CAPÍTULO 5

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Pues sí. Era la Reina Blanca del País de las Maravillas. Un título un poco pomposo, pero al final me acostumbré a él. Los años fueron pasando, fui creciendo, me di cuenta de que el tiempo pasaba de manera diferente en este nuevo mundo. No pasó demasiado tiempo hasta que crecí para convertirme en una mujer cuyo reflejo me recordaba mucho a mi madre, tenía sus mismos ojos verdes llenos de luz, el mismo rostro alegre y pálido, la única diferencia era mi cabello, mucho más rubio desde que controlaba la magia del Corazón de Estrella. La misma magia que había mantenido al Galimatazo exiliado durante décadas ya y que había traído la paz al País de las Maravillas.

Aprendí, en mis años como Reina Blanca, que realmente aquel lugar sí que era como un refugio al que acudían las almas desesperadas, las que lo habían perdido todo o necesitaban un milagro para sobrevivir. Porque en el País de las Maravillas todo era posible y la felicidad no se reservaba solo para los finales.

Fue un día de tantos otros y, al mismo tiempo, un día único. El recuerdo de sus ojos marrones lo sigue llenando todo. John... Llegó una mañana, como muchos otros residentes de mi mundo, y vino a presentar sus respetos a la Reina. Lo recuerdo andando sin miedo hacia mí por el largo pasillo, es como si todavía pudiera sentir el aleteo de las mariposas en mi estómago, el latido vibrante de mi corazón. Al principio, pensé que simplemente se debía a que era la primera persona humana que veía en años. Después, fue mucho más.

—Encantado de conocerla, Su Majestad.

—Puedes llamarme Blanca. —Desde que me había convertido en la Reina Blanca todos habían olvidado mi verdadero nombre y habían pasado a llamarme por aquel adjetivo que parecía describirme mejor.

—Mi nombre es John Hatter. Y, o me oriento muy mal, o vengo de otro mundo. —Desde el primer día consiguió hacerme sonreír.

—Es otro mundo. Bienvenido al País de las Maravillas. Es un lugar muy especial.

—¿Y por qué es eso, mi bella reina?

—Porque aquí todo es posible. Es una tierra de segundas oportunidades.

Permanecimos unos minutos en silencio, yo disfrutaba de la intensidad de su mirada hasta que pensé que me sonrojaría demasiado.

—Y dime, ¿qué eras en tu mundo?

—Sastre —Dijo él— Aprendiz, mejor dicho, pero un aprendiz con muy mala suerte. Estaba un día en el taller, tratando de coser unos cuantos retazos de tela cuando unas moscas comenzaron a molestarme. Cogí una paleta y, de un golpe certero, maté a siete de aquellos inmundos bichos a la vez. Extasiado por mi proeza, salí a la ventana y grité "He matado siete de un solo golpe". No contaba con que los que me oyeran gritar no estuvieran hablando de moscas, sino de un par de gigantes que aterrorizaban mi reino. Me llevaron ante el rey y él me prometió riquezas y la mano de la princesa a cambio de matar a ese par de gigantes. Era joven, orgulloso, testarudo y soñaba con la fama... pensé que podría hacerlo, que quizás tuviera suerte. Pero eran dos gigantes y yo apenas un sastrecillo, valiente, pero un sastrecillo al fin y al cabo. Con un solo golpe me tenían prácticamente derrotado. Entonces, en aquellos minutos mientras pensaba que iba a morir me di cuenta de lo estúpido que había sido al arriesgar mi vida por una fortuna vacía y la mano de una princesa malcriada. Deseé que las cosas pudieran ser diferentes, volver a empezar y...

—Y apareciste en el País de las Maravillas. Sí, así es como funciona, refugia a los corazones bondadosos que necesitan una segunda oportunidad.

—No fue la tierra lo que me atrajo, al menos eso creo. Vi un intenso brillo que me llamaba en el lago, el brillo acabó tomando la forma de un cabello dorado como los rayos del sol y me lancé al agua porque al verlo supe que era lo que tenía que hacer.

—¿Te lanzaste al agua porque viste un reflejo dorado?

—No. Aunque entonces no lo sabía, me lancé al agua porque te vi a ti.

Creo que aquel mismo día me enamoré de él, aunque no supe ponerle nombre al sentimiento hasta mucho después. John se convirtió en el mundo para mí, todo mi mundo, toda mi realidad. Insistió en ponerse a mi servicio al poco tiempo de llegar. Insistió en que sus habilidades como sastre podrían serme útiles y que sería, además, el mejor sombrerero que habría tenido en mi vida. También fue el único. Aquello no era más que un juego y los dos lo sabíamos porque cada día venía a verme a la sala del trono para enseñarme multitud de sombreros y tocados, algunos realmente bonitos. Siempre me hacía probarme todos y cada uno de ellos, para después decirme, con todos y cada uno de ellos, que no me los podía poner porque todo aquello que tapara mi preciosa cabellera rubia sería un delito. Así que recogía todos sus sombreros y se marchaba hasta el día siguiente, cuando volvía con más sombreros que no me dejaba quedarme. Me divertía mucho con aquellas citas no oficiales y pronto me descubrí a mí misma deseando que llegara el momento en el que viniera a verme. Comencé a vivir para aquel momento. Un día me cansé de esperar a que se decidiera a darme un maldito sombrero.

—John, ¿se puede saber por qué te empeñas cada día en venir con sombreros si nunca me vas a dejar que me quede ninguno?

—¿Cómo? Pues por ver a Su Majestad, por supuesto. —Hizo una ligera reverencia y yo lo miré alzando una ceja. No me gustaba que se dirigieran a mí por un título real, pero sobre todo él, no podía soportar que él me llamara así porque me daba la sensación de que mi puesto nos distanciaba. —Blanca —Se corrigió.

—¿Y por qué no te ahorras todo este trabajo y me pides una cita de verdad de una vez?

—Haré algo mejor.

Estaba a punto de preguntarle qué pretendía hacer, cuando me aferró de una muñeca atrayéndome hacia él y atrapando mis labios en un apasionado y, al mismo tiempo, dulce beso. Nuestro primer beso. Mi primer beso.

A partir de aquel día no nos separamos. Atesoré cada momento que vivía con él y el mundo parecía simplemente una maravilla. Dejé de contar los días que pasábamos juntos, porque el tiempo pasa de manera distinta en el País de las Maravillas y, casi sin darme cuenta, llegué a amar a John con toda mi alma, con todo mi corazón benevolente.

Si tuviera que elegir un solo recuerdo entre los dos, si tuviera que decir que instante me ha perseguido durante más tiempo, fue una tarde en el jardín.

—A veces me cansa que todas las rosas sean blancas. —Dije yo tras un largo silencio en el que los dos contemplábamos mis vastos jardines.

—¿Y eso por qué, mi reina?

—No sé. El blanco es bonito, supongo, pero podría haber más colores, amarillo, rosa... En el País de las Maravillas todo debería ser alegre, ¿no crees?

—Pues a mí no se me ocurre un color que despierte tanta alegría ante mis ojos como el blanco.

—¿Y por qué?

—Porque me recuerda a ti, por supuesto.

—Zalamero.

—Pero solo contigo. —Me dio un fugaz beso en los labios— Así que sabes qué, me opongo fervientemente a que cambies el color de un solo pétalo de una sola rosa. Mientras yo viva, mi dama, estas rosas permanecerán blancas como recuerdo de la pureza y bondad de su monarca.

—Está bien. No arrancaré ni una sola rosa blanca. —Le dije al fin.

—¿Lo prometes?

—Te lo prometo.

John se acercó a mí posando mi mano sobre mis pálidas mejillas, acercando sus labios a los míos para fundirnos en un tierno beso. Justo cuando nos separamos, nuestros pulmones protestando por la necesidad del aire, arrancó una rosa blanca y me la ofreció.

—Cásate conmigo —Susurró. Y yo no podía hablar, apenas moverme. Me lancé sobre sus brazos inundándome de su esencia a té verde—Lo tomaré como un sí.

—Sí, sí, sí y mil veces sí.

Estaba a punto de hablar cuando una voz nos interrumpió.

—Su Majestad, una pequeña niña ha caído por la madriguera del Conejo y dice que quiere volver a casa. Su nombre es Alicia. 

El País de las Maravillas. Sagan Grimm VOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz