo enloquecido y un cuarto sin luces.

Pero sentirme nuevamente alguien común y corriente de vuelta, era algo sumamente arriesgado.

Yo era, pues, un joven adulto muy imbécil, de gustos extravagantes y admiración por los hombres, manos huesudas, manzanas de Adán prominentes y amor por las letras.

Y ahora, en adición a toda mi excentricidad, era un ente con cerezos en lugar de pulmones.

Hanahaki to chiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora