Capítulo 5: La maldita hostería

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Además así su marido no tendría más tiempo para pensar en la carta o en su tía de Santiago.

Bárbara sabía que lo que pasó fue simplemente tema de azar; cómo el lanzar una moneda y esperar que salga un lado en vez del otro; el hecho de que Nicanor cómo comisario no se hubiese dado cuenta fue sólo la suerte de que la moneda cayó a su favor. Estaba pisando terreno peligroso, lo sabía, pero tenía el presentimiento de que todo iba a ser aún más peligroso mientras más se acercara a Mercedes.

Había sacado del armario la valija que había ocupado para mudarse a Villa Ruiseñor y tenía casi todo listo sobre la cama. Sólo le faltaba lo principal: confirmar mediante un telegrama si su tía estaba en casa y no de vacaciones, pero eso tendría que hacerlo la mañana siguiente a primera hora.

Otra cosa que le faltaba era convencerse de que lo que estaba haciendo era lo correcto.

Tenía una sensación extraña, una mala intuición, un presentimiento preocupante. No podía darle un nombre ni moldearlo en alguna forma, pero era algo malo respecto a Mercedes y a ese viaje hacia la capital.

Bárbara se sentía arrastrada por hilos invisibles que la empujaban de a poco a acercarse a su amiga, no sabía si era por la enorme determinación que había surgido espontáneamente para ir tras ella se debía a ese presentimiento abstracto o solo a sus ganas tremendas de protegerla y estar con ella.

Conocía la sensación de estar en el lugar equivocado, y en ese momento el lugar equivocado era lejos de Mercedes, pero no soportaba pensar que su amiga la odiaría por perseguirla y ser tan insistente, pero luego recordaba que la que estaba enojada era ella -y con justa razón- por haber sido abandonada de una manera tan cobarde; así que todo eso no hacía más que alimentar sus ganas de ir por ella. 

No solía equivocarse en cuanto a su intuición, lo mismo le había pasado durante los primeros días en los que se habían mudado a Villa Ruiseñor con Nicanor; sabía que para bien o para mal iba a cambiar radicalmente durante la estadía en ese pueblo, y ahora lo sabía, bastaba con rememorar esos ojos verdes para asegurarse que sí, todo era totalmente distinto. Pero mientras que ese presentimiento era neutro el que tenía en esos momentos era negativo, y eso la asustaba.

Tenía que apresurarse, y para eso debía seguir mintiendo e inventando cosas. Porque si para encontrar a Mercedes tenía que fingir lo iba a seguir haciendo, sin importarle las consecuencias. Además, aunque no le gustase, poseía un talento innato para mentir, una especie de creatividad ligada a la lógica que la ayudaba a sobrevivir en esas situaciones.

Era una estratega, y el resto debería temerle por eso.



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Santiago era un lugar agradablemente ruidoso. Por fin, después de varias horas de viaje que le parecieron eternas, había llegado a la capital. Descendió del tren con los músculos un tanto acalambrados y salió de la estación a buscar un taxi, cosa que no le costó mucho; en medio de su camino un señor bajito con sombrero y corbata le acercó y ofreció llevarla, Aceptó con una sonrisa y él con un movimiento experto tomó su valija llena cómo si fuese lo más ligero del mundo y se la llevó en dirección al auto.

Durante el trayecto no le preguntó su nombre, ni quién era ni de dónde venía, se le había olvidado esa extraña pero cómoda sensación de ser una anónima. Lo único que preguntó fue la dirección hacia donde se dirigía y si la música de la radio estaba muy fuerte.

Donde pueda verte  {Barcedes}Where stories live. Discover now