3: el reencuentro de nuestras almas.

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Tras meditar si era necesario volver a ver a Inés, tomando en cuenta que quizás me correría del sitio o huiría de mi, decidí que quería volver a verla, quería demostrarle que he cambiado, que la amo. Y mi excusa perfecta era mi despensa que había dejado la noche anterior dentro de su auto.

Cuando bajé del taxi, lo primero que vi es que el auto seguía del mismo modo y esto me indicaba que no había salido a ningún sitio. Llamé a la puerta un par de veces hasta que escuché pasos.

—Hola Inés —la saludé. Ella se recargó en la puerta de entrada, parecía que aún no se había duchado ni nada, me parecía hermosa.

—¿Qué quieres Bastian? —preguntó sin rodeos y eso me hizo sentir mal.

—Bueno, recuerda que mi despensa se quedó en tu auto y para tu información allí está mi desayuno, comida y cena de las próximas semanas.

—Ah, es verdad —sonrió—. Bueno, si quieres te llevo a tu casa si dejas que me tome una ducha antes.

—Claro.

De nuevo me encontraba en su casa. Ella se estaba duchando, se escuchaba el agua de la regadera caer. Había puesto música, como lo hacía siempre, y a veces lograba escucharla cantar. Podía imaginar una vida así, donde ambos estuviésemos bien, ahora mismo quizás le estaría preparando el desayuno, o muy probable estaría en la ducha con ella. Intenté borrar esas ideas de mi mente, pero su espalda llena de lunares me dejaba sumergido en un sueño donde ella me pedía más. Donde me pedía que nunca la dejase.

Inés salió unos minutos después, traía el pelo mojado, unos jeans básicos, una remera blanca y encima una sudadera negra. Se veía tan joven que no parecía ser la dueña de toda la casa, sino la hija adolescente de los dueños.

—¿Nos vamos? —preguntó.

—Claro —respondí.

En el auto ambos veníamos muy callados escuchando la radio. Todo era un tanto incómodo tomando en cuenta que ambos nos dedicábamos miradas despistadas.

Mientras ella conducía comenzó una canción llamada All These Years, de una chica llamada Camila Cabello. La letra nos sumergió en un ambiente aún más incómodo que antes, pero la letra tenía tanta razón, pues Inés aunque hayan pasado los años, me hizo estremecer como si tan sólo hubiesen pasado unos segundos.

—Uhm... Inés.

—¿Sí? —preguntó sin quitar la mirada del camino.

—¿Quieres que al llegar te prepare hot cackes?.

Ella me miró unos segundos y después asintió.

Cuando llegamos a mi pequeño departamento, ella se encargó de ayudarme a guardar las compras mientras yo ordenaba un poco el lugar. Cada minuto que pasaba las cosas se iban relajando más y eso me alegraba, porque lo que menos quería era que Inés quisiera irse.

—Y... ¿cómo ha sido tu vida, Bas? —me preguntó mientras se llevaba un pedazo de hot cackes a la boca.

—Oh, bueno —dejé el tenedor en el plato—. Creo que todo ha ido a como me lo merezco.

—¿Uh?, ¿por?.

—He actuado mal y siento que la vida se está cobrando. Tuve que dejar la universidad porque mi padre murió. Comencé a trabajar en lo que pudiera, fueron malos momentos, Inés... Me volví un ebrio, perdí más de la mitad de mis amistades, además de que muchos me recriminaron que te mintiera... Pff, un infierno.

—¿Y no conociste a nadie? —preguntó.

—Sí. Cuando comencé a trabajar en el bar que estoy ahora, conocí a una chica, ella también trabajaba ahí. Era todo lo contrario a ti: desordenada, energética, positiva de un modo exagerado, atrevida... No eras tú y por eso no funcionó. Nunca logré amarla y ella decidió irse. Por eso me sorprende que tú me digas que sí amas al otro tipo cuando sabemos que tú y yo nacimos para querernos.

—Bastian... —bajó la mirada— quizás tienes razón en eso que nacimos para estar juntos... pero me mentiste, Bas, me mentiste, y no sólo una vez, y no sólo con una chica. Tú no supiste respetarme, yo te di todo, desde que éramos amigos tú sabías que eras mi estabilidad. Bas, no puedo con tu descaro en querer volver a mi vida, en indignarte porque ahora quiera a alguien más, cuando tú, tú aún teniéndome no supiste valorarme.

—¡Es que sé que la cagué! —grité desesperado—, tienes razón, siempre la tienes, pero Inés, nunca dejé de amarte.

Me acerqué a ella y con mi mano derecha la tomé con delicadeza de su cuello, ella esquivó mi mirada y pude ver sus ojos cristalinos. Yo me acerqué más hasta quedar a escasos centímetros.

—Te amo, Inés. Y te amaré toda la vi...

Ella me interrumpió besándome. Y esto sólo fue el inicio del reencuentro de nuestros cuerpos y almas. Parecía que había estado muerto todos estos años, pues ella me regresó aquella llama que me aceleraba y me pedía más y más de ella. La quise, nuestro reencuentro no fue salvaje, fue tranquilo, placentero, ella en ningún momento pareció indiferente, como si el tiempo no haya pasado, como si yo siguiese siendo el amor de su vida.

Ambos yacíamos en silencio acostados en la cama. Ella estaba acostada boca abajo y yo estaba recostado sobre su blanca espalda llena de lunares. Con las yemas de mis dedos acariciaba cada lunar, intentaba respirar lo más que podía, mis sábanas olían a ella.

—Estuvo mal —susurro. Sonaba como que ha estado llorando y eso me hizo sentir culpable—. No debí. Yo no soy como tú.

Lo último que dijo me dolió tanto que me alejé de ella en seguida, sentí como mi estómago se encendía. Ella era tan culpable como yo.

—Bastian, ya no volveremos a vernos.

Resignado me quedé inmóvil mientras ella tomaba una de las sábanas y se metía al baño con todo y su ropa. Podía escucharla llorar, pero no por mi, sino por él. Me sentía con la necesidad de detenerla. Pero mis piernas no respondían.

Ella salió del baño y me miró dolida.

—Adiós, Bas.

No me atreví a responderle. Ni siquiera la miré. Tan sólo escuché la puerta cerrarse y después un silencio incómodo, lleno de dolor.

Y por fin lloré.

Mis lágrimas pesaban, todo mi llanto llevaba su nombre. Yo no sabía cómo sentirme. No podía descifrar mis heridas.

Todos Estos AñosWhere stories live. Discover now