Piff se calló al percatarse de que había otra persona en la celda contigua. El muro de ladrillos le impedía ver a su interlocutor, pero estaba seguro de que la voz había llegado desde la izquierda.

—Son mis cartas —repitió, como si quien fuese que estuviera del otro lado contara voto u opinión en la incautación de sus pertenencias.

—Pues qué lástima —siguió hablando la voz al otro lado de la pared—. Si te quitan tus cosas aquí, puedes decirles adiós. Los guardias se las quedan y las revenden en el campamento que rodea a la aduana.

—¡Son solo cartas! ¿Quién las querría?

—Oye, ese no es asunto mío. Solo estoy explicándote lo que hacen en este lugar.

Piff no estaba dispuesto a seguir discutiendo con esa persona tan testaruda, por lo que cambió de estrategia y se puso a inspeccionar la celda. Una ventanilla en la parte superior del muro daba hacia el exterior. Trepado a la reja alcanzaba a divisar las caravanas y tiendas que conformaban el asentamiento precario de este lado de la montaña. Sin embargo, no encontró manera de abrirla. Y aunque pudiera hacerlo, estimó que estaban a más de diez metros de altura...

—¿Cómo se sale de aquí? —murmuró.

—¡Qué buena pregunta! —se mofó la voz en la otra celda—. ¿Cómo terminó un genio como tú en un lugar como este?

—¡Déjame en paz! —bramó Piff, que estaba empezando a perder los estribos—. Además, tú también terminaste aquí, no tienes derecho a burlarte de mí.

—Já... Tienes razón en eso...

Los dos entonces se callaron, y Piff se dejó caer en el suelo. Lamentaba la pérdida de las cartas de Emilse, pero más aún le preocupaba el no poder seguir con el viaje. ¿Y qué había pasado con Gálax? ¿Volvería a buscarlo?

«Sí, estoy seguro de que encontrará la forma de sacarme de aquí», se dijo convencido.

—Bueno... ¿Y vas a decirme cómo terminaste aquí?

La voz del otro lado de la pared esta vez sonó más conciliadora. Piff decidió contestar.

—Estábamos viajando hacia ciudad Maravilla. Pero yo no tenía pasaporte, y al final acabaron descubriéndonos.

—¿Por qué quieres ir a ese lugar? El mundo de la Espuma...

—Está en guerra con el mundo de los Demonios. Ya lo sé, me lo han repetido mil veces.

—¿Entonces?

—Entonces sucede que hay una muchacha que vive en el mundo de la Espuma y quiero encontrarla.

El interlocutor de Piff guardó silencio abruptamente.

—Oye... —dijo de pronto—. Esta chica que vas a buscar... No será una gladiadora, ¿cierto?

—¿Gladiadora? ¿Qué es eso?

—Dijiste que ibas hacia ciudad Maravilla. En ese lugar hay un enorme coliseo. Lo usan para distraer a la gente con las competencias y combates en épocas de crisis, y sobre todo ahora, con el asunto de la guerra. A veces suelen enviar a los gladiadores más experimentados al frente de batalla.

—Ya veo... ¿Y por qué pensaste que Emilse podía ser una gladiadora?

—Porque mi Amelia es una gladiadora. Y yo... he venido a rescatarla.

Piff quedó impresionado con la historia de su compañero de reclusión. Él también temía que su Emilse acabara en el frente de batalla, solo que calibrando catapultas. Al final, ellos dos tenían más en común de lo que había juzgado.

Bájame la luna y el cielo se caeráDonde viven las historias. Descúbrelo ahora