El Vestido

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Envuelta en sábanas desde la cama, Rosa señalaba el placard. Él se había echado a correr ni bien escuchó el grito, y solo se tranquilizó cuando se dio cuenta de que no era nada. Atravesó el cuarto a oscuras, evitando pisar los muñecos que había desparramados por el piso, y le acarició la frente a su hija. Ella seguía apuntando, su dedo temblaba.

-Quedáte tranquila, ¿no ves que no hay nada?

El placard era pequeño, del tamaño necesario para guardar la ropa de una nena de ocho años. Él lo había abierto y ahora era quien señalaba el interior. Una pila prolija de remeritas de distintos colores se dejaba ver sobre el primer estante. En una de las perchas colgaba, solo, como si fuera la estrella de un árbol navideño, el vestido de ballet de Rosa.

-Ya esta, ya paso. Habrá sido una pesadilla. Ahora tranquilízate y seguí durmiendo.

Rosa se cubrió con la frazada hasta la nariz y se dio media vuelta.

-¿Querés que te lo deje abierto o cerrado?- le preguntó él, que tenía la puerta en la mano y no sabía muy bien qué hacer.

Rosa le hizo un dos con los dedos, dando a entender que lo quería cerrado. Hacía un par de días que utilizaba los dedos para comunicarse, y él no lograba entender por qué. Varias veces había discutido con su esposa por ésto. Ella le insistía que había sido por faltar a la muestra de baile. A él no le parecía motivo suficiente. Estuvieron todos los papás de sus compañeritas, todos, le recordaba. Y aun así él no encontraba una relación lógica. Además no era que él había decidido no ir. En el trabajo lo necesitaban, el jefe estaba de vacaciones y lo habían dejado a él a cargo de la oficina. Me van a pagar el doble, le explicaba. Y ella le respondía que no se trataba de eso, que para Rosa la muestra era muy importante y le preguntaba si no tenía algún compañero que pudiera reemplazarlo, al menos por un par de horas. Él tenía un compañero, pero de ninguna manera lo iba a dejar hacerse cargo de la oficina. Por una muestra de ballet no iba a dejarle el cargo al imbécil de Martín. Entonces no fue a la muestra. Pero él creía que Rosa no le hablaba por otro motivo, otra razón.

Cerró el placard y salió del cuarto. Mientras volvía a su habitación sintió sed. Caminó hasta la cocina y se sirvió un vaso de soda. Abrió la ventana que daba a la calle y se quedo mirando la vereda vacía. Era una noche fría pero hermosa, la luna iluminaba la copa de los árboles y a no muchos metros, justo debajo de su ventana, un gato dormía refugiándose del frío sobre el capó de un auto. Terminó la soda, cerró la ventana, dejó el vaso en la pileta y se fue a su cuarto repasando las discusiones con su esposa. Bailo mal por tu culpa, si ella había ensayado la coreografía todo el año. Es imposible que se la haya olvidado. Si hubieses estado ella no se hubiera caído como se cayó, de eso estoy segura.

Él entró a su cuarto, dejó las pantuflas sobre el suelo y se metió en la cama. Enseguida intentó calentarse con la espalda tibia de su esposa, pero ella lo corrió con un movimiento brusco.

-¿Qué le pasaba?-preguntó ella, con un tono de voz apagado, todavía dormida.

-Pesadillas, lo de siempre. La tiene con ese placard.

-¿Se durmió?

Él contestó que sí y ella se dio la vuelta, dispuesta a volver al sueño.

-Todavía no me habla –le susurró. Ella no respondió. De alguna manera ella también se había enojado. Si bien su matrimonio en ningún momento había corrido riesgo, la noche del baile creyó que se podía quedar soltero. Había sido la misma noche que empezó Rosa con lo del placard. Había sucedido todo exactamente igual: la discusión a la hora de la cena, ella consolando a Rosa, que lloraba y lloraba. Él sentado en la cocina, frente a su ventana, con el vaso de soda y los ojos puestos en la calle desierta. Después de un par de horas ellas se habían ido a dormir, todo había estado más tranquilo y solo entonces él pudo despejarse y dormir también.

-¿Me escuchás? Acaba de gritar de nuevo.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que su esposa lo había estado tratando de despertar. No tenía ganas de ir otra vez, pero si quería que le volviera a hablar no le quedaba opción. Juntó la fuerza necesaria y bajó de la cama de un salto. El frío cuando sus pies tocaron el piso helado le recorrió todo el cuerpo. Se calzó rápidamente las pantuflas y salió arrastrándose. Esta vez no iba a correr. Caminó por el pasillo y pasó por la cocina, tuvo ganas de tomarse otro vaso de soda pero decidió dejarlo para cuando volviera y siguió caminando hasta entrar en el cuarto de Rosa. Estaba todo oscuro. Encendió la luz y ahí estaba ella, tendida sobre la cama, señalando la puerta del placard. Lo abrió para demostrarle que no había nada. Se acercó a la cama de su hija, le dijo que se quedara tranquila, apagó la luz y esperó en una silla al costado del placard hasta que se quedó dormida.

Entonces se paró lentamente y sin hacer ruido abrió el placard. Antes de descolgar el vestido de ballet, la miró a Rosa, que asintió con la cabeza. Él salió del cuarto y fue a la cocina. Los primeros rayos de sol ya se filtraban por la ventana. El gato seguía debajo del auto durmiendo en la misma posición. Apoyó el vestido sobre la mesa y se sirvió un vaso de soda que vació de un solo trago. Se sintió renovado, necesitaba tomar algo antes de hacerlo. Agarró el vestido, abrió la ventana y lo tiró a la calle.

-Tomá, para que te abrigues-le dijo al gato.

Y el gato miró hacia arriba, como agradeciéndole.    

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⏰ Last updated: Apr 06, 2018 ⏰

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