Cuento: El autobús de las 7:40

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por: J.C. Marangoni / Traducción: Michael Zacharias

Triin, Triiiiin. La alarma era una señal que el sol ya estaba naciendo. Aún con los ojos hendidos, Jorge extendió el brazo intentando alcanzar el objeto y así apagarlo. Se sentó en la cama, hizo sus oraciones, puso sus chanclas y fue al baño a ducharse. El primer chorro de agua y el viento frío les dieron náuseas; después, para su felicidad, el agua caliente como el corazón de una madre, comenzó a caer.

El silencio en el edificio, por cuenta del horario, hacía con que fuesen notables todos los simples ruidos que ocurrían en aquél apartamiento, incluso el retintín de las gotas cayendo de la cafetera adentro de la jarra transparente. Desalojó el contenido en la taza, noto, mirando el reloj que estaba atrasado y bebió su café en dos tragos, que hicieron arder a su garganta debido a la fuerte temperatura, pero el ignoró.

Con una mano cogió a la chaqueta arriba de la silla y con la otra, cogió a la mochila. Y salió muy rápido. En el ascensor terminó de arreglarse.

Para su suerte, el autobús aún estaba allá, aguardando a las personas embarcar. Y, así como en los últimos meses, probablemente llegaría casí una hora más temprano en su trabajo. No estaba preocupado en llegar más tarde a su trabajo, sino perder aquél autobús. El autobús de las 7:40.

Una sonrisa apareció en su cara antes de pasar por la catraca. Había visto el motivo de querer siempre coger aquél autobús, sentada próxima a una de las ventanas. La butaca a su lado estaba disponible, y, cuando pagó al cobrador, le pidió permiso, ella sacó el audífono y lo encaró como quién lo quisiera preguntarle algo.

Aquél fue el primer momento que se dirigió a ella.

Él repitió y por fin ella sonrió y asintió, y Jorge se sentó a su lado. Tenía miedo de ser inconveniente. Sería un día perfecto y nada le saldría mal.

El equipo de colaboradores reunida en el salón de citas repasaba el agenda de la semana, y él, con el pensamiento volando, pensaba apenas en Carol. Nunca había preguntado su nombre, pero un día la había escuchado contestar su móvil y decir este nombre. No sabía si el correcto era Caroline, Carolina o se tenía algún extranjerismo al final del nombre con la Y o cualquier una de las otras 26 letras que componen el alfabeto. También no era relevante se ella fuera Joana, Bianca, Camila. Para él, siempre sería la chica de sus ojos, la chica del autobús de las 7h40.

El autobús de las 7:40Where stories live. Discover now