EL CEMENTERIO

33 2 0
                                    

Era un día frío de Octubre. Habíamos decidido ir al pueblo de la montaña para pasar el puente. Cinco amigas y yo, acompañadas de mi tío, nos adentramos en el largo camino que nos esperaba. Realmente, no tenía una relación muy íntima con mi tío, pero él fue el primero en proponerse de acompañante, sin siquiera preguntar quiénes iríamos con él. Era un tipo grande, raro y misterioso. Se fue de casa antes de cumplir los 18  por alguna razón y, por lo que tengo entendido, solo mantenía el contacto con mi madre. Me contaron que, cuando era adolescente, tuvo varios problemas con el alcohol, y por eso ahora es así. La verdad, por lo poco que había hablado con él, me parecía una persona interesante y que te podía aportar muchas cosas. Esa era mi opinión, que cambió después de ese fin de semana.

El pueblo a donde nos dirigíamos era el pueblo donde había vivido muchos momentos de mi infancia y me lo conocía bien. No soy mucho de pueblos, prefiero las grandes ciudades. No obstante, necesitaba ese retiro. Unos días de relajación para liberarme del estrés.

Llegamos por la tarde. Nos acomodamos en la casa, las seis en una habitación y mi tío en otra. Entre deshacer las maletas y comprar comida, nos dieron las diez. Cenamos y vimos una película mientras conversábamos. El reloj marcó las doce. No había nada que hacer por lo que nos fuimos a dormir. Yo no podía conciliar el sueño, así que cogí una chaqueta, me calcé y salí a la calle. Algo me indicó de ir a la izquierda y sin saber por qué, hacia allí me dirigí.

De pronto me paré. Había llegado al único cementerio del pueblo. Una idea fugaz de entrar me vino a la cabeza y, cuando me disponía a abrir la puerta, me estremecí. Aun así entré, por impulso. No era una persona miedica, y me gustaba vivir momentos de tensión. Muchas tumbas, las más antiguas cubiertas con tierra y las recientes en una lápida. Todas me daban mala espina, pero me dirigí al fondo, la zona más adornada y más llena. En la pared ponía: "Familia García". Divisé el nombre de mi abuela materna, el de su madre y hasta el de su abuela. De repente advertí que alguien se movía detrás de mi. Me giré y solo vi unas hojas removerse por el viento. Una falsa alarma. Me volví a girar y vi a mi tío ¿Cómo había llegado ahí?

-¿Qué haces aquí?- preguntó con tono histérico.

Yo podría preguntarle lo mismo, sin embargo, le respondí al tiempo que retrocedía, pues esa situación era incómoda.

-No podía dormir, iba a dar un paseo.

-No vuelvas a entrar-su forma de hablar daba hasta miedo y su rostro era un cuadro de pura seriedad- y menos por la noche.

Corrí, sin saber por qué. Mi instinto me decía "escapa de aquí". Llegué pronto a la casa y sin pensar encendí la luz de la habitación, despertando a todas mis pcompañeras. O eso creía yo. Porque mi sorpresa fue encontrar las sábanas revueltas sin nadie en la cama. En ese momento comprendí que todas las leyendas de ese cementerio eran ciertas.

Intentando asimilar lo que había pasado, me fui a buscarlas por toda la casa lo más deprisa que pude. La casa era grande pero no tarde nada en recorrerla entera. Tenía miedo de que mi tío volviese e intentase algo. Me encontraba presa del pánico, habitación tras habitación, todas estaban vacías. En ese momento decidí que lo mejor era volver al cementerio, buscar algo que me ayudase a comprender qué había pasado, y eso hice.

El cementerio se me hizo mucho más grande de lo normal. Parecía que nunca podrías llegar a ver el fin desde la entrada. Dentro del mismo cementerio, varios caminos como laberintos se abrían dando lugar a nuevas tumbas y a nuevo reposo de familias. Cada tumba tenía su respectivo ramo de flores, algunas podridas, otras relucientes y frescas; había tumbas que tenían hasta dos ramos y es en ese momento cuando te das cuenta de que no todos queremos por igual.

Hasta ese momento había conseguido mantenerme firme, sin mucho miedo si tenemos en cuenta todo lo pasado. Pero fue ahí, en ese cementerio, cuando el pulso se aceleró. Mi imaginación creyó ver fantasmas y hasta esqueletos recostados entre lápidas, qué locura. Intenté apartar todos esos miedos y seguir andando aún sin saber qué me esperaría al otro extremo porque estaba segura de que esa era la solución, mi salvación. Iba avanzando por esos caminos sin definir y, mientras lo hacía, sentía que los muertos me hablaban. Algunos me daban ánimos para continuar y otros, todo lo contrario, intentaban advertirme de lo que iba a pasar. Hice como que no les escuchaba pero sus voces retumbaban en mi cabeza como un instrumento musical sonando a todo volumen. Yo sabía que estaban ahí, que eran reales y no solo imaginaciones mías. Eso ya lo había vivido aunque no sabía cuando. A cada paso que daba la cosa se iba poniendo peor. A parte de las voces se sumaron imágenes. Les oía y ahora también les veía. Por un momento pensé en dejar de avanzar, pero no podía abandonar. No era solo por huir, se había convertido en una intriga, en saber qué me iba a encontrar. Cada vez el recuerdo era más nítido y me iba acordando de ese sitio, estaba segura de que esa experiencia ya la había vivido.

Recordaba a una mini yo, de cinco o seis años, caminando sin rumbo sin saber qué hacía. Estaba siguiendo a una persona, un hombre mucho más alto que yo, de pelo marrón y con una voz profunda. Me hablaba con tono sereno, como si estuviese enseñándome una lección importante. No podía oírle en el recuerdo pero en un momento concreto le vi la cara, y le reconocí. Era mi tío. Me pareció muy raro ya que, como dije antes, mi tío cortó casi todo contacto con la familia y dudo mucho que estuviera en mis primeros años de vida. El caso es que estábamos parados delante de una pared, la del fondo, y él no paraba de señalar a un punto concreto mirándome como si esperase una respuesta. Intenté concentrarme para recordar a qué mirábamos. Entonces lo vi. Era la pared donde había estado apenas hace una hora y, además, donde se encontraba enterrada toda mi familia materna. Señalaba concretamente a la tumba de mi abuela, la reconocí porque mi madre llevaba flores habitualmente a ella y por eso no estaban podridas, como las del resto. Seguía sin escucharle pero supuse que me estaba contando que no debería entrar al cementerio sola. Por eso me llamó la atención antes, ¿no? Era lo más lógico, aunque nada de aquello tuviera lógica.

Estaba ensimismada en mis pensamientos y por eso no me percaté de que ya había llegado a la pared del final, por fin. Encontré la pared muy diferente a pesar de haber estado allí no mucho tiempo atrás. Es como si hubiera viajado al futuro. Todas, absolutamente todas las flores estaban marchitas y ahora había muchas más lapidas empotradas en la pared de las que había antes. Empecé a buscar mi nombre, por miedo de que estuviera en un tiempo donde ya había muerto. Pero no estaba ahí. El nombre de mi hermano, mis tías y mis primos estaban ahí, pero el mío no. Bueno, ni el mío ni el de mi tío, el que me había metido en todo esto.

-¿No podías estar quieta, verdad?- preguntó de la nada. Su voz me sorprendió, así como lo hizo su pregunta.

-¿Qué está pasando?- esta vez no me iba a callar mis preguntas.

-Ya te advertí que no entraras aquí- empezó a explicar-. Este cementerio está maldito, ¿no lo ves? Una vez que entras no puedes salir. Parece que sales, y estás fuera viviendo una vida diferente, pero la verdad es que estas aquí atrapado. Para siempre. Tú ahora estás aquí, pero en este mismo instante hay otra tú que está con sus amigas riendo sin saber que esto está pasando. Esa chica vivirá una vida, puede que buena, pero tú estarás en este cementerio atrapada viajando en el tiempo sin salvación.

No podía creer lo que estaba diciendo y creo que él lo notó porque me puse blanca del miedo.

-Te intenté avisar- dijo sacándome de mis pensamientos- yo he tenido que aprender por mi propio error pero tú te podrías haber salvado, si hubieses seguido mis consejos...

No estaba en el mejor momento para que me echase la culpa, precisamente. Tenía que asimilar que mi vida, para mi, había acabado. Eso era lo peor. Para el resto de gente estaría viva, sin estarlo.

-Le pasó lo mismo a tu abuela- siguió explicando-. Es lo que te intentaba decir esa noche hace ocho años. Una persona de la familia de cada generación debe enfrentarse a esta maldición, he intentado averiguar por qué todo este tiempo.

No podía decir nada, estaba totalmente perpleja. Me hubiera gustado poder decirle algunas cosas, preguntarle otras, pero no pude. Me bloqueé.

-Hay una manera de salir- parecía que me leía el pensamiento desesperado-. Tienes que encontrar la manera de morir. De esa manera podrás volver a la vida real, no podrás volver aquí. Pero no tan rápido. Esta maldición se repetirá generación tras generación y alguien tendrá que estar aquí. Tu abuela me dejó en cuanto yo llegué y lo entendí. Llevo mucho tiempo solo...

El cementerio se encontraba en una especie de elevación, lo suficientemente alto del suelo. No lo pensé dos veces y me tiré. Lo último que recuerdo es la cara desesperada de mi tío, que lleno de furia y tristeza me gritaba. Tendría que volver a estar solo hasta que la nueva generación llegase al pueblo y le relevasen. Pasaría mucho tiempo hasta eso.

EL CEMENTERIOWhere stories live. Discover now