—Tienes razón, yo... lo siento —dije con sinceridad.

Nos quedamos en silencio mientras terminábamos de preparar el desayuno, luego dispusimos los platos y cubiertos sobre la mesa para después sentarnos a desayunar. Cerré los ojos e hice un profundo sonido de satisfacción cuando un pedazo suave y esponjoso tocó mi lengua. Parecía que el trozo se deshacía en mi boca, derritiéndose como nada más que mantequilla.

Abrí los ojos y encontré a Jan estudiándome con una esquina de su labio elevada, mientras ella masticaba su desayuno.

—Buenos, ¿no crees?

—¿Buenos? Son los mejores malditos panqueques que he comido en la vida —exclamé entusiasta.

Su risa retumbó desde su pecho y mis pulmones se cerraron al ver sus ojos iluminados y los perfectos dientes blancos destellando entre esos labios rosas. No estaba seguro de que ella supiera lo bonita se veía sonriendo.

Me quedé quieto un momento preguntándome de dónde venía eso. Mis pensamientos se estaban dirigiendo en una dirección que no me agradaba.

—¿Dónde aprendiste a cocinar así? —pregunté. Ella se encogió de hombros ligeramente y miró su plato mientras cortaba otro pedazo.

—Tuve que aprender a cuidar de mí y de mi hermano cuando era muy pequeña, así que ya te imaginarás. El pobre tuvo que probar muchos de mis brebajes misteriosos y nunca... —Tomó una profunda respiración y fijó sus ojos en el plato, perdiéndose dentro de sus recuerdos—. Él nunca se quejó —concluyó en un susurro roto.

Comenzó a parpadear con rapidez y me imaginé que estaba tratando de contener las lágrimas. Su tono melancólico no se me pasó por alto tampoco. Supuse entonces que se refería a Dean. Aunque ella no me había dicho que eran hermanos, el parecido entre ellos era increíble.

En un momento de valentía me atreví a preguntarle.

—Dean es tu hermano, ¿no? —Cuando ella asintió proseguí—: ¿Qué es lo que tiene?

La pregunta la hice en voz baja, como si de alguna manera fuera menor el impacto que pudiera causarle. Vi su duda. Noté que se estaba preguntando si debía contarme o no. Sus ojos viajaron de aquí allá, evitándome. Empezó a juguetear con el tenedor y su plato, y por un momento pensé que no diría nada, que prefería guardárselo, pero entonces me sorprendió respondiendo:

—Empezó como osteosarcoma fase cuatro —explicó. La verdad era que no sabía lo que quería decir con eso, pero se escuchaba muy mal. Como si pudiera leer mi mente continuó—. Es cáncer en los huesos. En la rodilla, para ser exacta.

Me quedé pasmado.

—¿Cuántos años tiene?

—Nueve —sollozó enterrando el rostro entre sus manos. Entonces no pude más y me aparté de la silla para ir a abrazarla.

Llegué a su lado y ella se arrojó en mis brazos, estrujándome con fuerza. Su fuerte llanto sacudía su pecho y mi camiseta se fue empapando por sus lágrimas, sin embargo no me aparté.

—Daría lo que fuera por estar en su lugar —admitió—, haría cualquier cosa porque él no sufriera.

Su voz era amortiguada por mi pecho, al igual que sus sollozos, y como yo no sabía que decir o hacer, simplemente acaricié su cabello una y otra vez mientras murmuraba palabras que pensé la calmarían. La arrullé en mi regazo hasta que sus desesperados lamentos fueron cesando y quedaron en poco más que pequeños hipidos.

Sentí esa opresión en el pecho que aparecía cada vez que miraba a una chica llorar, solo que esta vez con más intensidad. Su cara estaba apoyada en mi pecho y los dos nos encontrábamos tumbados en el suelo, yo sentado y ella sobre mis piernas, las cuales se estaban durmiendo, pero no me importaba. Solo quería tenerla a mi lado hasta que se sintiera mejor.

Elevó su rostro después de algunos minutos, nuestras bocas quedando separadas por solo algunos centímetros. Su aliento bailaba en mis labios cuando soltó un suspiro.

—Gracias —susurró, y en aquel momento quise besarla con una ferocidad que nunca antes había sentido.

Era el dolor que emitía su mirada, lo bonita que era en realidad, y la sensación de querer hacerla sentir mejor lo que me impulsaba a cerrar la distancia que nos separaba. Pero no lo hice.

—Sal conmigo en una cita —dije en su lugar.

Ella me miró a los ojos y sonrió con tristeza.

—¿Quieres aprovecharte de que estoy vulnerable no es así? —bromeó.

Reí con nerviosismo y me pasé una mano por el cabello, mientras que la otra la tenía curvada alrededor de su cintura.

—¿Funcionó?

Ella sacudió la cabeza y yo suspiré resignado.

—No me conoces —dijo.

—Pues entonces permíteme hacerlo.

Me miró a los ojos con una intensidad que casi asustaba, antes de asentir.

—Está bien.

***

Cuando me fui de su casa casi al anochecer, sabía más de ella que cualquier otra persona. Me sorprendía saber que aún seguía estando cuerda después de tantas cosas por las que había pasado.

Me enteré que su papá había sido el socio mayoritario de una empresa de telecomunicaciones muy famosa y que había quebrado nueve años atrás, un par de meses después de que su hermano hubiera nacido. Su padre, en la desesperación de no poder mantener a su familia, prefirió suicidarse dos años después y su madre se hundió en tal depresión, que se descuidó y se dejó morir ese mismo año, varios meses más tarde.

Siendo una niña de trece años y con un hermano pequeño de dos, se fue a vivir con su tía, la hermana de su madre. Empezó a trabajar a su corta edad, ayudando a sus vecinas o a las maestras en cualquier cosa que pudiera, y ahorraba el dinero para sus estudios, mientras su tía cuidaba a su hermano en casa.

Cuando ella cumplió los catorce, su tía enfermó de gravedad y sus ahorros fueron gastados en su tratamiento en vano, porque murió un par de meses después, dejándolos solos en el mundo y con un montón de deudas, ya que su tía había dejado el lugar a nombre de ella antes de morir.

Un año después la contactaron desde una institución de crédito, diciéndole que tenía un fondo fiduciario a su nombre, por alrededor de veinticinco mil dólares, dinero que solo podía manejar un tutor. Al encontrarse sola, tuvo que esperar hasta cumplir los dieciséis para poder manejar el dinero en su cuenta.

Cuando hubo pagado todas las deudas que su tía le había heredado, aún quedaba una buena cantidad de dinero que pensaba guardar para ir acumulando intereses, pero entonces sucedió otra desgracia.

Tras una caída mientras jugaba, su hermano empezó a sufrir fuertes dolores en la rodilla que después de un mes no cesaron, si no que se volvieron más intensos. Lo llevó a un doctor a que le hicieran pruebas solo para descubrir que tenía un cáncer de hueso muy avanzado y que había pocas probabilidades de que se salvara. Pero cuatro años más tarde, después de varias operaciones, quimioterapias, medicamentos y transfusiones de sangre, su hermano seguía luchando con una sonrisa siempre presente, lo que le daba a ella muchas esperanzas.

La mujer más fuerte que había conocido nunca, esa era ella.

Tenía este extraño sentimiento de querer encerrarla en una burbuja donde no pudiera sufrir más. Donde pudiera encontrar la paz y el alivio que tanto parecía necesitar; donde pudiera ser completamente feliz.

Dios sabía que ella lo merecía.





Rendirse jamás [PQY #1] ✔ versión 2014Where stories live. Discover now