Prólogo

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     El frío abrumador quemaba mi piel y la caída constante de una gota atormentaba mi cabeza, una combinación perfecta para no pensar tanto en que la tumba que estaba cavando sería también para mí.

     Al abrir mis ojos aún me encontraba en aquel deposito abandonado, con arma, una carpeta con algunos documentos y una pesada mochila que aseguraría mi nueva vida. Una vida que el destino se había encargado de darme al precio más alto que jamás pensé pagar, pero allí estaba, la consecuencia de las malas decisiones que por impulso me llevaron a ese lugar.

     No podía dar marcha atrás cuando el instinto de supervivencia nos ha de ganar y el fuerte rencor que guardaba mi corazón me daba la corriente de adrenalina necesaria para poder actuar aun con remordimiento.

      Todo era silencioso y solo podía escuchar el ruido de los neumáticos de mi auto sobre el pavimento, en ese momento extrañaba la bulla de los niños y los gritos de los vendedores que día a día salían a ganarse honestamente la vida, pero ¿qué podía esperar si eran las 02:26 y aquel, un pueblito? Y pensándolo bien, era lo mejor.

     Me miré en el retrovisor y mi apariencia no era la mejor, mi pómulo izquierdo estaba hinchado gracias a un gran golpe de "el jefe", mi labio inferior partido y toda yo, un asco en sí, cosas que jugaban a mi favor.

      Al bajar del auto aseguré mis guantes y guardé el arma entre mi piel y el pantalón de jean, quité la chaqueta que me protegía un poco y caminé rumbo a la casa de la que sería mi próxima víctima, decidida a terminar lo más pronto posible con lo que empezaba a formarse como una pesadilla.

—Un momento ¡joder! —respondió una voz obstinada luego de mi enésimo toque a su puerta. —¿Será que no ven la hora que es?

—Son las 02:35 —le dije calmadamente al abrir la puerta y disimulé una tos seguida de una mueca de dolor que no estaba tan lejos de la realidad. Entré, me senté y añadí—: Tienes que ayudarme.

—¿Tú? —preguntó sumamente consternado y mirándome fijamente, sin intención de disimular sus expresiones.

     Nos habíamos conocido el día que decidí entrar al mundo oscuro de los placeres, la fácil y mala vida, aunque no me refiero al muchos pensarían a escuchar eso. Nos llevamos bien a pesar de la diferencia de edades y de lo cascarrabias que era y muchas cosas más, me enseñó mucho y me daba mucha pena tener que acabar con su vida. Me sentía el ser más miserable y despreciables de toda la tierra «cría cuervos y te sacarán los ojos».

—Me vas a decir quién diablos te hizo eso. —Me sobresalté al escuchar su tono. Se agachó a mi lado y me miraba entre preocupado y enojado.

—El jefe me envío a buscarte, hay un trabajo que debemos hacer —respondí evadiendo su pregunta, aunque ya la respuesta era obvia.

—Primero hay que curarte esas heridas, das asco —sonreí un poco, su humor nunca cambiaría a pesar de cualquier cosa.

     Salió a paso apresurado a lo que supongo era su habitación. El lugar era agradable, pero estaba muy desordenado, muestra que vivía solo y no pasaba el día allí, parecía el ambiente perfecto para una película de terror; un par de sillas de madera notablemente viejas, una mesa con muchos papeles y un plato con un poco de comida, ropa tirada por el suelo y el cargador de una pistola, igual a la mía, y que tomé por precaución; un televisor cubierto de polvo y la foto de un niño al lado del mueble donde me encontraba, decidí tomarla porque la curiosidad me invadió, Williams no tenía hijos hasta donde todos sabíamos...

—La curiosidad mató al gato —dijo y me arrebató el cuadro. Dejó en el suelo un algodón, alcohol, alguna pomada extraña y un arma lo que hizo que me alejara por instinto, imposible que sepa a lo que iba. —Cálmate, no voy a usarla en tu contra.

Como ImanesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora