5. Don't dream it's over

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—Dulces besos de mujer... —suspiró Amaia.

Eran las siete de la tarde y, al ser invierno, el sol ya se había ocultado. La pamplonesa estaba tumbada en su cama, apoyada en el cabecero. Sobre ella se encontraba Miriam. La lengua de la gallega recorría todo su cuello, desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja.

—Podríamos hacer un dueto alguna semana. Podemos cantar, no sé, Mujer contra mujer... —Miriam se incorporó, molesta.

—Primero, estás hablando demasiado.

—Pero...

—Y segundo, no estoy liándome contigo porque esté enamorada de ti y quiera cantar acerca de hacer bebés de mujeres. Estoy aquí porque hace justo un mes que Pablo y yo cortamos y soy como una lagarta; necesito tener algo caliente debajo para poder digerir la comida —se levantó, sacó su móvil del bolso que colgaba de una percha y se dirigió al pasillo —. Y, ahora, si me disculpas un momento.

Dejando en la habitación a una muy confundida Amaia, salió al patio trasero de la casa. A pesar de haberle dicho eso a su amiga, ambas sabían que no podía ser cierto. Miriam no era la clase de persona que se acuesta, ni si quiera que besa, a cualquiera. Que estuviese en ese plan con la pamplonesa significaba que, si bien no era el amor de su vida, estaba algo pillada por ella. En ese momento sólo se le ocurrió llamar a Agoney. Podría haber llamado a Ricky o a Mimi pero, si bien les conocía desde hacía más tiempo, también era cierto que ellos siempre se habían mantenido muy seguros con respecto a su sexualidad.

El canario, sin embargo, no podía atenderla en aquel momento. Se encontraba en lo que llamaban la enfermería del instituto, que en realidad era una pequeña habitación de paredes blancas con un botiquín de primeros auxilios y una colchoneta tirada en el suelo. Sobre ella descansaba Raoul, a quien Agoney tenía que vigilar hasta que llegase una ambulancia de clase A1, sea lo que fuere lo que significaba eso.

Tras caer al suelo, Raoul permaneció dos minutos inconsciente. Estos dos minutos a Agoney le parecieron dos millones de años. Mientras que él se quedaba paralizado con la garganta reseca y Aitana no paraba de chillar, Nerea entró al edificio a buscar ayuda. Al instante volvió con el conserje, que se agachó junto al rubio y le dio palmadas suaves en la cara para que se despertase; y así fue. Con la ayuda de Agoney, desplazó a un muy confuso Raoul hasta la sala en la que ahora se encontraban los dos compañeros. Mientras el conserje llamaba tanto a la ambulancia como a los padres de Raoul, Aitana no paraba de hablarle y de hacerle preguntas a su novio, que en aquellos instantes no recordaba a nadie ni a nada.

Explicando que el catalán necesitaba reposo, el conserje echó de la enfermería a Aitana, que seguía haciendo ruido, y a Nerea, que a duras penas intentaba calmar a su no tan vieja enemiga, dejando así a Agoney a cargo del enfermo. El canario estaba aterrado, no por las repercusiones que pudiera tener una desafortunada acción de la que realmente no se arrepentía, sino por la cara del rubio. Tenía los ojos muy abiertos y los paseaba de un lado a otro de la habitación sin decir nada. Pasados unos minutos, dijo que le dolía la cabeza, cerró los ojos y se echó a dormir sentado sobre la pared. Agoney intentó colocarle en una postura más cómoda porque no creía que dormir con la cabeza contra la pared fuese lo mejor en ese momento. Era complicado, puesto que no había ninguna almohada ni ningún tipo de sustitución de esta.

Agoney no cogió la llamada de Miriam, aunque nada más colgarla le dejó un mensaje: "Ahora estoy ocupado. Luego te llamo y te lo explico.". Tardó en mandarlo más que el ciudadano medio puesto que le añadió una docena de emojis. Cuando levantó la vista del móvil, Raoul tenía los ojos clavados sobre él. Su mirada no daba tanto miedo como antes, sin embargo. La confusión después del golpe ya debería de habérsele pasado.

Y te estoy diciendo que no me voyWhere stories live. Discover now