Oscura de Rebeca Vieira Martin

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Oscura


Miro la piedra en mi mano. Está pegajosa. Algo cálido se escurre por mis nudillos.

¿Es sangre?

Una imagen atraviesa mi mente, en ella uso la piedra para golpear algo duro que cruje con la fuerza del impacto. Tiene pelo, noto, es una cabeza.

Estoy en el salón de mi casa, y he debido verlo en alguna película... pero no, la brisa me pone el pelo en la cara, y vuelvo a ser consciente de estar a la intemperie. A mi derecha hay un bosque oscuro. La noche se lo traga... árbol por árbol, y he venido de ahí. Tengo esa oscuridad dentro. Me devora órgano por órgano. La tengo en el cerebro.

A mi derecha está la valla metálica que nos mantiene a los oscuros lejos de la luz. Noto el cuerpo inerte arremolinado contra esta, y me doy cuenta de que no es ninguna película, soy yo la que acaba de hacerlo. La he matado.

¿Por qué?

Al otro lado de la valla el cielo clarea en el horizonte con un anaranjado precioso que llevo meses sin ver. Mi corazón se acelera y me cosquillea el estómago. La he matado por la luz. La luz va a curarme.

El bulto a mis pies se mueve, demostrándome que estaba equivocada. Me regocijo al pensar que no he quitado una vida. Y entonces oteo la oscuridad del bosque. Odio los colores de la noche, que pintan el mundo de pesadillas que llevo tiempo habitando.

No puedo volver a la oscuridad...no puedo quedarme en ella ni un día más.

Ella gime a mis pies y eso me pone en marcha. Vuelvo a coger la piedra y la golpeo contra su cráneo aún más fuerte que la primera vez. Esta vez se queda inerte, y siento un gran alivio. Veo lo mucho que se parece a mí. Mi mismo corte de pelo, el mismo peso, y todo cobra sentido. Porque ella iba a cruzar la valla. Y yo no pienso regresar a las sombras que lloran a mi espalda.

Me inclino para sacar el carnet de identidad del bolsillo de su chaqueta. La vi a lo lejos guardárselo ahí. Fue el momento justo en que decidí ser ella.

Me acuclillo junto a ella, tiene el rostro ahogado en el charco de su propia sangre. Bien. Me pregunto cuál sería su nombre. Es una pena.

Recorro la valla metálica, hacia la frontera de la tarde. Allí donde existe la única grieta que une la penumbra con la luz. La luz va a curarme.

Me asusto al darme cuenta de que estoy llorando, lloró con un llanto enfadado. Por un momento no me acuerdo de porque lo hago, y entonces me golpea de vuelta. Tengo sangre en la mano y no es mía. Me la seco con un trozo de camiseta y lo lanzo lejos, para deshacerme de lo que he hecho.

Mis lágrimas no son por la vida que he arrebatado. Son por la vida que me ha sido arrebatada, una vida en la que nunca hubiera asesinado a nadie. Millones de asesinos mueren sin haber matado jamás, simplemente porque nunca se les presentó las circunstancias. Yo podría haber sido uno de ellos.

Llego al control de la frontera de la tarde que separa Asia de Europa. Estamos a punto de entrar en la franja donde cayó la tarde cuando sucedió. Me abro paso entre el gentío que prueba suerte, intentando cruzar hacia Europa. Son oscuros como yo. Lo veo en sus ojos desquiciados, y en el dolor que muestra la piel de sus rostros. Algunos suplican patéticamente que los dejen cruzar la frontera. Otros parecen apunto de hacer algo violento. Algo como lo que yo he hecho.

Uno de los guardias me mira con desprecio. Le doy asco porque soy una oscura. O quizá sabe lo que acabo de hacer.

Tiemblo.

Antología "Promo SVERRA II"حيث تعيش القصص. اكتشف الآن