Las nubes grises cubren completamente el cielo y lo bañan en sombras oscuras, creando la ilusión de que ya son horas tardías, pero la verdad, apenas son las cuatro o cinco de la tarde. Las gotas de lluvia se estampan con rapidez, una tras otra, contra la ventana y crean el único sonido de la habitación. Cuando pensé que ni bien tocara Miami el clima estaría soleado y con un calor sofocante, me desanimé mucho por encontrarme con el cielo avisando de que una tormenta llegaría. Maldita sea, amo el frío, pero un par de meses con calor y muchas horas de playa no me hacen daño. Y en tres días ese clima no paró ni un segundo.

Sí, estoy enferma, pero de igual manera estoy completamente aburrida. Quiero leer, pero hace más de una hora que mis ojos están medio abiertos y medio cerrados. Estoy peor que ayer, aunque no quiera admitirlo.

La sopa de pollo que mi madre me trajo en el almuerzo me ayudó a dormir, ya que en la noche no pude pegar ojo. Tuve mucha fiebre y el dolor de cabeza no paraba. Era como si me estuviesen pegando en la cabeza con millones de martillos gigantes.

Ahora, de vez en cuando, la habitación me da vueltas y la vista se me nubla, efectos que me hacen saber que los estornudos están por venir. Hasta que ocurre. Todos esos microbios salen de mí con un simple estallido de saliva y un «¡Achís!».

Mierda, odio estar en este estado tan deprimente en donde lo único que puedo hacer es rezar para que se me pase. Mi piel logra tener un tono rojizo que ni con maquillaje podría tener. Pero en estas ocasiones no necesito maquillaje, tan solo resfriarme. Estar malditamente enferma y parecerme a un zombi.

El sonido de la puerta siendo tocada llega a mis tapados oídos en un leve y bajo sonido. ¡Oh, vamos! ¡Maldito resfriado!

La incito a pasar con otro estornudo, seguido de otro y luego otro. Mi madre entra junto con una taza de algo que no puedo ni ver ni oler. Acorta la distancia con pasos largos y se sienta en mi cama. Mi madre es una de esas mujeres que, por más que tengas lepra, se te acerca para ayudar. Es solidaria con los enfermos y los ayuda con todo lo que puede para que mejoren. Por lo que no le presta atención a que le haya estornudado casi en la cara, ya que no pude llegar a tiempo de taparme la boca.

—Lo siento. —Me disculpo limpiándome con lentitud la cara con un pañuelo. Mis defensas están bajas y no tengo fuerzas para moverme casi nada. Me pasa la taza y tomo un sorbo de té.

—No hay problema. ¿Cómo te sientes? —pregunta con cariño tiñendo su voz mientras lleva una de sus finas y delicadas manos a mi frente. Hago el intento de encogerme de hombros y hacer una broma sobre mi estado, pero el ardor que tengo en la garganta y la poca fuerza me lo impiden.

—Lo mejor que puedo... —respondo con la voz ronca y casi inaudible. Ella hace una mueca graciosa, pero evito reírme.

—Bien. ¿Estás segura de que te podrás quedar aquí sola por un par de horas? Si pudiese faltar, lo haría, pero soy su esposa y no puedo... —Es ahora cuando me acuerdo de qué habla. La fiesta de presentaciones de proyectos de mi padre es hoy. Las familias tienen que ir para ver cómo progresa la empresa y bla, bla, bla. En esta ocasión, mi padre va para conocer a los socios y los comités. Presentará el proyecto que viene preparando hace más de dos meses y hoy lo expondrá frente a todos. Por suerte, Jamie O'Melley le dio el visto bueno a su trabajo, por lo que está más que confiado, lleno de esperanzas de que lo aceptarán.

Dios, le deseo suerte. Hasta yo estoy nerviosa y emocionada por él. —Tranquila, lo único que necesito es descansar. Creo que no despertaré hasta que ustedes lleguen —aseguro.

—Bien, pero llámame si pasa algo. Lo que sea. Yo volveré lo más rápido que pueda —asiento y bostezo con cansancio.

—Que la pases lindo.

Mi huésped, Ayden (Mío #1)© DISPONIBLE EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora