Capitulo 49

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Perrie me sujetó de la espalda, temerosa de que me cayera.

-Usted señorita, no tiene por qué tocarme-retiré su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.

-Será mejor que nos vayamos, Jade. Gaspar-sacó su billetera y luego de ella, un par de billetes que aventó sobre la barra-, quédate con el cambio. Gracias por llamarme.

-¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio el permiso?-le miré, aun ceñuda y con voz torpe.

-Vámonos, Jade.

-Pues yo no me quiero ir-rezongué y luego me crucé de brazos.

-No seas ridícula, Jade. Vámonos-me instó a seguir caminando pero me detuve y luego me tambaleé por el esfuerzo-. Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré-me advirtió y me miró seria.

Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos la una a la otra; pero fracasé por completo luego de perderme en esos bellos ojos color azules, protagonista de mis sueños.

-De acuerdo-farfullé-. Tú ganas. Siempre ganas-hice un mohín y luego me dí la media vuelta para dirigirme a la salida; algo que hizo que me mareara.

Pude sentir una firme y fuerte mano sujetándome por la cintura, y al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizó y un montón de mariposas se desataron en mi estómago. Maravilloso, incluso ebria y torpe, Perrie provocaba esas reacciones en mí. Fruncí el ceño mentalmente.

Cuando llegamos afuera, después de esquivar a toda la gente y que, el aire me movió los cabellos, quité de un tirón su mano en mi cintura y le miré ceñuda.

-¿Qué pretendes, Edwards?-mi voz me parecía incluso más torpe.

-Sacarte de aquí sana y salva, vámonos-me apuntó el auto negro del que era dueña, animándome a que subiera.

-No-me crucé de brazos-. Ya me sacaste de allá adentro, ya déjame aquí-le hice un gesto con la mano para que se fuera.

-Jade, por favor, sube-me rogó, seria.

Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo aun cómo el suelo bailaba bajo mis pies.

-¡Thirlwall!-exclamó, ordenando que parara, pero la ignoré- No seas terca.

Seguí caminando, o al menos lo intentaba. Y de pronto sentí que mis pies se despegaron del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaron.

-¿Qué haces? ¡Suéltame!-intenté luchar- ¡Edwards, déjame!-pero mis intentos fueron sólo fracasos.

Perrie caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume me llevaba a flotar en un paraíso, se metía por mi nariz. Me depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aun estaba fuertemente ceñida por su mano. Me tenía aprisionada. Abrió la puerta del copiloto del auto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Oí el chasquido del seguro al cerrar.

-No soy un bebé-mascullé.

Entonces me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba el rostro. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las lámparas que entraba por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.

-No seas tan terca, Jade, por favor-musitó y su aliento cálido se metió por nariz, mandando al demonio todas las barreas que quise construir contra ella.

Manual de lo prohibido (Jerrie Thirlwards)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora