Capítulo II - Amor [EDITADO]

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¨Entre la tormenta azotando cual látigo la fina ventana de marco de vieja madera, solo encuentro entre el taburete la pequeña libreta que tome de la estantería de tu biblioteca.

Es una forma de sobrepasar estas crudas noches en vela. Con una fina plumilla y la luz amarillenta de una tenue vela.

Puedo escribirte lo que me ahoga cuando pienso en ti.

¿Recuerdas esa noche, Erwin?

Donde las luciérnagas nos rodearon, expectantes, sobre nuestra pequeña tienda en las profundidades del espeso bosque,

Estábamos expuestos a innumerables peligros.

Aunque, curiosamente, jamás me sentir tan libre y seguro como cuando estaba junto a ti.

Tú sonreíste en el silencio, y solo la brisa helada logró pintar como acuarelas tus mejillas.

Hermoso. Pensé.

Entonces, como muy pocas veces hacía, deseé hablarte abiertamente... con el alma.

Sin miedo.¨.

Una burbuja pacífica, de aura dulzona; los rodeó, como un cálido abrazo. Eran tiernamente protegidos por los delirios intangibles del viento, quien vagaba y se escabullía entre las frondosas copas de los árboles, dejando atrás minuciosas caricias heladas.

Por comodidad dejaron un momento el área del campamento. Caminaron a la par en un agradable silencio, no muy lejos como para perder el sonido del chasquido de las fogatas y el murmullo de conversaciones soñadoras.

Pararon al borde de un claro, uno de dientes de león. Estos se meneaban dóciles al son del viento, casi como si celebrasen la llegada de los amantes.

- Del ocaso al amanecer, no hace falta soñar si estás junto a mí.

Declaro Levi. Con la mirada gacha, las piernas temblorosas, el corazón retumbándole en el pecho, e inclusive, con un terrible calor en el rostro.

Estaba tan avergonzado que encontró muy interesante el ramo que amoldaba en sus manos, uno pequeño y frágil del claro, que no recordaba haber tomado, los dientes de león se deshacían como copos de nieve, surcados por la repentina ventisca.

Una voz imperiosa irrumpió en su tarea, mofándose de encantarle escuchar eso de él.

Erwin seguía con las mejillas coloridas.

No lo pudo resistir más, se lanzó a sus brazos, quienes ya le esperaban abiertos. Se devoraron los labios con ansias e infinita ternura, con infinito amor. Estaban en la misma sintonía, los mismos sentimientos. Tenían la misma forma de prometerse amor eterno aún si morían al día siguiente.

Todo esto es tú culpa. Alimentaste mi cursilería, maldito Erwin. 

La Gloria de la Muerte. (Eruri)Where stories live. Discover now